Ubicadas fuera del tradicional circuito turístico de la Ciudad Eterna, las Tumbas de la Vía Latina constituyen uno de los complejos fúnebres de mayor relieve y mejor conservados de la antigua Roma. El parque arqueológico en donde se localizan esos monumentos conserva sustancialmente intacto el aspecto tradicional de la antigua campiña romana, incluidos trechos de la antigua Vía Latina, que conectaba a Roma con la localidad de Casilinum, hoy conocida como Santa María Capua Vetere, a unos 200 kilómetros de distancia. Descubiertas entre 1857 y 1858 por Lorenzo Fortunati, un profesor apasionado de arqueología, las tumbas datan del siglo II de nuestra era, explicó la arqueóloga Francesca Montella en un recorrido con varios medios de comunicación. Dijo que de época más antigua es el pavimentado de roca volcánica de la Vía Latina, trazada definitivamente en el siglo IV antes de Cristo, pero ya utilizada como camino desde época prehistórica. Al lado de esa carretera se conservan numerosos monumentos fúnebres y testimonios históricos que van de la edad republicana hasta el Mediovevo. El primer mausoleo que sobresale en la parte derecha de la Vía Latina es el Sepulcro de Corneli o Barberini, llamado así en honor de la familia aristócrata que fue la última propietaria de la zona. Está constituido por dos niveles sobre una cámara sepulcral subterránea rodeada de un pasillo pavimentado con mosaicos que también era utilizado como sepultura. En la parte externa se conservan decoraciones arquitectónicas en arcilla que originalmente estaban pintadas, mientras el interior tenía bóvedas con frescos en pared de estuco. Un poco más adelante del Sepulcro Barberini, sobre la parte izquierda de la vía, está el Sepulcro Fortunati 25, constituido por una estructura cuadrada, con cámara sepulcral subterránea a la que se accede a través de una escalera con dos rampas de escalones que conservan todavía rastros de su revestimiento original en placas de mármol. Al proseguir por la Vía Latina y sobre la parte derecha se localiza el llamado Sepulcro de los Valeri, cuya estructura elevada actualmente visible fue construida en el siglo XIX sobre el muro original. Enfrente se encuentra el Sepulcro de los Pancrazi, de entre los siglos I y II de nuestra era, así llamado en referencia a una inscripción hallada sobre un sarcófago de cónyuges que cita al colegio fúnebre de los “Pancratii”. El último sepulcro visible al lado izquierdo de la carretera es el de los Calpurni, compuesto por una cámara subterránea que conserva rastros del revestimiento original en enyesado y estuco y en cuyas paredes se abren algunas cavidades en forma de arco en las que se colocaban los sarcófagos. En la parte derecha de la vía, poco antes de que finalice el parque, sobresale la fachada del llamado Sepulcro Bacceli, que es lo que queda de una tumba que se mantuvo intacta hasta 1959, cuando se derrumbó gran parte del edificio. Su estructura es la misma de las tumbas del siglo II después de Cristo, con dos niveles en ladrillo con marcos, ménsulas y trabes decoradas y dos cámaras fúnebres subterráneas, que actualmente no son accesibles. En la zona a las espaldas del Sepulcro de los Pancrazi sobreviven los restos de una villa realizada a fines del siglo I y que estuvo habitada hasta el siglo VI, cuando Demetriade, descendiente de la familia de los Anicii, hizo construir una basílica dedicada a San Esteban, que fue meta de peregrinaje hasta el siglo XIII y cuyos restos son aún visibles. “Las decoraciones de las tumbas representan algunos de los ejemplos más sobresalientes del arte romano del siglo II después de Cristo”, dijo Montella.