Angélica Ayala / La Voz de Michoacán Pátzcuaro, Michoacán. Tras un año de haber suspendido el torito de Carnaval por la pandemia de la COVID-19, nuevamente el torito salió a las calles de Pátzcuaro, bailando al son de la música de la banda de viento y acompañado de las maringuías y los “changos”, así como de los organizadores y de quienes colaboran para esta actividad, misma que inició el pasado domingo y concluyó este martes por la noche con la “matanza del toro”. Los toritos de la colonia Ibarra y Revolución, que son los más antiguos de la ciudad, así como de La Loma, El Cristo, Zapata y calle Obregón, salieron a recorrer las calles del pueblo, cada uno por su lado; sin embargo, cuando se encontraban la competencia entre ellos era muy notoria, ya que cada bando empezaba a gritar el nombre de su colonia, mientras que los toros retozaban y daban fuertes vueltas que parecían estaban volando. En la Plaza Vasco de Quiroga, el domingo por la noche se presentó el duelo entre el toro de La Zapata y el de la Revolución, ambos se colocaron casi de frente, en uno de los pasillos se juntaron las dos colonias, cada una con su bando, gritando más fuerte entre ellos, ambas bandas de música no paraban de tocar y el toro no paraba de dar vueltas y retozar, por el peso y movimiento, quien mueve y baila al toro se cambiaban los turnos, el chiste era no parar y demostrar que toro “aguantaba” más bailando y dando vueltas. Hasta que el toro de La Zapata decidió retirarse para que los de la Revolución se congratularan, gritando y brincando veían cómo el torito se iba retirando, entre bailes de los changos y las maringuías, así como del caporal, personajes que no deben faltar en cada una de las representaciones de esta actividad que fue utilizada por los sacerdotes franciscanos para la evangelización de los pueblos indígenas. El nombre original de esta gran figura que forran con papel de china y elaboran los cuernos y cara de madera, era “torito de petate”, de acuerdo al historiador Fernando Mendoza, los sacerdotes franciscanos utilizaron esta representación para atraer a los indígenas a la fe católica, “los españoles son quienes trajeron el toro a tierras mexicanas, así que idearon construir un toro de petate que iba recorriendo las comunidades, acompañado de un chichimeca, que eran quienes los cazaban y como recompensa la maringuía, que era la mujer indígena vestida con sus mejores galas, danzaba como agradecimiento y le colocaba una corona de flores en la cabeza al chichimeca”. Al concluir la evangelización, dijo el historiador, fue nombrado de Carnaval “al estar en Pátzcuaro la real aduana, cuando desembarcaba el Galeón de Manila con mercancía de China como la porcelana, biombos, laca, mármol, llegó un papel que se le llamaba de seda y que ahora conocemos como de china, fue entonces que cada uno de los barrios de la ciudad adoptó un color para distinguirse y adornaron a los toros con el papel de china de colores”. Foto, Angélica Ayala. El cohete que truena en el cielo anuncia la llegada del torito, la algarabía de los changos, que son hombres disfrazados de algún personaje de terror, o incluso de algún político, así como las maringuías, quienes también son varones que ridiculizan la figura de la mujer, con senos postizos, maquillaje exagerado, vestidos pegados y muy cortos, incluso hay quienes se vistieron solamente con un top y una falda minúscula, que al vuelo dejaban ver su ropa interior una tanga que iba arriba de un calzón largo. “Toca banda, toca banda”, era la orden que les daban al grupo de músicos, no querían que parara la música para seguir bailando. “Una monedita para el toro” era la petición de las personas que apoyan esta actividad, con una alcancía que cuelgan de su cuello piden la cooperación para pago de la música y los gastos que representa realizar esta actividad, “de a 50 pesos la bailada”, es el costo que las personas que pagaban el baile del toro de unos cuantos minutos, “¡alcancía!”, gritaba uno de los changos y una de las mujeres corrió para recibir el billete. Acto seguido, se organizaron en rueda los changos y las maringuías en medio el toro y a un costado la banda de música que empezó a tocar los sones, de inmediato el toro empezó a bailar y a girar por el aire, mientras que una de las maringuías vestidas a la usanza tradicional, como se acostumbraba, que es con el ajuar de la mujer purépecha y sosteniendo una servilleta con figuras cocidas a punto de cruz, toreaban al animal, que en respuesta iba de un lado a otro.