Restos del virreinal Acueducto de Chapultepec muestran la ciudad

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Ciudad de México.- Solo 22 de los 94 arcos que lucía originalmente el Acueducto de Chapultepec, y las ruinas de una de sus fuentes que por siglos ha estado al pie del Cerro del Chapulín, con el imponente castillo en su cumbre, son testigos de la primera gran obra hidráulica social que tuvo el territorio de la Nueva España.

Se comenzó a construir en 1620 y se terminó en 1790 con el objetivo de dotar de agua potable a la población india, mestiza y española, misión que cumplió cabalmente a pesar del inexorable paso del tiempo. El líquido del manantial de Chapultepec se deslizaba por la arcada en la avenida homónima, con sus ramales que iban a otras zonas de la ciudad.

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Gustavo Toris, profesor de Historia Urbana en el Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), señaló a Notimex que el Acueducto de Chapultepec cuyos vestigios hoy se conocen, tienen su antecedente en el Acueducto Subterráneo construido en el siglo XV.

Ese antiguo acueducto partía originalmente de los manantiales de Chapultepec y corría de manera subterránea hacia la calzada de Tacuba, al norte de la Ciudad, viraba al Centro de la Ciudad de Tenochtitlán. Esa obra fue pieza clave en el sitio de Tenochtitlan durante la Conquista. “Una vez concluida, fue reparado y dio servicio hasta el siglo XVI”, dijo.

La parte sur de la ciudad, donde en ese entonces se ubicaban los barrios de San Juan y de San José, cerca del actual Mercado de San Juan, carecía de un abastecimiento constante de agua. Los barrios indígenas pidieron agua al virrey y en 1555 se comenzó a construir este acueducto sobre la calzada San Juan, hoy de Chapultepec hasta el convento de San Juan.

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Dio servicio por muchos años y fue reparado pero era subterráneo con instalaciones de cerámica. En 1620 se realizó una serie de reparaciones y desconociendo las órdenes del virrey se comenzó a construir el nuevo acueducto sobre arcos de medio punto, con tres ramales, hacia Chapultepec, hacia la zona de la Merced y hacia el convento de San Juan.

De acuerdo con el especialista, este nuevo acueducto tenía como finalidad abastecer de agua a la parte sur de la ciudad, pues norte y centro eran abastecidos por los manantiales de Santa Fe. En esa época el sistema de distribución de agua era algo muy distinto a lo que se conoce hoy en día, porque el acueducto abastecía fuentes públicas y privadas.

Entre las primeras destacan la original que está al pie del cerro de Chapultepec, en las inmediaciones de la estación del Metro del mismo, y la réplica conocida como Salto del Agua. Entre las segundas estaban los conventos, universidades y casas particulares que pertenecían a personajes importantes de los gobiernos políticos y religiosos.

“Había una figura pública, la de los aguadores, que llenaban grandes jarrones de 50 litros en las fuentes públicas y vendía esa cantidad de agua por un real a quien lo solicitara, que era gran parte de la población. Ese sistema de distribución, a través de fuentes públicas y particulares y aguadores, funcionó hasta finales del siglo XIX”.

Esa fue una gran ironía, dejó de funcionar cuando se agotaron los manantiales de Chapultepec, porque el acueducto estaba ahí para trasladar aguas que eran indispensables y en el medio acuoso donde se encontraba la ciudad era imposible encontrar agua potable. “Desde entonces se sufría escasez de agua y al mismo tiempo de inundaciones”.

Toris recordó que al dejar de dar servicio, el acueducto comenzó a ser demolido poco a poco. “Esa demolición se fue haciendo de manera progresiva hasta que en los años 60 del siglo XX, con la construcción de la Línea 1 del Metro, que pasa justo por debajo de los arcos del acueducto, se destruyó gran parte de los arcos, quedando en pie solo 22”.

El resto de esa monumental obra hidráulica que aún se puede observar lo constituye la fuente de Chapultepec que se localiza en medio de paraderos de autobuses y puestos del comercio informal, apenas resguardada por una reja metálica. “Se está resquebrajando sin que nadie ordene su restauración, y la actual del Salto del Agua es una réplica de la original que hoy está en Tepotzotlán”.

“Actualmente la función de las arcadas y de la fuente es de ornato público. Ambas están protegidas por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y permanecen ahí para recordar lo complicado que ha sido dotar de agua potable a la población de la Ciudad de México desde sus orígenes prehispánicos”, subrayó Toris.

Esta construcción dejó muchas enseñanzas en materia de distribución de agua a la época moderna. Construir estas arcadas fue un reto de ingeniería en el siglo XVIII y puso en relieve la sanidad, pues las aguas que sirven para expulsar desechos no pueden ser las mismas que alimentan a las casas de la ciudad”, abundó.

En aquellos años el agua potable era gratuita en las fuentes públicas, sin embargo, para evitar ir por ella, la gente pagaba a los aguadores. Esa dinámica se conserva hasta la fecha pues hoy se paga el sistema de distribución de agua, porque el agua nunca ha tenido un costo en la Ciudad de México, señaló Gustavo Toris.

“Se entendía y entiende como un bien que se entrega a la población, sin distingos de ninguna clase, gracias a las instrucciones del virrey (hoy jefe de gobierno). Y como hoy, antes había malandrines que hacían hoyitos al acueducto para desviar el agua hasta su casa. “La justicia de todas las épocas ha sancionado esas prácticas”, concluyó el experto.

Esos canales de agua con sus arcadas han sido también motivo de inspiración para artistas de diversas disciplinas. Desde el siglo XIX y tal vez antes, pintores de todas las escuelas han llevado a sus lienzos la grandeza de esas construcciones, y no pocos poetas hicieron versos amorosos además de que se han inmortalizado a través de fotografías.