Agencias / La Voz de Michoacán Ciudad De México, 15 de mayo.- El cine no sería llamado el séptimo arte ni tampoco Hollywood la boyante industria cinematográfica universal sin ellos... sus maestros, que han hecho de sus películas obras de arte y de sus trabajos como directores auténticas cátedras referentes para las nuevas generaciones. Son los siete maestros, que como en todo conteo faltarán algunos y sobrarán otros, del ya extinto celuloide sin cuyas aportaciones ni enseñanzas no hubieran existido laureados filmes como Pulp Fiction, Trainspotting, Requiem For A Dream, Forrest Gump o The Artist ni tampoco éxitos palomeros como The Avengers, Avatar o las sagas de Harry Potter, El Señor de los Anillos y Batman. Alfred Hitchcock, el master del suspense El genio británico que curtió su carrera en Hollywood haciendo que los espectadores se acabaran las uñas, salieran roncos o con taquicardia de la función tiene nombre y apellido… Alfred Hitchcock. "Para mí, el cine son cuatrocientas butacas que llenar", sería más que una cita una declaración de principios de un realizador fílmico que indagó en lo más profundo del psique del ser humano para plasmar sus más recónditos miedos y frustraciones. Con un legado de más de 60 filmes, entre ellos auténticas joyas como The Birds (1963), Psycho (1960) y Vertigo (1958), Hitchcock marcó dos cambios fundamentales en la manera de hacer cine comercial, con el uso del suspense y su incesante búsqueda por ofrecer un profundo retrato sicológico de sus personajes, y ni hablar de su culto al ego con sus creativos cameos (apariciones fugaces en la pantalla grande) en sus cintas. Stanley Kubrick, el ojo clínico en 35mm La aguda y perfeccionista mirada del cineasta neoyorquino Stanley Kubrick le valió que en tan sólo 13 largometrajes se convirtiera, sin necesidad de contar con un Oscar en la biblioteca, en un referente obligado de cómo hacer cine y no simples películas. Hay elementos en común en su cinematografía, como la perspectiva frontal de un punto, que consiste en mostrar estructuras paralelas que parten desde la parte central de la pantalla. Esta simetría desconcierta al espectador, quien más que nunca se siente como un protagonista en la historia. Un ejemplo de esto es la escena del triciclo en The Shining (El Resplandor, de 1980) cuando, antes de que Jack, el protagonista, se volviera loco y atacara a su familia, su hijo, el pequeño Danny, maneja su vehículo de tres ruedas por los pasillos de un hotel aparentemente desierto. Allí uno aprecia el ángulo de mira del protagonista y, al pensar qué verá al voltear la siguiente esquina, se estremece. Todo ello gracias al uso de un entonces nuevo aparato llamado steadicam (estabilizador de cámara, cuyo sistema permite llevarla atada al cuerpo del operador mediante un arnés; compensa los movimientos del operador, mostrando imágenes similares al punto de vista subjetivo del personaje). Woody Allen, el sarcasmo detrás de las gafas Pocos, muy pocos, cuentan con el ácido sentido del humor de Woody Allen y todavía mucho menos han sido capaces de plasmarlo en la arrogante industria de Hollywood, con el aplauso de la crítica y los dólares de la audiencia, quizá sólo el realizador judío de grandes gafas y corta estatura. "Mis padres no solían pegarme; lo hicieron sólo una vez: empezaron en febrero de 1940 y terminaron en mayo del 43", sentenció en uno de sus guiones, en específico en el de Días de Radio (1987). Además de hacer cine de autor, la aportación de Woody al cine se finca en la manera de contar sus historias que dejan entrever los miedos, dudas, angustias e interrogantes acerca de la muerte, del sentido de la vida (con apelaciones casi siempre irónicas a las religiones como paliativo de esa desestabilización existencial), o bien alusiones a la fragilidad del cuerpo, al rol de la terapia, médica o sicoanalítica, y a la gravitación obsesiva del sexo. Luis Buñuel, un perro