…Y tres rangos de edad después: hambre, calor y desinformación siguieron en Capula con los de 40 a 49

En la tenencia de Capula, al poniente de Morelia, el tiempo promedio para quienes llegaron en la mañana fue de 5 a 6 horas en la fila

Foto, Juan Carlos Huante.

Jorge Ávila / La Voz de Michoacán

Morelia, Michoacán. A las 10:00 horas de este martes, la entrada principal a la tenencia de Capula, al poniente de Morelia, era complicada, aunque no tanto como lo vivido en el Recinto Ferial, donde hasta un accidente automovilístico se registró. Aun así, por las obras que se realizan en la calle principal el caos era tal que mucha gente prefirió dejar sus autos a las afueras del pueblo, pues las calles aledañas a la zona céntrica ya estaban atestadas de vehículos.

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Mucha gente llegó a Capula pensando que, por ser una tenencia, no tendría demasiada afluencia para la vacuna contra COVID-19, destinada en este caso principalmente a gente de entre 40 y 49 años que recibiría su primera dosis del biológico elaborado por Pfizer. Aunque también hubo adultos mayores y personas en el rango de edad de los 50 a los 59 años de edad. A quienes llegaron con la idea de que sólo habría personas de la tenencia y poblaciones aledañas les falló el pronóstico, porque no consideraron que acudirían habitantes de los fraccionamientos ubicados al poniente de la ciudad y demás colonias de la zona.

Video, Juan Carlos Huante.

Pasadas las 10:00 horas era desesperanzador el peregrinar de quienes, documentos en mano, iban de calle en calle buscando el final de la fila, que serpenteó a lo largo de 16 cuadras de la población en los alrededores de la sede habilitada por las autoridades sanitarias y la secretaría del bienestar: el plantel del CECyTEM, a una cuadra de la iglesia local.

“¿Dónde empieza la fila?”, “¿ustedes también vienen a la vacuna?”, “¿sí están vacunando?”, se escuchaba a mucha gente preguntar. Finalmente, a tres cuadras de la calle principal estaban las últimas personas que llegaron. Todos usando cubrebocas, algunos llamando por teléfono “hay un montón de gente, ¿cómo ves?”, “le voy a aguantar a ver qué pasa, si no, mañana me voy a la Feria”, era el rumor general.

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Foto, Juan Carlos Huante.

Algunos iban solos, otros iban con sus parejas, en otros casos eran adultos mayores acompañados de sus hijos cuarentones para recibir, todos, la vacuna. Así, mientras la gente que estaba formada aguardaba el momento de avanzar dos o tres metros, los conductores luchaban por pasar a un costado de la fila por las angostas calles de Capula, sin que se desplegaran agentes municipales a brindar apoyo vial. Por fortuna no se registró un solo accidente.

Y es que a Capula llegó mucha gente que, decepcionada, desistió de intentar vacunarse en el Recinto Ferial, por lo que rápido atravesaron el municipio para llegar al pueblo de las catrinas, donde las papelerías aledañas al templo no se daban abasto para imprimir capturas de pantalla con el expediente de vacunación (requisito para ser vacunado) o sacar copias fotostáticas de credenciales de elector y comprobantes de domicilio que alguien dijo que se necesitarían pero que al final se quedaron guardadas.

Cabe señalar que en la fila, aunque había cubrebocas, no hubo sana distancia, detalle del que un hombre que estaba parado afuera de su casa se percató. “¿Y la sana distancia?”, cuestionó a dos mujeres. “Ay, señor, si tomamos sana distancia, Capula no nos alcanza para la fila”. Él sólo mostró una sonrisa cortés pero una mirada recriminatoria.

Foto, Juan Carlos Huante.

Así trascurrió la mañana, con un cielo que mostró clemencia al nublarse sin que lloviera. El avance era lento, no más de cinco metros cada 10 minutos. El problema surgió al mediodía, cuando en la fila corrió el rumor de que las dosis disponibles estaban por terminarse. Eso causó un pequeño zafarrancho a las afueras del CECyTEM, que obligó a los policías municipales a salir de su zona de confort y acordonar el frente del plantel, dejando sólo la acera para acceder.

