El escritor mexicano Juan Villoro abrió las actividades del XL Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana: “La literatura Iberoamericana entre dos orillas”, que se desarrolla en El Colegio de México (Colmex), con una charla en torno a la vida y obra del colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014). Bajo el título “Lo que pesa un muerto. Realidad y ficción en la Crónica de una muerte anunciada”, Villoro dividió su participación en dos momentos: la primera parte en destacar la vida y obra del Premio Nobel de Literatura 1982, matizando su lado cronista y su formación para entender la realidad desde una mirada peculiar. La segunda parte descifró la novela “Crónica de una muerte anunciada”, publicada en 1981, y que representó un acercamiento entre lo periodístico y lo narrativo, y una aproximación a la novela policíaca. Villoro dijo que los textos costeños de García Márquez escritos en diarios de Barranquilla y Cartagena, entre 1948 y 1952, tiene su sello peculiar a un remedio que escasea en los botiquines del periodismo contemporáneo: la felicidad celebratoria. Indicó que desde hace décadas, el periodismo latinoamericano se ha especializado en el arte de dar bien “malas noticias” y agregó que las crónicas festivas del autor colombiano fueron escritas en una época de zozobra. De igual manera, comentó que según el periodista Jacques Gilard, quien ha investigado los trabajos perdidos del autor de “La hojarasca”, el ingreso de García Márquez al periodismo se inició a raíz de ese cataclismo histórico y moral que fue para Colombia el 9 de abril de 1948, cuando asesinaron al político Jorge Eliecer Gaitán. Villoro mencionó que los años en que Gabo practicó el oficio en Colombia, fueron los peores de la violencia y agregó que en esa era convulsa, “el cronista convirtió el sentido del humor en principio de resistencia”. De igual manera, señaló que a la edad de 19 años, García Márquez suspendió sus estudios de Derecho en Bogotá y se refugió en la Costa donde, dijo, “la vida proseguía sin más interrupción que los ocasionales resbalones en borracho”. Comentó que el exilio periodístico del colombiano resultó venturoso, pues en un par de meses se adueñó de un estilo que produjo piezas maestras. Afirmó que en la Crónica, Gabo reveló su capacidad de analizar con buenos ojos, los misterios de lo ordinario. Dijo que el tono lúdico del autor de “El coronel no tiene quien le escriba”, recuerda a tres cronistas universalmente localistas, interesados en los asombros de la pequeñez: el gallego Álvaro Cunqueiro, el madrileño Ramón Gómez de la Serna y el catalán Guiseppe Clap. Recordó que en sus facetas de cuentista, novelista, guionista u autor de reportajes, el colombiano se acogió a formas canónicas, sin mostrar un ímpetu rupturista o experimental. Sin embargo, dijo, en sus columnas informativas ensayó recursos de transgresora audacia y aplicó su creatividad para reinventar “el agua tibia”, como luego la aplicaría para inventar el hielo en “Cien años de Soledad”. Recordó que las esbeltas y alargadas columnas de García Márquez, recibían el nombre de “jirafas” y ahí enfrentaba un mundo tan ingobernable como el de “El Quijote”. Dijo que en los textos costeños como “Crónica de una muerte anunciada”, trabajan la materia narrativa desde un ángulo distinto, “pues son el laboratorio de lo diario, la zona donde lo común se vuelve sorprendente; el columnista o novelista que combina la crónica, investiga sin sospechas previas, con el fin de ver con qué se topa”. Por otra parte, Villoro contó la novela “Crónica de una muerte anunciada”, publicación cuya historia se inspira en un suceso real, ocurrido en 1951, del que el autor tomó la acción central (el crimen), los protagonistas, el escenario y las circunstancias, alterándolo narrativamente, pero sin descuidar nunca los datos y las precisiones obligadas en toda crónica periodística. En ella se cuenta que en un pequeño y aislado pueblo en la costa del Caribe se casan Bayardo San Román, un hombre rico y recién llegado, y Ángela Vicario. Al celebrar su boda, los recién casados se van a su nueva casa, y allí Bayardo descubre que su esposa no es virgen. Cuando lo descubre, devuelve a Ángela Vicario a la casa de sus padres, donde su madre la muele a golpes. Ángela culpa a Santiago Nasar, un vecino del pueblo. Los hermanos Vicario, Pedro y Pablo, obligados por la defensa del honor familiar, anuncian a la mayoría del pueblo que matarían a Santiago Nasar. Nasar no se entera, sino minutos antes de morir. Los hermanos matan a Santiago, después de pensarlo en varias ocasiones, en la puerta de su casa, a la vista de la gente que no hizo o no pudo hacer nada para evitarlo. A los 27 años, el mejor amigo de Santiago (el narrador) reconstruye los hechos de los que él fue testigo. Años después, Ángela Vicario estaría escribiendo cada día a Bayardo, primero formalmente, después con cartas de joven enamorada y, al final, fingiendo enfermedades. De esta manera, Bayardo vuelve 27 años después, claramente desmejorado y con todas las cartas sin abrir. El Congreso comenzó hoy con la participación de unos 400 especialistas en literatura, lengua y cultura iberoamericanas, que disertarán en el Colmex hasta el día 11, en torno a esas disciplinas.