Jorge Manzo/La Voz de Michoacán Morelia, Michoacán. Nadie olvida lo que consumaron mentes maquiavélicas en esa fiesta del pueblo, en la Plaza Melchor Ocampo: el primer atentado terrorista en México, que mató a 8 personas y a 150 dejó lastimadas de por vida. Hace 11 años se tiñó de sangre el Grito de Independencia, y desde entonces, siguen merodeando los cuestionamientos que nadie ha sabido responder: ¿quiénes fueron los responsables? Y ¿qué buscaban?, sin embargo, saltan a la luz datos que hoy cobran relevancia: las granadas que detonaron eran de un lote del Ejército Mexicano, y el principal testigo, quien vio al autor material, fue amedrentado y su declaración no está consignada en el expediente. La Voz de Michoacán se dio a la tarea de reconstruir ese trágico 15 de septiembre con declaraciones de los principales personajes que tenían una responsabilidad pública en 2008, entre ellos, Leonel Godoy Rangel (gobernador del estado), Fausto Vallejo Figueroa (alcalde de Morelia), Armando Luna Escalante (secretario de Salud), Pedro Carlos Mandujano Vázquez (coordinador de PC en Michoacán), Ignacio Mendoza Jiménez (subprocurador regional de justicia de Morelia) y Viridiana López (reportera de La Voz de Michoacán. También te puede interesar: 11 años después, entregan viviendas a afectados en granadazos del 15 de septiembre Leonel Godoy Rangel tenía siete meses de haber asumido el encargo de gobernador. Una de las hipótesis que él resguarda es que le querían dar “la bienvenida”, aunque él supone que más bien trataban de “calentar la plaza”. En ese entonces la hegemonía la tenía la Familia Michoacana, sin embargo, él no sabe con precisión cómo se desarrolló la investigación, puesto que el gobierno de Felipe Calderón atrajo el caso, que hoy sigue en la impunidad y sin una verdad histórica. El abogado Ignacio Mendoza Jiménez fue subprocurador de justicia. Él fue el segundo funcionario en llegar a la ensangrentada plaza Ocampo, en donde quedaron las víctimas inocentes de este crimen. Tuvo en sus manos el expediente y asistió a reuniones de gabinete que tenían como fin reconstruir esa historia. La granada que fue lanzada desde uno de los costados de la plaza, a la altura del Hotel Juaninos, pertenecía al Ejército Mexicano. Un mes antes fue robada por un cabo. Sin tapujos, le exige al expresidente Calderón que dé una explicación, pues “todo fue bien maquinado”, que incluso, el único testigo que daría información sobre el hechor, de un momento a otro se desistió de aportar datos que desmenuzarían ese atentado. ¿Se pudo prevenir el atentado? Los equipos de inteligencia tenían en su poder información que advertía amenazas para los festejos patrios. Según ellos buscaban interrumpir el desfile con una aparente agresión al Ejército Mexicano, sin embargo, el plan ya estaba diseñado para atentar en contra de la masa que se daba cita en el corazón de la ciudad que luchó por la Independencia, esa misma que se perdió esa noche del lunes. Curiosamente, de un momento a otro, se dio la indicación de retirar a la Policía Ministerial del comando que se encargaría horas más tarde de la vigilancia de los festejos. La indicación que recibió Mendoza Jiménez fue por los altos mandos del gobierno. Quizá pudo prevenirse esa maldición, si las autoridades no hubiesen echado en saco roto la llamada y “radiopasillos”, pero el hubiera no existe. El ambiente era tenso y se temía lo peor. Al mediodía del 15 de septiembre, de la oficina del procurador de justicia, Miguel García Hurtado, se envió la primera notificación oficial de una amenaza para la noche del Grito de Independencia. Se ordenó mantenerse en estado de alerta y resguardar oficinas de gobierno, pues creían que ese era el objetivo. Protección Civil montó un operativo que ayudaría a reaccionar en caso de una desgracia en el primer cuadro de la ciudad. Se tiene la idea que el sujeto que lanzó las granadas conocía perfectamente el terreno. Horas antes de la tragedia, el sujeto que más tarde fue descrito como el autor material, fue visto por Mendoza Jiménez. Recorrió la avenida Madero sin ningún problema. En punto de las 11 de la noche, Godoy Rangel salió al balcón principal a arengar a los héroes de la Independencia. El badajo le dio problemas. No se escucharon los primeros repiques de las campanas y fue evidente. Eso causó gracia entre los espectadores, y quizá fue lo que evitó que la tragedia fuera mayor. Se escuchó un estruendo y de inmediato supusieron que se trataba de cohetones. Fausto Vallejo, el alcalde de Morelia, estaba preocupado porque los juegos artificiales eran responsabilidad del Ayuntamiento, y la primera información que tenía es que había heridos. Arriba, en el Palacio de Gobierno había nerviosismo; abajo, ya había charcos de sangre y decenas de personas tenían “heridas de guerra” en sus cuerpos. El autor se movió sin problemas en la “zona cero” La granada fue lanzada con el propósito de que cayera en la plancha de la avenida Madero, sin embargo, encontró un obstáculo: un joven de más de 1.80 metros de altura. Con su cabeza chocó el artefacto y detuvo su marcha. El sujeto robusto, de barba de candado y con calvicie, estaba a unos metros de uno de los puestos de control del Ejército Mexicano, según la reconstrucción de hechos que narró Mendoza Jiménez. Mario Bautista Ramírez, entonces director de Seguridad Pública, fue el primero en llegar. Ya estaban ahí un par de paramédicos; nadie se daba abasto. Eran decenas de personas a las que les habían