Quienes iban acompañados se turnaban para ir a comprar refrescos, botellas de agua y comida chatarra; otros más iban a la plaza a comprar quesadillas, tacos o tortas pues, decían, andaban sin almorzar. Pero muchos desistieron de ello por el inconveniente de luego tener que buscar un baño, pese a que en algunas casas aprovecharon la ocasión e hicieron públicos sus sanitarios por sólo 5 pesos por persona. Ahí se podía ver sobre todo a mujeres de la tercera edad haciendo fila para tener un momento de desahogo.

Hacia las 02:00 de la tarde la fila se detuvo. Durante casi 30 minutos que se sintieron como dos horas no se avanzó, al tiempo que el cielo se despejaba y dejaba que el sol cayera con aplomo sobre la gente cada vez más exasperada. Entonces pasó lo que tanto se temía: en la calle paralela a la principal, a un costado del templo, andaba una empleada de la Secretaría del Bienestar escoltada por dos policías informando, sólo a quien le preguntara, que ya no había vacuna.

Foto, Juan Carlos Huante.

Entre eso y los constantes reportes de la prensa, que mediante sus plataformas digitales anunciaban que ya no había más dosis, mucha gente se salió de la fila. Ante ese bombardeo informativo que la gente recibía a través de sus teléfonos celulares y los rumores que en la misma fila se generaban producto de la incertidumbre, una mujer de aspecto magisterial fue al encuentro de una familia que estaba por subir a su camioneta y que entre ellos decían que ya no había. “¿Ya no alcanzaron?”, preguntó la mujer al jefe de la familia. “No, ya nos vamos”, respondió. “¿Entonces no se van a vacunar?”, “¡Ya nos vacunamos! Lo que no alcanzamos era carne”. A eso le siguió un discreto murmullo de risas.

Luego en la fila se corrió la voz de que nadie se moviera de su lugar, porque, en efecto, las vacunas se estaban terminando, pero iban a llevar más. Entonces la desbandada inicial se tornó benéfica para quienes optaron por quedarse.

Video, Juan Carlos Huante.

La filia siguió avanzando y el sol comenzaba a tornarse más agresivo, entonces salieron a relucir las sombrillas y las gorras, que en algo ayudaban. Al dar vuelta hacia la calle principal, frente al atrio de la iglesia, las lonas de los taqueros y vendedoras de quesadillas dieron un respiro frente al calor, pero los semblantes se tornaron más impacientes al recibir lo que uno de los que estaban formados llamó “taco de nariz”, y es que los vapores de la carne y el aceite se conjugaron en un deleite al olfato y una tortura al estómago de muchos, que iba vacío. La misma situación se dio frente al CECyTEM, donde un puesto de pollos asados avivó el apetito y la impaciencia, porque, pese a estar frente al módulo, aún faltaba rodear la manzana para poder llegar.

Así, mientras la gente avanzaba metro a metro, en sentido contrario de la fila iba un hombre de algunos 30 años quien, con bolsa negra en mano, se ofrecía a llevarse la basura. “Si nos descuidamos, nos dejan un desmadre”, le dijo con voz fuerte y clara a un lugareño que le preguntó qué hacía. Eso generó algunos gestos de desagarrado, pero hubo quienes sí salieron a su encuentro con vasos y botellas de plástico.

Foto, Juan Carlos Huante.

El tedio aumentaba y muchos encargaban su lugar para salir de la fila y fumar un cigarro. En algunos segmentos se intentaba charlar, en otros se escuchaban lamentaciones e inconformidad. Todo frente a la mirada de habitantes de Capula que cada en cuando se asomaban a la calle a mirar a toda esa gente formada en calles que suelen ser tranquilas.

Las horas seguían transcurriendo hasta que, por fin, como una luz al final del túnel, se vio a un empleado del gobierno federal revisando documentos antes de acceder al corredor habilitado con cinta amarilla en la banqueta. Lo demás sólo fue el trámite: breve explicación sobre posibles reacciones, inyección en el brazo, entregar el documento, 10 minutos de espera y listo, “se pueden retirar”.

Ya en la calle, con el rostro cansado pero aliviado, vinieron los “nos vemos, que estén bien”, “ya saben, cuando gusten, aquí tienen su casa”. Eran las 04:00 de la tarde y aún había gente formada a lo largo de 5 cuadras, personas que, como todos, se ausentaron de sus trabajos, no abrieron sus negocios o dejaron a los niños solos, pero que se mantuvieron firmes para recibir la vacuna.