Estrellita Fuentes, colaboración especial Tingambato, Michoacán.- Inicialmente se trataba de una invitación por parte del ayuntamiento para que les impartiera un taller de comunicación para los voluntarios que hacen la radio comunitaria en Tingambato, Michoacán este viernes pasado, pero como ocurre usualmente (o por lo menos a mí me pasa), una vez que te metes de lleno en la dinámica de la comunidad, te invitan a todo, incluyendo como en este caso a la celebración de una de sus fechas más emblemáticas del año: la Fiesta del Niño Dios, el 7 de enero. Ese viernes 6 conocí a doña Caro en el taller de radio. Una mujer ya de edad, con su cabello blanco recogido en trenza, de rostro moreno, y surcos marcados en la frente, quien estudió enfermería en Zacapu, y de ahí se fue a trabajar a la clínica del IMSS de Uruapan, hasta que se jubiló. Ahora tiene un programa semanal que se transmite en el 99.3 de FM, la radio comunitaria. - ¿Cómo fue el giro que dio de ser enfermera para elegir la herbolaria? -, le pregunté. La mujer me narró que fue durante su etapa estando en el área de pediatría cuando descubrió lo que ahora es su vocación. – Al principio me daba miedo – dijo, - porque como los niños están tan tiernitos yo sentía que, si les ponía una aguja para un suero, los iba a atravesar. Pero ya con la práctica me di cuenta de que son de más fácil manejo, y se curan mucho más rápido que los adultos. Ahí aprendí a curarlos de empacho, de la molleja sumida, de susto y hasta del mal de ojo…-. En eso volteó y vio mi expresión de sorpresa, y continuó: - Sí, mire: cuando tienen un ojo más chiquito y están muy llorones, seguro traen mal de ojo-. Al final de nuestra amena charla me dijo: - Estrellita, véngase mañana sábado en la tarde a las 6 a la iglesia, y verá qué bonito se pone. Si quiere nos vemos en la entrada, en el atrio. Y por supuesto que accedí. Esa tarde de viernes, después de la primera sesión del taller decidí encerrarme en el hostal por el frío: yo creo que hacía más que en Morelia, y además estaba saliendo de una gripe atroz. Y desde el lugar donde me encontraba pude observar que estábamos en las faldas de cerros, llenos de árboles y aguacates. En mi equipaje cargué con una chamarra para la nieve, y con un calentador portátil que ni me funcionó, porque se descompuso. Así que en la noche sólo atiné a cubrirme con los dos cobertores de las dos camas que había en la habitación, para poderme dormir. Lo bueno del único hostal que hay en el municipio, es que sí tiene cable y hay agua caliente. Pero me habían advertido mis alumnos antes: - No se vaya a espantar si oye cuetes a las 6 de la mañana, que es cuando empieza la fiesta-. Y efectivamente, el sábado a esa hora me despertaron los cuetes y la banda que iban rumbo al templo, en el centro de Tingambato. La tradición consiste en que los padrinos, como cada año, muy tempranito levantan al Niño Dios del pesebre, que está al pie del altar en la iglesia del lugar, que es muy linda y está conservada, para vestirlo de rey: un ropón de gala nuevo, con vuelos y olanes de organza en color beige y dorado, así como su corona y su cetro. Una vez vestido, se le vuelve a colocar en el pesebre, para esperar hasta la procesión de la tarde. Mientras tanto, durante todo el día lo visitan diferentes bandas musicales para cantarle. Esa mañana, poco antes de regresar a la Casa de la Cultura para dar la segunda sesión de mi taller, eran las 9 y media, y decidí caminar por la plaza principal. Estaba llena de puestos ambulantes con juguetes y ropa para el Día de Reyes. Muchos de los productos eran chinos, casi ninguno artesanal, y con precios exorbitantes para el lugar, como por ejemplo un aguinaldo en una bolsita miniatura como las que son tejidas de plástico para ir de compras al mercado, en 120 pesos. - ¡Qué barbaridad!, pensé yo. Los perros callejeros deambulaban en las calles, melancólicos, tristes y en los huesos, pero nadie les hace caso. Uno de ellos estaba sentado con decisión y firmeza aguardando afuera de la carnicería, para ver si le caía algo por casualidad Entré a la iglesia, y se escuchaba música de banda en su interior. Las bancas estaban vacías, y el famosos grupo “La Flor de Chirimoyo” le estaba tocando al Niño Dios vestido ya como Rey. Nunca había escuchado el Padre Nuestro en versión banda. Se me puso la piel chinita. Ya en la tarde, después de la segunda sesión del taller, emprendí mi caminata de nuevo hacia la iglesia, y en el camino vi pasar a los niños vestidos de riguroso traje negro y camisa blanca, sus máscaras de madera que parecían alusivas a personajes de cabello rubio; y kepis en azul cielo, bordados y de cuya víscera colgaban cuentas de colores. Son los “negritos” o guardianes del Niño Dios. También, cuando llegué al atrio, observé que las niñas estaban vestidas con crinolinas de tul en color azul cielo, así como con gorritos de luces de colores que se encendían y apagaban y un bastón también con luces eléctricas. Eran las pastorcitas. Las niñas más pequeñitas iban vestidas de ángeles, con sus alas grandotas tapizadas de plumas. Todos ellos formaron parte de la procesión que inició al término de la misa de 6 de la tarde. Salieron encabezando la columna los padrinos (cargadores) con al Niño Dios en brazos, los tres Reyes Magos repartiendo dulces a los pequeñines conforme iban avanzando; los niños guardianes, las niñas pastoras, y las angelitas al frente. Detrás de ellos venía la comunidad con sus cirios encendidos y la banda detrás de todo el contingente. A un paso lento y con la misma marcha musical inició la caminata. Todo