Agencias / La Voz de MichoacánRingu (nombre en japonés de la película y de la novela escrita en 1991 por Koji Suzuki) está inspirada en ‘El fantasma de Okiku’, una desgarradora historia que habría sucedido durante el siglo XIV en Japón. La historia que todos conocemos se centra en Samara (Sadako) una adolescente con dotes sobrenaturales que es arrojada dentro de un pozo por su madre adoptiva, cuando Esta descubre que sólo existe maldad en su corazón y deseos de hacer daño. Aunque en la historia de 'El Aro' intentan explicarnos el origen de la maldad de Samara en otras secuelas, El Aro 2, El Aro 3 y El Aro 4, la mal que habita en la adolescente es abrumador, ya que sólo existe por el puro deseo de provocar sufrimiento a los demás. Sin embargo, la historia real posee un secreto aterrador que justifica por completo la maldad de "la niña del aro". La niña del aro en la vida real, en realidad no existe, ya que de hecho se trata de la historia de una joven sirvienta que servia a un "honorable" samurái llamado Tessa Aoyama. Okiku, el nombre de la sirvienta, era una bella joven de largos cabellos negros, piel de porcelana, ojos grandes y labios rojos que lograba cautivar a cualquiera que la mirara. Su belleza e impoluta moral llenaron de honra a la familia de Okiku, pues gracias a estos dos atributos fue invitada por la aristocracia a trabajar en el Castillo de Himeji, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, para resguardar los tesoros que albergaba en su interior. Entusiasmada ante la propuesta, Okiku aceptó sin saber que al hacerlo estaba firmando su sentencia de muerte. La responsabilidad de la sirvienta era cuidar 10 platos de oro y además servir al samurái Tessa Aoyama, quien se obsesionó con la joven desde la primera vez que la vio. El samurái Tessa, que era un hombre casado, le pidió a su sirvienta que fuera su amante y a cambio tendría riqueza. Okiku que tenía una moral intachable lo rechazó. En venganza, el samurái decidió esconder uno de los platos que la joven guardaba y la culpó de robarlos. La joven intentó explicar su inocencia, pero nadie la escuchó, ni siquiera su familia que tanto la amaba creyó en sus súplicas. Okiku sabía que, además de la deshonra que las acusaciones traerían a su familia, sería encarcelada, torturada y ejecutada, por lo que, convencida de que no había salida, se quitó la vida lanzándose a un pozo a las afueras del Castillo de Himeji. El fantasma de Okiku: la venganza de un espíritu inocente Tras la muerte de Okiku, el samurái perdió la cordura e incluso empezó a soñar que el cuerpo de la joven, ya en estado putrefacto, se arrastraba fuera del pozo. Ayoma le tenía miedo a la noche porque cada vez que se iba a dormir los gritos del "espíritu vengativo" de la joven lo despertaban. En sus sueños ella aparecía en el castillo contando los platos a su cargo, pero cuando se daba cuenta de que le hacía falta uno, el Yurei, que en japonés significa “alma apagada o espíritu apagado”, se volvía violento. Harto de la apración de Okiku, el samurái decidió dejar de dormir. Sin embargo, el séptimo día (siete días en la película) su cuerpo que ya no resistía el cansancio y su mente confundida hizó que perdiera la cordura. El hombre colapsó. Un derrame cerebral sería la cuasa de muerte de Tessa Aoyama, quien fue encontrado en su habitación con la cara pálida de terror y una carta en la mano donde confesaba su delito. \ El pozo de okiku y la leyenda que inspiró 'El Aro'. Aunque el Castillo de Himeji existe y también 'El pozo de Okiku', que se encuantra fuera en las periferías de la fortaleza construida entre 1333 y 1346, esta historia no es del todo real, ya que se cree podría tener elementos que forman parte del imaginario colectivo. Sin embargo, la leyenda de Okiku es real y muy popular en Japón. Por otro lado, lo que llama la atención es que, en la vida real, el pozo, donde supuestamente se quitó la vida Okiku, está rodeado por unas gruesas barras de metal y una lápida redonda de cémento que impide ver lo que hay al interior. De igual forma, se dice que el alma en pena de Okiku deambula por los angostos pasillos del castillo, con su largo cabello negro cubriéndole la cara y el vestido blanco que lleva como símbolo de su desgracia.