La Voz de Michoacán realizó este reportaje con estricto profesionalismo y rigor periodístico, poniendo énfasis en el sentido humano y social para visibilizar un problema en el que, esperamos, las autoridades de los estados de Chiapas y Michoacán pongan sus ojos y atiendan los casos de explotación infantil, pues se debe salvaguardar el derecho de la niñez a una vida libre de violencia y con oportunidades de sano crecimiento. Texto: Jorge ÁvilaFotos y Video: Víctor Ramírez, Christian Hernández, Samuel Herrera Jr. y Omar Cuiriz https://www.youtube.com/watch?v=EHPqY8EbtY4 Morelia, Michoacán. Con su pequeño rostro maquillado como si fuera un payaso sostiene tres pelotas mientras espera sentado sobre el camellón, bajo el sol y en la intersección de dos avenidas por las que corren velozmente miles de autos cada día. El semáforo marca el rojo y “Juanito” (le llamaremos así) se pone en pie para hacer algo que recordará toda su vida: intentar un malabar con las tres pelotas que lleva en la mano. Con movimientos inseguros las arroja al aire: se le cae una, le sigue otra y desiste de su intento. Las recoge y comienza a moverse entre vehículos. Extiende la mano que tiene desocupada. Unos automovilistas ni siquiera lo voltean ver, otros le dan monedas de a peso y “Juanito” no dice nada, las toma y sigue su camino hasta que nota que los autos comienzan su marcha, entonces regresa a su sitio, que no debería ser suyo ni de ninguna otra persona: el camellón de la avenida Nocuétaro, en la intersección con Madero Poniente. No rebasa los 10 años. Su cara no refleja emoción alguna, no sonríe, no habla, ni siquiera intenta jugar con las pelotas como lo haría cualquier otro niño; será porque no son juguetes, sino la herramienta de trabajo que alguien le puso en las manos para explotarlo. Ya está de vuelta la luz roja del semáforo. Nadie sabrá las veces que dio vueltas entre automóviles. Junto a él pasa una mujer de alrededor de 30 años, algo le dice agachándose a su altura y “Juanito” la sigue. Entran a una paletería y ella le invita un agua fresca. Ni una leve sonrisa se esboza en su rostro maquillado, sale del local al mismo tiempo que la mujer pero siguen caminos divergentes: ella, hacia la parada de camiones, y él, hacia el camellón, donde se sienta y esta vez no importa que el semáforo se ponga en rojo, él simplemente se toma su agua hasta que le toca destapar el vaso y llevarse los cubos de hielo a la boca. Otra vez ahí está. Esa luz roja se ha convertido en lo que marca su vida. “Juanito” se levanta y regresa a la rutina de intentar malabarear, fallar, caminar entre carros y recibir algunas monedas que celosamente se guarda en el bolsillo. Nadie le presta atención: como decenas de niños en Morelia, ahí está, pero casi nadie lo ve. En otro punto de la ciudad, en el cruce de la Calzada La Huerta con Francisco J. Múgica, una jovencita de acaso 17 años vende paquetitos de pistaches a 10 pesos cada uno. Usando vestimenta típica de alguna zona indígena, deja sentadas en el camellón central a dos niñas que la acompañan, una de alrededor de 3 años y otra que se ve como de 5 o 6, aunque la evidente desnutrición en que se ve la joven da a pensar que el aspecto es engañoso, podrían tener más edad. No quiere decir su nombre, sonríe nerviosa y niega con la cabeza. Es de muy baja estatura, si a caso 1.50 metros, muy delgada, con brazos como de niña y camina encorvada hacia adelante. Su piel no es tan morena pero se ve maltratada por las circunstancias: sol, viento, frío, mala alimentación, infelicidad. Aunque por el nerviosísimo trata de sonreír al hablar, sus ojos lucen apagados, no se ve luz alguna en ellos. Con sumo nerviosísimo y mientras mira hacia distintos lados, comenta muy quedito que las dos niñas son sus hijas y el papá “por ahí anda”. Llegaron de Chiapas; ¿hace cuanto?, se le pregunta, y ella a su vez pregunta para qué queremos saber. Bajando un poco la voz, como si alguien la fuera a escuchar, dice que una camioneta va y los lleva a los cruceros y a ella le dan las bolsitas de pistaches para que las venda a cambio de nada, puesto que de la venta no le dan parte, no le pagan al día ni a la semana, simple y sencillamente no le pagan. Mira hacia otra parte del crucero y se aleja hacia más atrás en la avenida. Itinerancia Al día siguiente regresamos a la intersección de Nocupétaro y Madero Poniente, pero “Juanito” ya no estaba. En su lugar estaba un niño de más o menos 11 años de edad, quien dice que es huérfano y anda en los cruceros con su hermano, pero éste no estaba ahí en ese momento. Eso lo comentó mientras trataba de arreglar un billete de 20 pesos partido por la mitad que, dice, una señora le dio. Más adelante, en la esquina de la plancha de concreto del Obelisco a Lázaro Cárdenas, estaba una familia sentada en cuclillas en torno a una bolsa de plástico de donde sacaban pistaches y demás cosas para ofrecer a los automovilistas. La familia está compuesta por una joven parecida a la que encontramos en la avenida Francisco J. Múgica, pero de apariencia un poco