el recorrido por las calles principales de Tingambato fue en silencio, solemnidad y meditación. Sólo se escuchaban los acordes de la banda. Al Niño Dios que veneran le dicen el “Niño Travieso”, porque los pobladores aseguran que les hace travesuras a los que cuidan de él los días que permanece en el templo, del 25 de diciembre al 5 de enero, organizándose en una lista donde se van anotando los voluntarios, especialmente aquellos que necesitan de un milagro en especial. Ahí lo acicalan, lo acomodan, le llevan juguetes, y rezan mientras le hacen compañía todo el día. La procesión duró dos horas. Todas las calles estaban adornadas con banderines azules y blancos. A veces nos salía al paso alguna familia que se acercaba para aventarle confeti al Niño y a los padrinos, y besar el borde de su ropón con suma veneración. Ahí no había distinción: ricos y pobres, niños y ancianos, mujeres, persona en sillas de ruedas o con muletas. Todos se volcaron en torno a su fiel devoción de acompañar al Niño Dios a su nueva morada (la casa de los cargadores), donde permanecerá todo un año, hasta el 24 de diciembre que regrese a la iglesia, conforme es la tradición. Incluso entre el tumulto me pareció ver al perro que había visto en la carnicería acompañando toda la procesión. Noté que cojeaba de una pata. Unas chicas se rieron porque le venían chamuscando el cabello con el cirio a otra chica que iba más adelante. La madrina del Niño iba con tacones entre el empedrado, y se iban turnando para cargarlo, especialmente entre los miembros de la familia del matrimonio que eran los cargadores oficiales este año. También vi a dos niños apostados a un costado con sus metralletas de juguete, y en posición de firmes. La procesión hizo más paradas, ya que había algunas familias que jalaban mecates suspendidos al aire con cajas “sorpresa” desde donde caían globos, más confeti, y hasta pelotas pequeñas que casi nos descalabran porque se nos cayó una bolsa entera encima. Ya casi a una cuadra del destino final, había sendas mesas con peroles de pozole rojo de puerco hirviendo; las mujeres los ofrecían a los peregrinos en tazones de unicel, y se repartía la lechuga, el orégano y el limón, así como un pico de gallo para darle sabor al platillo aquel, en platitos que sostenían diferentes personas. También ofrecían vasos con refrescos. No había alcohol. Así la gente continuó su paso en la peregrinación, pero ahora degustando su pozole (que por cierto estuvo delicioso). Cuando llegamos a la casa de los cargueros, los niños cuidadores hicieron dos filas y comenzaron sus danzas; también estaban los llamados “viejitos”, haciendo desorden (niños y señores vestidos de diablos, y hasta con máscaras de aliens). Hacían parodias de los cuidadores para distraer el fervor de los asistentes, haciéndonos reír. – Es la representación del bien contra el mal-, me dijo Rosauro, el jefe de prensa de la alcaldesa. La dualidad siempre está presente en todas las culturas, y Tingambato no es la excepción. El párroco de Tingambato recibió al Niño en su nueva morada: un pesebre de altura humana, acondicionado en la cochera de la casa de los padrinos, flanqueado por las figuras en bulto de José y María. Afuera había tendidos con flores, juguetes de niños, piñas de pino pintadas a mano. Hubo fuegos artificiales y hasta globos de cantoya. La gente reía, bailaba, se persignaba, oraba y disfrutaba. El sacerdote bendijo a la multitud que estaba presente, sosteniendo al Niño Dios en sus manos, moviéndolo para hacer un trazo con la señal de la cruz al aire. Después lo sentaron en su trono, y le colocaron de nuevo su corona y su cetro. Las danzas terminaron, y los negritos (guardianes) cantaron quedito algo como: “Ya duerme el Niño Dios, ya nos podemos ir a descansar”; se dieron la media vuelta y se retiraron. La multitud se disolvió. Caminé de regreso junto con la alcaldesa Marisol López Figueroa, quien me aseguró que me darían aventón en carro al hostal, algo que agradecí después de las dos horas de caminata. Además, me venía quemando las manos con mi cirio con el que acompañé al Niño Dios. – Es la penitencia por tus pecados. De aquí te vas a ir limpiecita-, me dijo una señora riéndose. Mis tenis y mi pantalón quedaron goteados de cera. Pero me sumergí en la experiencia, y me resultó conmovedora y muy significativa. Pensé en cómo los que nos decimos urbanos hemos perdido la tradición. Ahora los días de Reyes se trata de pensar en el Xbox o en la Tablet, o en el iPhone. Afortunadamente en Michoacán, como muy seguramente sucede en más pueblitos, subsisten las tradiciones donde la solidaridad y el sentido de unidad se sostienen mediante la fe, como ocurrió ahora en torno al Niño Dios, quien por cierto tiene sus visitantes hasta de Estados Unidos, desde donde acuden en busca de un milagro. Pero esta fiesta en sí misma ya es un verdadero milagro: en estos tiempos tan convulsos y adversos, se trata de un hecho excepcional que se mantenga a toda una comunidad unida y en paz. Doña Caro me invitó a la siguiente fiesta que es el próximo sábado, en la que reciben a los peregrinos que vienen de Uruapan a venerar al Cristo que también tienen en el templo. -Les preparamos y los regalamos comida. Se pone muy lindo. Véngase también-, me dijo ella. También mi amiga Dorita me platicó que a su perrito lo sanó una curandera que pasaba frente a su casa, vendiendo leña, tan solo sobándole la cabecita después de que el veterinario se lo había desahuciado. Tal vez la magia aún ocurre frente a nuestras narices, sólo que la cotidianeidad no nos la deja ver…