Responsable del rescate del monolito de la diosa Coyolxauhqui, y con trabajos en Guerrero y Nayarit, su estado natal, el arqueólogo Raúl Arana cumple 50 años de trabajos en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). En declaraciones difundidas por el INAH, el especialista afirmó que este medio siglo ha sido maravilloso, “la arqueología es una profesión que si en verdad la deseas, la quieres, te da salud, alegrías y vivencias. El INAH ha sido y es mi mundo y ahí estaremos hasta que quiera”. Refirió que el inicio de su relación con el instituto sucedió en 1963, cuando ejercía como abogado pero un día pasó frente a la sede de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) y recibió un folleto para inscribirse en alguna de las carreras que impartía. La mujer que daba la información le “insistió en inscribirme porque era el último día para hacerlo”. Entonces inició un viaje de conocimiento, investigación y descubrimiento que lo llevó a realizar trabajos en el Cerro de la Estrella, en la capital del país, o de exploración y salvamiento a Guerrero o Tabasco, en zonas donde se construirían presas. Pero el trabajo que ha tenido más significado en la trayectoria de Arana Álvarez fue en la capital del país, donde elaboró “estrategias de salvamento arqueológico en la traza de las tres primeras líneas del Metro del Distrito Federal”, destacó el INAH. Fruto de ese trabajo se puede apreciar, dentro de la estación de Pino Suárez, el altar mexica donde se adoraba a Ehécatl Quetzalcóatl, señor del viento con la efigie de un mono. Sin embargo, “otra deidad, colosal en sus dimensiones, aguardaba al arqueólogo. “El 23 de febrero de 1978, atendiendo la solicitud de un ingeniero que coordinaba trabajos para la instalación de un generador eléctrico en las céntricas calles de Guatemala y Argentina, el maestro Raúl Arana tuvo uno de los encuentros más mágicos de su carrera. “De espaldas a la desaparecida Librería Robredo, orientado por la luz de la Luna llena que coronaba el cielo esa noche de jueves, el arqueólogo asomó su rostro y avistó el monolito de la diosa de la luna Coyolxauhqui: “´Creo que me transporté en el tiempo y sentí que era una piedra nunca vista desde hacía siglos, que no había sido removida de su lugar, que no formaba parte de un escombro o de un relleno, o que hubiera sido trasladada de su espacio original como le pasó a la Piedra del Sol o a la Coatlicue´”, recordó el arquólogo de 76 años. Añadió que tras esa maravillosa visión que duró apenas unos segundos, el ingeniero le tocó el hombro y le preguntó si valía la pena el descubrimiento, a lo que respondió: “¡No sabe lo que este hallazgo va a transformar al centro de la ciudad!”. Lo que resultó cierto. El INAH afirmó que Raúl Arana es “ejemplo del arqueólogo todoterreno, su andar se ha hecho en las veredas de la inabarcable orografía mexicana y en el caos de asfalto que es la Ciudad de México. Sobre el instituto, el especialista declaró que desde hace medio siglo “me dio todo. Ahí encontré mi vocación; a Carmen, mi esposa; alegrías absolutas en el campo y en las aulas”. En octubre pasado, recordó el INAH, se le ofreció un reconocimiento por su trayectoria, que lo colocan a la par de los grandes maestros de la antropología mexicana, el cual recibió en medio de “un sonoro y dilatado aplauso” de sus innumerables amigos, entre colegas y alumnos, y que el firmó con su sonrisa amplia y franca.