EFE / La Voz de Michoacán Ciudad de México. Si hubiese que quedarse con un rasgo del actor mexicano Ignacio López Tarso, fallecido este sábado a los 98 años debido a una oclusión intestinal y una grave neumonía, sería su naturaleza incombustible. Prácticamente nunca dejó de actuar a lo largo de casi un siglo de vida en el que cautivó a millones de mexicanos. Los actores que trabajaron con él coinciden en su pasión por el trabajo en las tablas. Y fuera de ellas, pues aunque su medio favorito en los últimos años fue el teatro, el veterano intérprete tuvo también una estrecha relación con el cine y la televisión. López Tarso nació un 15 de enero de 1925 en la Ciudad de México y siempre fue un apasionado de la actuación en cine, teatro y televisión y sólo paró cuando lo atacaron las enfermedades o durante la pandemia de la covid-19. De hecho, hasta este 2023, López Tarso (1925-2023) era una de las pocas figuras que quedaban vivas todavía de la llamada Época Dorada del cine mexicano (1936-1959). Durante esa época se le pudo ver luciendo porte y bigote junto a estrellas inmortales como María Félix en filmes como "La estrella vacía" (1958). El talento del actor le llevó a trabajar con los mejores, destacando entre ellos el cineasta español exiliado en México, Luis Buñuel. Juntos, López Tarso y Buñuel llevaron a la gran pantalla "Nazarín" (1959). Pero más allá de su colaboración con el genio español, el actor participó en más de 50 películas a lo largo de su vida. Y le parecían pocas, según reconoció en una entrevista en 2016 con motivo del festival de artes escénicas Cervantino. "Si en mi vida he hecho 50 películas, pues es muy poco. Y de las 50, tengo unas 20 que me gustan, otras 20 que son regulares y 10 que ni mencionarlas. Mejor las olvidamos", apuntó entonces. Su trayectoria le hizo valedor en dos ocasiones del premio a mejor actor en los premios Ariel del Cine Mexicano. Una fue en 1973 por la película "Rosa Blanca" y otra en el año 2007, el cual fue un reconocimiento a su trayectoria fílmica. En televisión también hizo méritos para ganarse el cariño del público y la crítica, con la participación en series como "El derecho de nacer" (1981). En los últimos años se le vio mucho por los teatros con obras como "Un Picasso" o "Una vida en el teatro", esta última una pieza de David Mamet estrenada en 2019 que sirvió al actor como pretexto para hacer un repaso a su trayectoria teatral junto a su hijo Juan Ignacio Aranda. En su boca se han puesto las palabras de muchos de los mejores dramaturgos del siglo XX, como Arthur Miller, Luigi Pirandello o Eugene Ionesco. El actor tiene el honor de que en Ciudad de México haya un teatro que lleva su nombre, un hecho que, tras su fallecimiento, se vuelve todavía más relevante para honrar su talento y memoria. Al margen de su vocación artística, exploró otros terrenos como la política, rubro en el que logró ser diputado federal por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) desde 1988 hasta 1991. En julio de 2019, López Tarso opinó sobre el cambio político vivido en el país y realzó la labor del partido de sus amores, el PRI, que gobernó más de 70 años en México. "Ya era tiempo de que viniera otro partido con la fuerza suficiente para desplazarlo (al PRI) es bueno el cambio de gobierno y de estilo de gobernar, es bueno para México, así van a descubrir que lo mejor que han tenido es el PRI", aseguró el actor en una entrevista. En la misma, se negó a opinar sobre la labor del actual presidente, Andrés Manuel López Obrador, quien gobierna desde el 1 de diciembre de 2018 tras ganar con el izquierdista Movimiento Regeneración Nacional (Morena). El apellido López Tarso no es del todo real, pues el nombre auténtico del actor es Ignacio López López. Cambiarlo fue una recomendación del escritor Xavier Villaurrutia, quien le advirtió que con un nombre tan común no alcanzaría el éxito. El "Tarso", se lo debe al apóstol romano San Pablo, pues era originario de la ciudad de Tarso, en Turquía, un nombre que sedujo al actor y le acompañó durante sus éxitos. El actor, inconfundible por su abundante pelo gris, su tez café y unos ligeros rasgos indígenas, falleció con la certeza de haber hecho hasta el último minuto lo que más amaba: subirse a un escenario, jugar a ser otra persona para, así, contar historias a la gente.