Agencias / La Voz de MichoacánSergio Checo Pérez no es un florero de adorno. Lo entiende la Fórmula 1 y lo sabe mejor que nadie su escudería, Red Bull Racing. El mexicano aterrizó en un lugar de máxima exigencia con un margen de error reducido al máximo. Y es normal, porque de eso se trata la élite. Recibió miradas de sospecha y soslayo a nivel interno y externo. Pero ha despejado todas las dudas que despertó gracias a un método anormal que consiste en asumir un rol secundario y obrar por el bien colectivo. Por eso es el 'Ministro de Defensa', como lo ha catalogado la propia Fórmula 1. En el juego de las analogías políticas, Checo tiene claro que no puede aspirar a la presidencia, porque la banda y la silla le pertenecen a Max Verstappen. Esa realidad, que ha tumbado a otros mercenarios del protagonismo, es un aliciente para Pérez. El mexicano abraza el rol que tiene y lo pule con el esmero de quien ha vencido el individualismo desde hace mucho tiempo. Sin el trabajo sucio del mexicano, Verstappen no habría podido coronarse como campeón del mundo. Los bloqueos a Lewis Hamilton, que tanta rabia causaron en Mercedes y especialmente a Toto Wolff, fueron el guiño que necesitaba el neerlandés para tomar al toro por los cuernos y adueñarse de la cima. En la Fórmula 1 se premia a un solo piloto, pero pocos deportes teóricamente individuales reúnen tantos requisitos emanados del colectivismo. Si en el futbol, basquetbol y el americano se precisa de un perfecto equilibrio de egos, en el automovilismo hay que tener claro que vivir a la sombra puede ser el acto más generoso posible. El Gran Premio de Sakhir 2020 que conquistó Checo, todavía en Racing Point, fue la recompensa ideal para una década de sacrificios y pasajes agridulces. Su vocación por la solidaridad no le ha impedido cosechar 15 podios durante su estancia en la Fórmula 1. El tapatío ha comprobado que el sentido asociativo también trae grandes éxitos. De los inicios prometedores en Sauber a la frustración en McLaren. Los segundos aires en Force India y Racing Point. Y luego el punto actual, el peldaño más alto de su carrera como coequipero del monarca mundial. Pérez ha navegado contracorriente cuando ha tenido que hacerlo y también se ha adaptado al máximo nivel cuando no tiene otra opción. Esa flexibilidad lo convierte en un competidor de primera línea que no desentona en un entorno plagado de perfeccionistas. No le seduce el hambre de reflectores que tienen Pierre Gasly, Daniel Ricciardo o Alex Albon. Sin pretenderlo, Checo ocupa ya un sitio de honor entre el público general y en especial para los aficionados mexicanos. Los Grandes Premios en Ciudad de México lo confirman como un ídolo moderno para la afición tricolor. Drive to Survive, la serie de Netflix que disparó la fama de la F1 entre el público ajeno, entendió que el mexicano debía formar parte primordial del pastel. Un país fanático de los deportes, ávido de referentes, y con 126 millones de habitantes no se puede ignorar. Equivaldría a un suicidio comercial. Durante su carrera en la F1, el piloto mexicano ha conseguido un total 15 podios. El piloto mexicano cumple sus encomiendas en la pista y en el espinoso mundo que implica el estrellato. Ningún pastel está completo sin México. Quien quiera presumir de una industria exitosa en el mundo del deporte tendrá que pasar la prueba de fuego que implica conquistar al público mexicano. No es fácil, sobre todo porque la Fórmula 1 no tenía un representante de élite desde las épocas de Pedro Rodríguez. Tuvo que llegar Sergio Pérez, un nombre que no dice nada por sí mismo si no se acompaña de 'Checo', para retorcer la narrativa y estallar el furor en su país. Y es que no basta con incluir nacionalidades por gusto en una estrategia tribunera para quedar bien y complacer. Hay que colocar a alguien capaz de corresponder a las demandas deportivas, comerciales y sociales. Desde sus inicios en la Escudería Telmex, Checo entendió que no era alguien normal. Su talento trabajado debía llevarlo a ocupar el vacío que la industria tenía disponible. Hoy en día Sergio Pérez no es el sucesor de nadie. No es el nuevo Hugo Sánchez ni el nuevo Julio César Chávez. Es él mismo luchando contra la historia desde un rol secundario que, paradójicamente, le ha permitido ganar una popularidad mundial que desearían otros deportistas con la recámara llena de trofeos. Al amparo del presidente Verstappen, Sergio Pérez es el mejor Ministro de Defensa del orbe.