mayor; un varón, también muy joven, y una niña que si acaso tendrá 2 años. También regresamos a las inmediaciones del panteón municipal, donde estaban dos jovencitas parecidas a las otras y lo que dijeron, de manera muy breve, fue lo mismo: son de Chiapas, llegaron hace un tiempo y una camioneta los lleva a los cruceros. La breve conversación se interrumpe cuando, al otro lado del crucero, dos jóvenes limpiaparabrisas miran hacia donde estamos. Lo más seguro es que sea una táctica de protección entre quienes se dedican a estas actividades, pero la joven que habla con nosotros luce nerviosa y, para no activar falsas alarmas, optamos por retirarnos. Llama la atención que no estén dos días seguidos en el mismo crucero, pues lo mismo están en el Pípila que en la intersección de Madero Poniente con la calle Décima, la antigua Corona, pero también se les puede ver en las inmediaciones del Tecnológico de Morelia que en la zona del Obelisco a Lázaro Cárdenas o en las proximidades del Panteón Municipal. Chiapas, origen de la mitad de víctimas de trata En el mes de julio pasado, la Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer “Elisa Martínez” informó que miles de personas, entre hombres, mujeres, niñas, niños y adolescentes de distintos estados del país son plagiados por criminales que los explotan sexual y laboralmente. De esos miles de personas, la mitad sale de Chiapas. La trata de personas se ejerce de distintas maneras: esclavitud, prostitución, explotación sexual, explotación laboral, trabajo o servicios forzados, mendicidad forzosa, utilización de personas menores de 18 años en actividades delictivas, adopción ilegal de personas menores de 18 años, matrimonio forzoso o servil, tráfico de órganos, tejidos y células de seres humanos vivos, y por experimentación biomédica ilícita en seres humanos. En el caso de Chiapas, manifestó el colectivo, se ha identificado que la trata de personas, en cualquiera de sus modalidades, genera una gran derrama económica, pero lo más grave es que quienes están involucrados son o fueron funcionarios públicos, puesto que el estado de Chiapas resulta un botín por la alta marginación de la población. “Lo que hemos encontrado de víctimas de trata, el 50 por ciento son de Chiapas, son en extrema pobreza las chicas que hemos encontrado, y desgraciadamente el mismo Estado promueve la Zona Galáctica, que es como se le conoce a la zona de tolerancia de Tuxtla. Los encargados de la prostitución de mujeres en esa zona son personas que fungieron como médicos de salud municipal, ministerios públicos, directores de preparatoria; es un sistema proxeneta, por eso sigue avanzando”, puntualizó Elvira Madrid Romero, presidenta de la organización. La integrante de la Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer destacó que en México existen unas 800 mil trabajadoras sexuales, de las cuales 200 mil son menores de edad víctimas de trata, trabajadoras que generan el dos por ciento del Producto Interno Bruto del país. “Generan el dos por ciento del PIB, por eso México no quiere reconocer y tampoco combate la trata de personas”, expuso. A manera de contexto, es de recordar que el 20 de julio de este año, la Fiscalía contra la Trata de Personas de Chiapas desmanteló una red de trata, acción en la que se rescató a 23 niños que eran forzados a vender artesanías en la zona turística de San Cristóbal de las Casas. Según las autoridades, el hallazgo se dio mientras la Fiscalía buscaba al menor de edad Dylan Esaú Gómez Pérez, en San Cristóbal de las Casas, al realizar un cateo en un domicilio del barrio Tlaxcala. Las autoridades señalaron que entre los 23 niños y niñas hay “tres lactantes de 3 meses, 12 meses, 20 meses de edad y los demás de entre 2 y 15 años”. Por su parte, el fiscal de Chiapas, Jorge Llaven Abarca, dijo que los menores de edad “eran obligados a vender artesanías en el centro de la ciudad mediante violencia física y psicológica, mismos que mediante observación clínica de médicos especialistas mostraron desnutrición y condiciones precarias, corroborando vulnerabilidad y riesgo”. En ese operativo fueron detenidas 3 mujeres, de quienes “se logró establecer su participación en el hecho que la ley califica como delito de trata de personas en su modalidad de trabajos forzados”. ¡Cuidado! Niños trabajando La crisis económica que padece México desde hace años empuja a millones de niños vulnerables al trabajo infantil. Estos niños ahora tienen un riesgo aún mayor de enfrentar circunstancias aún más difíciles y de trabajar más horas al día. En Michoacán, 15.4 por ciento de los niños se ve obligado a laborar bajo distintas circunstancias, y la pandemia sólo ha complicado las cosas, por lo que no se ha dejado de ver a algunos de ellos en los cruceros de la capital michoacana o en las camionetas que transportan jornaleros agrícolas a los sembradíos cercanos. El avance para abatir este problema ha sido magro, pues los indicadores presentan pequeños crecimientos. De acuerdo con el Módulo de Trabajo Infantil del INEGI, Michoacán se