Agencias / La Voz de Michoacán. Cuando cayó el segundo gol de Cristiano Ronaldo, el Camp Nou se convirtió en un cementerio. Se hizo un silencio tan denso que casi se podía cortar con una navaja. Mientras, en la cancha, los 11 jugadores merengues celebraban su hazaña. Por primera vez desde que Pep Guardiola cambió el rumbo de la rivalidad más grande del futbol mundial, el Real Madrid fue abrumadoramente superior al Barcelona. Sin peros ni pretextos. El 3-1 fue el fiel reflejo de lo que pasó en la cancha… y pudieron ser más. En un principio, sin embargo, los blaugrana parecían dispuestos a olvidar el mal momento y a acallar las dudas. Durante 13 minutos, acorralaron al archirrival. Sin precisión, pero con ganas. Con esa dinámica que se había quedado en el vestidor en Milan. El estadio respiraba una noche histórica. Y lo fue, pero no por las razones que esperaba la fanaticada culé. En cuanto Cristiano Ronaldo tomó la pelota y ganó un mano a mano a Gerard Piqué, la suerte estaba echada. El central lo derribó para un penal clarísimo y se cayó el castillo de naipes culé. Tras el cobro, centrado pero efectivo de Ronaldo, el partido quedó exactamente como lo quería José Mourinho. Sus dirigidos nunca se habían sentido tan cómodos en el Camp Nou. Con el sello del portugués, se pararon firmes en defensa y apostaron al contragolpe. El Barça, mientras tanto, cayó en el caos absoluto. Iniesta y Cesc se estorbaban en la banda izquierda. Messi regresaba tanto a recoger el balón que se amontonaba con Xavi. Pedro gastaba sus esfuerzos tirándose clavados en el área. Y si en la parte táctica los blaugrana eran un desastre, en la parte anímica la cosa era peor. Todos los balones divididos eran merengues. Nadie mostraba carácter para tomar el esférico y repartirlo. Xavi estaba siempre un paso por detrás, Cesc elegía las peores jugadas cada vez que tenía la pelota. Y Messi… Messi no era ni siquiera el jugador que trataba de resolverlo todo él solo contra el Milan. Esta vez, el mejor jugador del mundo simplemente decidió no salir a la cancha. Sólo Iniesta lo intentaba pero, por más crack que sea, el camisa 8 no puede ganar los partidos solo. Así transcurrieron los minutos, el Barça desorientado y el Real Madrid siempre concentrado, siguiendo a la perfección el planteo táctico de Mourinho. Con ese 4-2-3-1 que ha usado siempre y que los jugadores se saben de memoria. Como nunca, se notó la diferencia en la banca. De un lado estaba un técnico que ha ganado dos veces la Champions League y del otro uno que no era ni siquiera el asistente el año pasado. Pan comido para “The Special One”. Era entonces cuestión de tiempo para que el Real Madrid definiera el encuentro, y llegó al minuto 57, en otro contragolpe donde Di María humilló por completo a Carles Puyol antes de disparar a puerta. El tiro, rebotado, llegó a Cristiano Ronaldo. En ese momento, el mundo entero sabía lo que iba a pasar y, cuando el portugués definió con un disparo perfecto, empezó el funeral en el Camp Nou. Todavía Raphaël Varane puso el último clavo en el ataúd, y quizá definió un nuevo rumbo en el futbol español. Alba puso un poco de maquillaje al marcador, pero no cambió nada la sensación que deja el partido. Habrá un segundo capítulo entre ambos el próximo sábado, aunque no será más que un ensayo para lo que realmente importa, los partidos de vuelta de Cuartos de Final de la Champions League. Y mientras en Madrid nadie duda que los merengues puedan vencer al Manchester United, en Barcelona se preguntan cómo podrán hacerle tres goles al Milan sin recibir uno solo.