Agencias/La Voz de Michoacán México. En la obra cumbre de la literatura en español, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra, se hace referencia a Hernán Cortés en la segunda parte, precisamente en el capítulo siete: «…¿quién barrenó los navíos y dejó en seco y aislados los valerosos españoles guiados por el cortesísimo Cortés en el Nuevo Mundo?...». Hernán Cortés Monroy Pizarro Altamirano fue el encargado de quebrar y demoler a uno de los imperios más fabulosos de los que se tenga registro en la historia. Los aztecas sucumbieron ante el fuego español, su hambre de oro, sangre y gloria en el año de 1520. No obstante, haber perdido aquella mítica batalla conocida como La Noche Triste, en la que murieron cerca de 800 españoles y miles de indios aliados a los conquistadores, Cortés pudo tomar la gran Tenochtitlán y acabar con el imperio mas poderoso de aquellos tiempos en el Valle de México. Ahí mismo derrumbó los templos que adoraban a diversos dioses y erigió edificios de arquitectura europea y una de las catedrales más importantes de este país: la que se alza en pleno Centro Histórico de la Ciudad de México. A pesar de ello, este país no siente resentimiento alguno por el conquistador español. Quizá se debe a que en nuestra identidad queda poco o nada de las culturas anteriores a la llegada de los españoles. La mayor parte de la población desconoce las lenguas que se hablaban en aquel entonces, los dioses que se adoraban han quedado en el olvido y actualmente son piezas de museo, pirámides y templos que sobrevivieron a la destrucción o al paso del tiempo; mismos que son motivo de visita para esparcimiento más que para conocimiento. Cortés arrasó con lo material pero también con lo espiritual. Su llegada robó el alma de una cultura y dejó al mexicano actual con un mestizaje que no guarda relación ni con lo indígena ni con lo español. Tan polémica y fascinante es la figura del conquistador que dos de los más grandes artistas de México, Diego Rivera y José Clemente Orozco, lo hicieron motivo de una de sus obras cumbres. La visión de uno y otro muralista destaca por la gran diferencia con que presentan la figura de Cortés. Rivera lo hace como un ser insignificante de nariz casi porcina, con calvicie, rostro deforme y aspecto achaparrado en su obra La colonización o llegada de Hernán Cortés a Veracruz. Sus ojos connotan un ser cansado, con poca energía y valentía, contrario a la imagen que se pudiera pensar respecto a un general a cargo de un ejército que logró la conquista de un poderoso imperio. La razón por la que Cortés luce un aspecto tan desmejorado es que Rivera lo presenta cuando este era aquejado por la sífilis. «Partiendo del estudio de los huesos en 1946, un grupo de pintores que tuvo acceso al dictamen y a las fotografías decidió que no tenía raquitismo de viejo, sino que eran secuelas de la sífilis. Eso le permitió a Diego Rivera establecer una figura deforme que venía bien en esos años, donde hay un movimiento contra los políticos conservadores», explica Salvador Rueda, director del Museo Nacional de Historia Castillo de Chapultepec en una entrevista concedida al diario ABC fechada el 16 de diciembre de 2014. Otro detalle importante de esta obra muestra a un indio arrodillado a los pies del español haciendo un regalo de objetos de oro al tiempo que Cortés lo convierte a la religión católica con su espada. Un relato trágico de la manera en que los habitantes de México eran despojados de su identidad verdadera y de un pasado que moría conforme la conversión al catolicismo a manos de los misioneros invasores. Orozco, por el contrario, lo presenta como corresponde a la descripción que de él hiciera Bernal Díaz del Castillo: «Fue de buena estatura y cuerpo, y bien proporcionado y membrudo, y el color de la cara tiraba algo a cenicienta, y no muy alegre, y si tuviera el rostro más largo, mejor le pareciera…las barbas tenían algo prietas y pocas y ralas y el cabello que en aquel tiempo se usaba, de la misma manera que las barbas, y tenía el pecho alto y la espalda de buena manera y era cenceño y de poca barriga y algo estevado, y las piernas y los músculos bien sentados ». Orozco nos presenta a un hombre en pleno dominio de sí mismo, fuerte y con la presencia gallarda que debió causar una fuerte impresión entre los aztecas. Ataviado con una pesada armadura y mostrando un gesto sombrío de desdén hacia su ejército y sus enemigos, el español se alza a ojos del muralista mexicano como un hombre superior a todo y a todos. A sus pies se encuentra el cuerpo de un indígena asesinado por su espada de acero. La visión de Cortés quedó inmortalizada en las obras que Orozco hizo entre 1937 y 1939 en el Hospicio Cabañas para narrar la cruel y sanguinaria conquista de México. Se trata de una de sus ejecuciones más importantes y de mayor significado para los mexicanos. Orozco la llevó a cabo por encargo del entonces gobernador de Jalisco, Everardo Topete. Eduardo Subirats, filósofo español, habla de la obra de Orozco: «En el techo, en las bóvedas, se narra a la madre de la violencia del poder en América Latina. Es Hernán Cortés asesinando a un indio que está de bruces a sus pies. Un misionero clavando la cruz en un indio exánime que también está a sus pies; y el caballo del gachupín conquistador que representa la mitad como caballo, y la otra mitad como máquina de guerra moderna. Y abajo, están las estampas, las visiones de la organización totalitaria de la sociedad en el mundo contemporáneo: líderes corruptos, masas militarizadas, campos de concentración. Más claro, agua». Para que sigas profundizando en la obra de dos de los artistas más importantes en la historia de México, ponemos a tu disposición las lecturas Diego Rivera y el reflejo histórico de la memoria colectiva, así como obras de José Clemente Orozco para entender que no es un artista infravalorado.