Adrián Bucio/ La Voz de Michoacán Morelia, Michoacán. Richard deambula por su bodega de sillas de ruedas. “Aquí trabajamos personas con discapacidad, no incapacitados”, dice. Se trata de un lugar pequeño con olor a madera, en donde el sol cae a plomo sobre el techo (donde lo hay) y sobre los trabajadores que pintan, cosen, engranan, martillan, enroscan, pegan, despegan y reconstruyen aparatos para el mundo de la discapacidad. Richard St. Denis es un estadounidense de 63 años de edad nacido en Florida.Su fundación, llamada Proyecto Acceso al Mundo, se encuentra en Jocotitlán, un pueblo del Estado de México en donde parece que el silencio se quedó a vivir, porque todo está tan quieto, tan sin ruido, que uno puede oír sus pisadas tronar en el suelo y luego verlas desvanecerse en un eco que va de casa en casa, de techo en techo, trepándose por los tejados hasta desaparecer.También, muy a lo lejos, se pueden oír los pasos de los otroscomo un “plas, plas”, cuando caminan por las calles estrechas y pandeadas que gusanean entre sí y conducen al centro del municipio. En este sitio Richard fundó un taller en donde se reconstruyen sillas de ruedas y se adaptan a las necesidades de cada discapacitado. Luego se donan de forma gratuita. “Sillas activas para niños” dice en un almacén en cuyos nichos se encuentra un aproximado de 10 aparatos. “Sillas para adulto”, dice en otro. Algunos espacios están dedicados a las refacciones, a los tornillos, la tela, los rieles, rines, respaldos, empuñaduras. En otros rincones, hombres y mujeres que viven dentro de la discapacidad se encargan de armar estos dispositivos. Proyecto Acceso al Mundo trata de concebir la idea de una realidad en la que los discapacitados trabajan, laboran, crean y funcionan como cualquier otra persona. Así lo hacemos aquí. Porque somos eso: personas”, menciona el fundador Richard. Contraria a los problemas de discriminación, inaccesibilidad y olvido hacia los discapacitados, esta bodega parece ser un espacio sacado de otra realidad. Uno de los trabajadores, el que está componiendo una rueda, descompuso su espalda cuando se cayó de un árbol.El que suelda, perdió la mano. El que martilla, fue electrocutado y toda la movilidad se le fue de los pies. Unos, se encargan de pintar un respaldo de color guinda. Otros, manejan la sierra eléctrica y cortan metal. Unos y otros, durante mucho tiempo estuvieron dentro del 70 por ciento de discapacitados desempleados que, según un estudio de la revista Forbes México, hay en el país. ¿Por qué México? La primera vez que el estadounidense Richard St. Denis donó una silla de ruedas se impresionó tanto que, al poco tiempo, tuvo que volver a cruzar la frontera entre Estados Unidos y México.Corría el año de 1997.Un pastor norteamericano lo invitó a una ex hacienda en Dolores, Hidalgo para ayudar a una niña discapacitada. Él aceptó. Después de llegar a tierras mexicanas, lo que era una persona en busca de ayuda se volvió una treintena. “Vi cómo se acercaba la gente y se amontonaba. Todos eran discapacitados en pobreza extrema que salían de sus casas hacia nosotros. Algunos usaban ramas de árbol para caminar. Otros se arrastraban. Había mamás que los llevaban colgados en la espalda, con el zarape envuelto en los hombros. Yo me sorprendí: donamos una silla de ruedas pero se quedaron 29 personas sin nada. ‘Algo no anda bien’, pensé”, rememora el estadounidense. Regresó a Colorado, Estados Unidos. Poco tiempo después decidió volver a México en una camioneta sin conocer leyes ni reglas. Solamente iban él y las 15 sillas de ruedas que se apretujaban entre sí en la parte trasera. Manejó 33 horas sin saber que ese trayecto se volvería cada vez más cotidiano para él, casi como una parte de su vida, durante los siguientes años. “Me topé con un México inaccesible. Pero también noté que la gente vive sin esperanza. Cuando algunas personas se ven en una discapacidad tienden a quedarse en su casa, en esos cuatro muros. ‘Incapacitado’, ‘minusválido’, ‘inválido’ y demás adjetivos les son atribuidos. A veces ellos se lo creen tanto que dejan de salir, dejan de moverse. Hay que convencerse de que el mundo es la casa de todos, discapacitados y no discapacitados, y que todos podemos hacer uso de él”, asegura Richard St. Denis. Luego de varios años de idas y venidas en camioneta, y de haber donado (junto a otros colaboradores) sillas de ruedas en países como Afganistán y Vietnam, el estadounidense decidió mudarse a México y fundar “Proyecto Acceso al Mundo” en 2008. Ahora, con 10 años de vida, dicho emprendimiento ha creado escuelas especializadas, proyectos de adaptación de infraestructuras para la discapacidad, campamentos, fomento de actividades deportivas y juegos tenis semanales para discapacitados. “Algo empezó a hablar en mí. ‘Tienes que enfocarte aquí en México’, me decía. Y me quedé”, comenta. -Y ahora, en tiempos de Trump, ¿sigue pensando que es buena idea?, le pregunto. -Ahora es mejor idea. -¿Cómo interpretan su labor los estadounidenses? -Algunos, bien. Otros no tanto. Hay de todo. Hay personas que me dicen “no les des sillas de ruedas a los mexicanos, las usarán para cruzar la frontera”. Pero por otro lado, te puedo decir que el 80 por ciento de los fondos de Proyecto Acceso al Mundo provienen de estadounidenses que quieren donar y ayudar.