Luchador incansable: historia en un asilo

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Adrián Bucio/ La Voz de Michoacán
A Adolfo siempre le ha gustado eso de la lucha libre. Lo confiesa. Desde muy pequeño, dice, comenzó en el mundo de las maromas, llaves, contra llaves, espaldas planas, candados, avioncitos y hurracarranas. Cuenta que a sus casi sesenta y cinco años, el cuadrilátero todavía es fiel testigo de sus actuaciones; no importa la edad, “el truco es saber caer”, afirma.
Nos encontramos en el Albergue para Indigentes del Cristo Abandonado. Son las dos de la tarde. El sol pega de lleno y estira las sombras hasta el final delos pasillos. Afuera, la luz diurna alumbra los edificios y calienta el pavimento, lo convierte en un comal inmenso. Aquí adentro enardece todo, hasta las ideas.
El edificio del albergue es grande y viejo. Visto desde afuera parece inhabitado, solo, quieto; abandonado. Tiene unos muros color verde claro, casi blanco, con polvo que se trepa al aire de vez en cuando. En la fachada hay una puerta grande y espaciosa, una rampa para los discapacitados y seis ventanas opacas en el techo. Sobre la pared, un elemento luce: un letrero con la leyenda “paz y bien”.
El instituto donde nos encontramos pertenece a una baraja de organizaciones que enfocan sus tareas diarias a cuidar la vejez, y en este caso, la indigencia como añadidura. El Patronato de Nuestra Señora de Guadalupe para la atención al anciano, el Asilo del Divino Redentor, la Residencia Vasco de Quiroga y el asilo Miguel Hidalgo son algunos otros ejemplos. Todos cuentan con instalaciones especializadas para los adultos mayores.
La wilson, la nelson y el tirabuzón
Estamos en el comedor del albergue. Sólo unos cuántos platos vacíos figuran sobre la mesa solitaria. Se escuchan voces. Los demás ancianos hacen sonidos a lo lejos, como si fueran una ola de ruido,se mezclan en la plática cada que tienen la oportunidad. Adolfo está sentado ahí, en una silla.
Luego de un rato,se sincera: lleva la lucha en la sangre. Y eso es algo que le consta a quien le conoce. Dice que esa cualidad viene desde sus familiares, de su árbol genealógico, cuando su abuelo se subía al ring y peleaba por el campeonato del mundo. “Yo iba al gimnasio a verlo, le llevaba su cena, su chamarra y su mochila”, comenta.
Huracán Ramírez fue el pseudónimo que usó su abuelo para luchar. Y fue un grande del cuadrilátero; Adolfo menciona que incluso llegó a pelear con grandes personalidades del ámbito luchístico.
“Ya luchaba, con el hijo del… con el… el papá del Santo. Eran compadres, eran amigos y se querían como hermanos”, platica.
Sin embargo el debut de Adolfo en la lucha libre, explica, se dio por un accidente automovilístico que sufrió su abuelo y otros luchadores.

Sigue todo el reportaje en la edición impresa de este 12 de febrero de 2017. Aquí te compartimos el documental que aborda la historia de cuatro adultos mayores que residen en el Albergue para Indigentes del Cristo Abandonado, entre ellos Adolfo.

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