Arturo Molina / La Voz de Michoacán Morelia, Michoacán.- Con alrededor de 333 años de antigüedad, miles de historias, saqueos, robos, remodelaciones y otros procesos históricos, el Templo de la Cruz de Morelia se mantiene como uno de los recintos religiosos con la mayor tradición histórica, cultural y religiosa de la capital michoacana. Sus muros labrados en cantera rosa revelan el matiz de las épocas que ha sobrevivido el centro religioso aún visitado por miles de morelianos entusiastas. Ubicada sobre la Avenida Madero, a poco más de 100 metros de distancia de la Plaza Valladolid y la iglesia de San Francisco, el Templo de la Cruz queda a la pasada de miles de personas que todos los días caminan sobre su acera sin siquiera conocer su accidentado pasado. Su interior es cálido, vigilado por religiosas y feligreses que durante generaciones han cuidado el funcionamiento y los tesoros que no fueron saqueados del recinto. Uno de los espacios más visitados es la cripta fúnebre, donde descansan los restos de cientos de morelianos. Si bien es una de las iglesias con menor capacidad de albergar feligreses para las misas, en las fechas importantes de la liturgia católica se colocan sillas sobre el atrio para dar espacio a todos los interesados que puedan escuchar el mensaje religioso. La fachada, protegida por una reja metálica color negro, revela el celo con el que se resguarda su interior, el cual emana del pasado antiguo e incluso reciente en el que fue despojada de sus grandes tesoros. Especialistas señalan que el Templo de la Cruz, como edificio antiguo, fue uno de los inmuebles más suntuosos de la antigua ciudad, sujeto de saqueos y remodelaciones, hasta llegar al día de hoy en el que todavía mantiene parte de su esplendor. Esta sencilla iglesia fue construida entre 1680 y 1690 por órdenes del padre Nicolás de la Serna, quien era considerado uno de los hombres más importantes e influyentes de la antigua Valladolid. Las labores de construcción se llevaron a cabo con serias dificultades económicas debido a la condición de la época. Ya entrado el siglo XX, por órdenes del obispo don Atenógenes Silva se remodeló la iglesia, elevándole el techo y reformando el altar mayor. En esta época, según se señala, el centro religioso todavía contaba con un cementerio ubicado al frente que posteriormente fue removido para dar paso a una vialidad que finalmente cruza con la actual avenida Madero. El siguiente cambio para el espacio de culto fue que, a partir de 1920, los Misioneros del Espíritu Santo tomaron el liderazgo de la parroquia. Desde entonces, la operación del recinto religioso quedó en manos del clero católico y formó parte de la tradición católica de los barrios de la colonial Morelia. Sitios especializados en Internet consideran que, a pesar de los saqueos, y los cambios que sufrió dicho templo, aún hay retablos, además de que posee nuevos encantos y “cierta magnificencia con una ecléctica arquitectura”. Entre sus componentes más llamativos, se ha destacado que originalmente se encontraban 12 retablos de madera dorada, pero en 1970 fue restaurado el interior, así como la fachada. Los Misioneros del Espíritu Santo han estado al frente de la parroquia desde 1920.