Trasciende la fama de los sombreros jipi-japa

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Mientras el Sol está el cenit y sus implacables rayos descienden en picada sobre la testa de los transeúntes, José Alfredo Uicab Caamal (Bécal, Campeche, 1975) teje sombreros en un ambiente fresco y acogedor, como estampa que se arrancó a los albores de la humanidad, en el interior de una cueva, fresca y placentera.

La fecha exacta del nacimiento del arte de elaborar manualmente los internacionalmente conocidos sombreros con palma de jipi-japa se pierde en la laberinto del tiempo. “Fueron mis ancestros, abuelos de mis abuelos, quienes comenzaron a trabajar ese tipo de materia prima, fibra que la naturaleza obsequió a una parte de la zona maya”, explicó a Notimex.

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En el año 1800 llegó a Bécal esta planta y desde entonces, generación tras generación, la han trabajado en la elaboración de sombreros, básicamente, y en una serie de artesanías que van desde las réplicas exactas en miniatura de esos accesorios de vestir, hasta finos y delicados aretes, juguetes y monederos que el turista internacional aprecia perfectamente.

“Desde entonces y a partir de la experiencia acumulada con el paso del tiempo, en Bécal se llegó a alcanzar una calidad extraordinaria en la elaboración de sombreros, técnica que desde que somos niños se nos ha ido inculcando”, dijo, y recordó que el fruto de la planta fue vista en la frontera con Guatemala por un comerciante becaleño, y la trajo para acá.

Ese comerciante, oriundo de esta localidad, trajo la planta, “una especie de cebollita”, y la sembró en sus tierras. Pronto generó cogollos que a su vez proporcionan la palma, de la que aprendió a hacer sombreros, primero burdos, luego refinados y actualmente con una calidad de exportación, de acuerdo con lo narrado por el entrevistado en su propia cueva.

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Los antepasados de José Alfredo Uicab Caamal enseñaron a prácticamente toda la gente de esta comunidad a elaborar sombreros. “Gracias a Dios y al trabajo que realizamos, el 60 por ciento de los 11 mil habitantes de Bécal hoy día nos dedicamos a esta actividad; lo interesante es que cada familia trabaja en su propia casa, dentro de su propia caverna”.

Ese sistema de producción, arduo, constante y casero tiene otra ventaja que sólo la labor artesanal puede ofrecer a los nativos de las zonas rurales de México. “Al trabajar en casa, se nos facilita involucrar a los niños para continuar con la tradición y la cultura de hacer sombreros, no con la misma calidad cada día, sino llevarla en ascenso al paso del tiempo”.

José Alfredo tiene tres hijos, de 4, 8 y 12 años de edad, y como aquí cada hogar es una escuela artesanal, ya los tiene involucrados en la elaboración de sombreros. “El de 4 entra a la cueva, le doy la materia prima y con sus manitas se pone a jugar con ella. Todavía no hace nada, pero sí interactúa con la materia que algún día transformará en sombreros”.

Al no ser una producción en serie, cada sombrero es distinto a los demás. No hay en el mundo dos sombreros de jipi-japa iguales. El entrevistado y su familia lo saben, por eso en cada prenda se va un pedacito de su corazón y de su alma, porque en cada sombrero depositan todo su amor y dedicación. “Eso se transmite, y lo sienten quienes los portan”.

En ese sentido, expresó que a esta comunidad han venido numerosas personalidades de los más diversos ámbitos, para salir ufanos llevando puesto un sombrero de jipi-japa. Entre ellos el político inglés Winston Churchill, el actor Humphrey Bogart y el cantante Frank Sinatra, norteamericanos, así como el presidente venezolano Rómulo Betancourt.

Un cliente frecuente es el cantautor meridiano Armando Manzanero, y como él, no pocos toreros. “En la cueva, en la casa y en la tienda, los atendemos como a todos los visitantes, sin alharaca, sin embargo, no falta el vecino que advierte esas presencias y corre la voz, de tal manera que en pocos minutos aquí se llena de curiosos pidiendo foto y autógrafo”.

Orgulloso de sus ancestros, de su familia, de su trabajo y de su cueva, el rostro de José Alfredo se iluminó cuando con voz pomposa subrayó que “efectivamente cada uno de los sombreros que sale de la cueva es distinto a los demás en su dibujo o en el calado o en los colores que combina; cada uno es único, según la emoción del artesano en ese momento”.

Al hablar del proceso creativo, apuntó que para poder obtener una buena materia prima, lo esencial es que la planta tenga dos años de vida, tras lo cual se cosecha. A partir de que la tiene en la mano, le lleva cinco días procesarla para poder comenzar a manufacturar un nuevo sombrero de jipi-japa; del grosor de la palma depende el tiempo de elaboración.

“Hay sombreros que se pueden terminar en dos días, otros en seis, en ocho o 15 días, de acuerdo con el grueso de la palma, característica que va de la mano de la calidad que va a tener el sombrero una vez terminado”, puso en relieve el artesano, quien al ser abordado en su domicilio terminaba de atender a un grupo de turistas subyugado por sus artículos.

En un sombrero de jipi-japa todo es natural. Obtienen los colores de las raíces, cortezas, plantas y frutos que siembran, cultivan y cosechan en los sembradíos de esta localidad. Tal es el caso de chukum, dzalan, achiote, palo tinto y damiana, entre otras muchas más, que los precursores de esta actividad heredaron para obtener los tintes de mil tonalidades.

Debido a la flexibilidad que tiene la materia prima con la que se elaboran los sombreros, éstos se pueden enrollar y al extenderlos nuevamente, recobran su forma original. Nunca pierden su impecable apariencia, su sobria elegancia ni su enorme utilidad. “Gracias a esa característica se pueden empacar para ser llevados a otros países del mundo”, dijo Uicab.

De tal forma, añadió, que el turismo estatal, nacional e internacional se lleva muy bien con el sombrero de jipi-japa. La flexibilidad que le proporciona ser elaborado dentro de una cueva, con el perfecto balance entre temperatura, humedad e iluminación, granjeó a estos artículos un boom excepcional. Consecuentemente, eso trajo bonanza.

“Como toda persona que se siente bien haciendo lo que le agrada, lo que le satisface y lo que le proporciona paz, tranquilidad y los medios para subsistir, yo soy feliz haciendo mis sombreros”, subrayó el entrevistado, cuyo semblante se tornó risueño al comentar que la fibra determina la calidad y la calidad marca el precio de cada una de esas prendas.

“Un sombrero que se fabrica en dos días cuesta 150 pesos, pero uno que requiere, además de la calidad de la planta, una elaboración fina de 15 a 18 días alcanza un precio de hasta tres mil 500 pesos. Pero también, promocionó el entrevistado, hay de palma común para usarse en la cotidianeidad, de 40 pesos. Aquí hay un sombrero de jipi-japa para cada cabeza.