ubica en el décimo lugar entre las entidades con una mayor tasa de este fenómeno. Son casi 190 mil menores de edad trabajando, 66 por ciento en las llamadas ocupaciones no permitidas, aquellas que por la edad de la persona no se consideran aptas para realizarlas o que representan un peligro. Para miles de niños la pandemia no introdujo los riesgos en el trabajo, tienen meses o años en actividades que pueden socavar su integridad física y su salud. El fenómeno es complejo y las autoridades en Michoacán han chocado contra la pared por diversas razones en su intento por mitigar la problemática. Los porcentajes, de hecho, van al alza: mientras el Módulo de Trabajo Infantil 2015 destacó que la ocupación no permitida marcaba una tasa de 10.1 por ciento, para el corte de 2017 el índice aumentó ligeramente, a 10.3 por ciento. Cabe señalar que no todos los niños trabajando reciben un sueldo. Un sector, 39.2 por ciento, se dedica hasta a labores de corte familiar que no les corresponderían, como cuidar a familiares enfermos o hacerse cargo de sus hermanos todavía más pequeños, o simplemente porque laboran bajo condiciones de intercambio de favores o son explotados. El INEGI señala que 56.7 por ciento de los niños en actividades no permitidas es asalariado, mientras que el 4.1 por ciento labora por cuenta propia. De los que trabajan, la tercera parte no recibe más de un salario mínimo al día, en muchos casos ni eso. En 37.5 por ciento de los casos el empleador no es un familiar. Además, 38.9 por ciento de los niños que trabaja aporta los ingresos para el sostén de sus familias. El último reporte indica que en buena medida estos niños son una especie de miembro familiar autosuficiente, algo que buscan que sean todos en el hogar, pues de otra manera el gasto no alcanzaría. En muchos casos, este sostén familiar o personal significa ausentarse de las actividades escolares, coartando con ello buena parte de las esperanzas de superación en el futuro. El 40 por ciento de los menores de edad que trabaja no asiste a la escuela ni puede hacerlo, la prioridad es el sostén económico. Morelia, sin cifras Como en su momento documentó La Voz de Michoacán resulta complicado recabar información que ayude a emprender estrategias de apoyo a los niños que son explotados en las calles de la capital michoacana y otros puntos de la geografía estatal, a decir de autoridades estatales. Instancias gubernamentales como la Dirección del Trabajo y Previsión Social, el Sistema de Protección Integral de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes y otras dependencias señalan que si reunir información que ofrezca datos duros sobre el tema de difícil, es más complicado aún acercarse a estos menores para canalizarlos a que reciban protección y ayuda. Vendiendo chicles, haciendo malabares con pelotas y demás objetos o bien limpiando parabrisas y vendiendo dulces o artesanías, es como muchos menores pasan el día y parte de la noche en los cruceros y plazas de Morelia, donde familias completas se despliegan. David Garibay, titular de la Dirección del Trabajo y Previsión Social en Michoacán, refirió que es incluso peligroso para los inspectores y trabajadores sociales acercarse a conversar con estas familias, debido a que muchos intentos terminan en agresiones físicas o hasta intimidaciones. A decir del funcionario, son los padres de familia quienes incurren, en muchos de los casos, en la explotación infantil, sobre todo en los varones de entre 5 y 15 año de edad, a quienes someten a jornadas laborales bajo el sol sin garantizar su salud, su derecho a la educación o cualquier derecho infantil. Agregó que en 2018 se hicieron mil 200 visitas de inspección a empresas para revisar que no hubiese irregularidades en la contratación de menores, pero con los menores que trabajan en la calle es más complicado, pues relató que “hace algunos años yo intenté con un niño que estaba ahí en La Huerta, aquí en Morelia, vendiendo dulces en silla de ruedas. Fuimos a hablar con él para ver cómo llevarlo al DIF y casi nos agarran a golpes por acercarnos, estaba toda la familia ahí con él, y el problema es que los papás son quienes los utilizan y no los quieren sacar de trabajar y un niño que trabaja está condenado a vivir en pobreza el resto de su vida”. Este fenómeno tiene su raíz en la pobreza y falta de oportunidades, ya que más de 2 millones de michoacanos, es decir, más de la mitad de la población en la entidad, se encuentra en algún grado de pobreza, mientras que 400 mil ciudadanos presentan pobreza extrema, es decir que padecen carencias alimentarias, de vivienda, educación y de servicios básicos de salud. Por lo pronto, las redes de trata y explotación siguen operando en total impunidad, pues son contadas las ocasiones en que hay personas detenidas por estos hechos y las denuncias nunca vendrán de adentro, pues a las víctimas de trata, por medio de las agresiones de toda índole, se les mantiene atemorizadas para que ni siquiera intenten escapar de sus victimarios. Con información de Arturo Molina