andaluz Una cuchilla de afeitar corta el ojo de una mujer por la mitad. Un señor de mediana edad, le arroja un cubo de agua a una joven, desde el compartimento de un tren. Un hombre se vuelve medio loco cuando se imagina que todos los feligreses se ríen de él en el interior de una iglesia. Son algunas de las escenas de Luis Buñuel con su peculiar manera de ver el cine. Este español universal -mucho antes que Pedro Almodóvar, quien aún entonces ni nacía- que hizo del surrealismo su primera gran obra con Un Perro Andaluz (1929), parte de su invaluable obra la realizó en México durante su exilio (Los Olvidados, El Bruto y Ensayo de un Crimen, en 1950, 1953 y 1955, respectivamente), pues de las 32 cintas con las que cuenta su filmografía 21 las rodó en nuestro país. Con filmes como Viridiana (1961), El Ángel Exterminador (1962) y Simón del Desierto (1964), Buñuel se erigió como un genio incomprendiod para su época y país, gracias a su manera de concebir el cine con un lenguaje onírico, lúdico, obsesivo y reclacitrante para una sociedad demasiado atrasada para entenderlo y aquilatarlo. Francis Ford Coppola, el padrino de Hollywood Las obras más aclamadas y distintivas de Francis Ford Coppola son, sin duda alguna, The Godfather y The Godfather II, de 1972 y 1974, ambas adaptaciones del bestseller homónimo del novelista italoamericano Mario Puzo. La primera es una de las más reconocidas y elogiadas de todos los tiempos, que le hizo acreedor a dos premios de la Academia por Mejor Película y Mejor Guión Adaptado (que compartió con Puzo por co-escribirlo); mientras que la segunda es la secuela más apreciada en la cinematografía estadunidense (la única secuela en ganar un Oscar), con la que recibió un premio de la Academia por Mejor Director. Con la trilogía de El Padrino, Ford Coppola catapultó el cine de las familias de la mafia a niveles de culto, en gran parte por las excelsas actuaciones de Marlo Brando (Vito Corleone) y Al Pacino (Michael Corleone), dejando claro que una adaptación cinematográfica puede ser igual de buena que la novela original, sin perder un ápice de su narración. Charles Chaplin, sin palabras Es el genio de las risas en silencio, un fuera de serie y un hito del cine mundial con bombín, bigotito y bastón, pues a través de su inmortal personaje de El Charlot hizo reír, llorar y pensar a varias generaciones, al grado que bien se podría decir que el séptimo día en que Dios descansó… Charles Chaplin aprovechó e hizo el concepto de cine. No importa que sea cine silente, con ausencia de color y realizado a principios de la pasada centuria su obra se mantiene vigente en el Siglo XXI, gracias a tesoros de la filmografía mundial, tales como The Kid (1921), The Gold Rush (1925), Modern Times (1936), The Great Dictator (1940) y Limelight (1952). La más grande aportación de Chaplin es haber inventado un lenguaje propio que todo el mundo podía comprender, y cuyo mensaje por ende se hizo universal, y todo ello sin necesidad de palabras. George Lucas, el máximo Jedi del cine Detrás de una fisonomía del clásico tío bonachón con bigote y cabello cano campiranos se esconde el verdadero Jedi de Hollywood, el ideólogo de Star Wars que en una época muy, pero muy lejana, allá por 1977, cambió para siempre la manera de hacer y ver cine de ciencia ficción. Visionario y amo del merchandising de sus saga, con su productora Lucasfilm Ltd. demostró que la fuerza estaba con él y de su obra hizo una franquicia, cuya empresa se cotizó en nada menos que 4 mil millones de dólares, cantidad que recientemente pagó Disney por quedarse con ella. George Lucas revolucionaría los cines con su sistema THX, que fue desarrollado para mantener los más altos estándares de calidad para la proyección de una película. Además se puede jactar de que vendió la División de Gráficos por computadora de Lucasfilm a Steve Jobs de Apple Computers, lo que ahora se conoce como Pixar.