Gustavo Ogarrio ¿Es posible leer un clásico latinoamericano como Gabriel García Márquez alejado de las lecturas absolutamente “triunfales” de su obra? ¿Cómo salir de la ensoñación que provoca la figura de Macondo para adentrarse en temas menos “felices” como la destrucción inevitable de toda civilización o la trágica relación entre memoria y olvido? Bastaría con analizar, en toda su complejidad artística y mítica, el comienzo de “Cien años de soledad” (“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo…”) para presentar el tema del olvido, la reminiscencia problemática del pasado en América Latina y de su poder transversal en toda la obra de García Márquez. En el comienzo de la novela de García Márquez, el coronel Aureliano Buendía detona su propia evocación del pasado como una de las formas por excelencia en la cultura latinoamericana para tomar la palabra: se recuerda para nombrar el mundo y para describir la génesis de una civilización a través de la familia de los Buendía; un recuerdo furtivo en condiciones extremas como el acto que funda el relato mismo y que busca las imágenes que le den sentido a la vida, a la muerte, a la “nada”; imágenes del origen y una evocación de las primeras cosas pero también de la nostalgia infantil por el mundo perdido. Evocación y memoria resuenan en la perspectiva de un narrador-testigo de enunciación mítica y que da origen al relato novelesco: la memoria personal, que es también colectiva en lo que evoca, irrumpe en la conciencia del coronel Aureliano Buendía justo en el relámpago de su fusilamiento fallido y con este gesto la novela asegura, desde el inicio, ese tono de epopeya que se despliega a través de los tiempos perplejos de la soledad humana.