Redacción / La Voz de Michoacán Ciudad de México. José Guadalupe Posada fue un personaje que gracias a su creatividad y trabajo logró representar a México por muchas décadas alrededor del mundo, a pesar de que su nombre es muy reconocido, en su etapa previa a la muerte la pasó alejado de la fama. El grabador nació el 2 de febrero de 1852 en Aguascalientes, apasionado por el dibujo le gustaba caricaturizar todo tipo de acontecimiento social, desde tradiciones a encuentro políticos y burocráticos. Comenzó copiando fotografías o imágenes sagradas. Era un ayudante de un taller de cerámica, posteriormente, en 1866 empezó como aprendiz de litografía y grabado en el taller del maestro Trinidad Pedroza, colaborando con revistas donde se publicaban sus grabados satíricos sobre los temas de vanguardia. Para 1887 llegó a la capital del país después de haber vivido en León Guanajuato. Logró instalar su primer taller en la casa de Santa Teresa y luego lo trasladó a Santa Inés. Pronto su talento y habilidad le permitieron como dibujante en el taller de Antonio Vanegas Arroyo, para quien se estima que realizó miles de ilustraciones, además de realizar el diseño tipográfico. Sus grabados trataban de todo tipo de temas, como corridos populares, historias de criminales, retratos caricaturizados, cuentos, entre otros. Trabajó también para publicaciones que estaban en contra del régimen porfirista. Cuando la revolución estaba en su punto más intenso se dedicó a ilustrar los acontecimientos para los diarios que llegaban a la clase trabajadora, por medio de la gráfica daba a conocer robos y batallas, que se veían reflejados en la pobreza y la muerte que rodeó esta época en México. Se cree que ayudó a definir el imaginario visual del Día de Muertos, ya que ilustraba calaveritas, en las que se puede observar esqueletos haciendo cosas de gente viva, ya fuera yendo por el pan, bailando, bebiendo, etc. Su trabajo ha sido comentado y estudiado en varias ocasiones se considera que su producción de grabados fue aproximadamente de 9 mil en la Ciudad de México. Se le considera un ícono de la cultura mexicana por su sobresaliente trabajo en una época en que la expresión artística no hablaba abiertamente de temas populares, razón que motivaría a los pintores y muralistas posteriores, encabezados por Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco a pintar la realidad nacional, con sus respectivos estilos e ideologías.