Adrián Bucio/ La Voz de Michoacán. Morelia, Michoacán.- A Adolfo siempre le ha gustado eso de la lucha libre. Lo confiesa. Desde muy pequeño, dice, comenzó en el mundo de las maromas, llaves, contra llaves, espaldas planas, candados, avioncitos y hurracarranas. Cuenta que a sus casi sesenta y cinco años, el cuadrilátero todavía es fiel testigo de sus actuaciones; no importa la edad, “el truco es saber caer”, afirma. Nos encontramos en el Albergue para Indigentes del Cristo Abandonado. Son las dos de la tarde. El sol pega de lleno y estira las sombras hasta el final delos pasillos. Afuera, la luz diurna alumbra los edificios y calienta el pavimento, lo convierte en un comal inmenso. Aquí adentro enardece todo, hasta las ideas. El edificio del albergue es grande y viejo. Visto desde afuera parece inhabitado, solo, quieto; abandonado. Tiene unos muros color verde claro, casi blanco, con polvo que se trepa al aire de vez en cuando. En la fachada hay una puerta grande y espaciosa, una rampa para los discapacitados y seis ventanas opacas en el techo. Sobre la pared, un elemento luce: un letrero con la leyenda “paz y bien”. El instituto donde nos encontramos pertenece a una baraja de organizaciones que enfocan sus tareas diarias a cuidar la vejez, y en este caso, la indigencia como añadidura. El Patronato de Nuestra Señora de Guadalupe para la atención al anciano, el Asilo del Divino Redentor, la Residencia Vasco de Quiroga y el asilo Miguel Hidalgo son algunos otros ejemplos. Todos cuentan con instalaciones especializadas para los adultos mayores. Para más información consulta la edición impresa de La Voz de Michoacán del 12 de febrero de 2017. Checa este video que habla sobre los indigentes.