Arturo Molina / La Voz de Michoacán Morelia, Michoacán. Pasó de ser una de las mansiones más acaudaladas de la Antigua Valladolid, a convertirse en el semillero de artistas y promotores de la cultura michoacana; La Escuela de Bellas Artes de Morelia de mantiene como referente de estilo arquitectónico y difusión de la cultura. El inmueble que data desde el siglo XVI como una de las primeras construcciones de la naciente Guayangareo y posterior Valladolid de Michoacán, fue propiedad de diversas personalidades de la colonia. Para el siglo XVIII, el inmueble fue reconocido por sus importantes acabados, lujosos balcones y el prestigioso de quienes poseían el título de propiedad. Historiadores refieren que el inmueble ubicado en la avenida Guillermo Prieto, número 87 en pleno centro histórico de Morelia fue una de las mansiones más importantes desde sus primeros días y hasta hace 100 años en que se convirtió en la sede de la Escuela de Bellas Artes.En la actualidad, Miles de personas caminan por afuera del edificio sin imaginar que en algún momento dio cobijo a las familias más acaudaladas de la conocida elite vallisoletana que finalmente idearon y consumaron la idea de un país independiente en el siglo XIX. Uno de sus primeros propietarios fue el chantre de la catedral, Don Miguel Romero López de Arvizo, quien compró el terreno exactamente en el año de 1729 y un par de años más tarde mandó a construir la reconocida construcción tallada en cantera rosa. La idea de los balcones estilo barroco e influencias de otros estilos, llamaron la atención de los colonos de la época. Tras la muerte del ilustre personaje, el tesorero de la catedral vendió la propiedad a Don Antonio de Soto Mayor para el año 1750, que a su vez la heredó a sus hijos, quienes posteriormente la vendieron a Don Nicolás de Motero y Zorrilla. El pintoresco y colorido inmueble histórico cambió de manos en al menos 5 ocasiones distintas entre los primeros 2 siglos de su construcción. Finalmente, en 1837 tras la independencia de México y la consolidación del estado Nación, este inmueble inició uno de sus episodios más importantes. Llegó a las manos de la familia López Aguado, la cual contó como propietarios a los hermanos López Rayón, Ignacio, Ramón, José María, Rafael y Francisco, quienes destacaron como héroes en la lucha por la Independencia de México. Para finales del siglo XIX, al igual que la mayor parte de la ciudad, el inmueble ya numerado con el 87, pasó a convertirse en uno de los espacios de vocación educativa más importante de la ciudad. Albergó al Colegio Seminario y posteriormente se convirtió en la escuela de Niños de San Vicente. A principios del siglo XX, finalmente se transformó en la Escuela Popular de Bellas Artes. Finalmente con la fundación de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, la escuela pasó a forma parte de la matrícula educativa de la máxima casa de estudios de Michoacán. Actualmente, la escuela da cabida a cientos de jóvenes interesados en aprender las bellas artes. Danza, música, actuación, pintura y artes plásticas forman parte de los conocimientos que se imparten a nivel profesional.