destrozado sus pies y manos. El comandante Romero se encargó de coordinar los primeros auxilios. Llegaron ambulancias de diversos municipios. El Centro Histórico era un caos. Sobre las calles de Morelia se escuchaban insistentemente las sirenas. El Ejército se hizo cargo de la escena del crimen. Rescatistas y paramédicos ayudaron a trasladar a las personas heridas a los hospitales de la ciudad. Para el colmo, había un paro de trabajadores de la Secretaría de Salud, y el titular, Armando Luna Escalante, dialogaba con ellos para tratar de destrabar la movilización. Cuando comenzó a propagarse la noticia, los médicos por su cuenta se reincorporaron a sus labores y dieron atención. Las camillas eran insuficientes. Fueron trasladados también al Seguro Social y al ISSSTE. Armando Luna Escalante cuenta a La Voz de Michoacán que no daba crédito de lo sucedido. Lamentó que en ese momento los hospitales privados no se sumaron a la atención de herido, excepto si garantizaban el pago por los servicios. Poco antes de las 4 de la mañana ya estaban en camillas los heridos. El gobernador Godoy y el alcalde Vallejo de inmediato recorrieron los nosocomios para palpar lo que ocurría. Nadie daba crédito de la tragedia. A las 11:30 de la noche, ya no había dudas que se trataba de un ataque terrorista y se había confirmado el uso de granadas de fragmentación. Una segunda fue detonada entre Madero y Quintana Roo. Vallejo estaba impactado de lo que ocurría en la ciudad que desde aquellos tiempos se mantenía viva por el flujo de turismo local y extranjero; aunque eso no importaba en el momento. Se coordinó con el gobernador para agilizar la atención de las víctimas. Fue una noche larga, muy larga. Doña Amalia Solórzano le llamó para externarle las condolencias a las familias inocentes que quedaron en medio. Ella le dijo que estaba sorprendida porque nunca en su vida había visto un atentado de ese tamaño. “Era un atentado terrorista”, le dijo al presidente. Después, admitió que entró un sentimiento de temor por él, por la seguridad de su familia, y por el pueblo. La Voz lo consignó: fue atentado terrorista En la redacción de La Voz de Michoacán no se daba crédito de lo que ocurría. La discusión era el enfoque de la noticia, pero hubo una decisión tajante de sus directivos: es un atentado terrorista, y así fue cabeceada su portada principal. Viridiana López, la reportera encargada de la crónica del Grito de Independencia, estaba a unos metros del lugar de los hechos. Entró en shock. Estaba asustada y no creía lo que ocurría. Ella escuchó el estruendo, pero jamás pensó que se trataba de un ataque a civiles. Ella se quebró. Los sentimientos le invadieron justo cuando redactaba la noticia, que minuto a minuto estaba cambiando. La edición cerró entrada la mañana. Hubo cientos de personas detenidas. Las barandillas estaban atiborradas de jóvenes que habían sido requeridos por la policía. Todos eran sospechosos, pero el o los verdaderos responsables se alejaban sin ningún problema de la “zona cero”, y hasta ahora, siguen gozando de total impunidad. El presidente Calderón llamó a Godoy para intercambiar información. El mandatario estatal le aseguró desde el primer momento que se trataba de un hecho concertado. Más tarde, el caso fue atraído por la Procuraduría General de la República, aunque esa misma noche se apersonó la entonces Subprocuraduría DE Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SEIDO). La ciudad vivía impresionantes contrastes. En el Centro Histórico había sollozos, lamentos y conmoción. Olía a tragedia, a muerte. mientras que a unos pasos seguía la fiesta en bares y antros. Ahí festejaban en paz el Grito de Independencia, pero el caos se apoderaba de todos, era algo nuevo para el gobierno y para la sociedad misma. Se ordenó el cierre de negocios, pues estaba latente la amenaza de más atentados. Se recibieron decenas de llamadas que suponían situación de riesgo. Se desplegaron elementos del Ejército Mexicano por las calles, la Policía Ministerial que había sido retirada misteriosamente peinó la ciudad, las entradas y salidas y estaban en alerta. El tiempo se detuvo, o quizá avanzaba muy lento. La periodista Viridiana López recuerda que la avenida Madero estaba hecha un desastre. Sillas tiradas por todos lados. Ese día amenizaría la verbena popular la Orquesta Sinfónica de Michoacán, pero evidentemente se suspendió el concierto. Todos corrían, la zona no estaba acordonada. Los paramédicos no tenían idea de cómo atender a los civiles, pues no se tenía experiencia en el tratamiento de este tipo de heridas. Hubo familias que por cuenta propia llevaron a sus lesionados a los hospitales. En una hora, la plaza Ocampo estaba desocupada. Sólo había sangre, y el fantasma de la muerte estaba ahí. El recuento de los daños La Secretaría de Salud contabilizó 150 personas heridas, 25 con lesiones de gravedad, lamentablemente ocho fallecieron. Había menores de edad y adultos mayores. Los almacenes fueron abiertos para que nada hiciera falta en los servicios de urgencia. El centro de mando fue habilitado en el Centro de Transfusión Sanguínea, el área desde donde se coordinaron las acciones por el secretario Armando Luna Escalante, quien recordó que ese hecho le provocó indignación y rabia. No daba crédito de la maldad de la o las personas que maquinaron ese atentado. Dos días después, el presidente Calderón y su esposa Margarita Zavala, recorrieron los nosocomios. La zona estuvo acordonada. Con agua, limpiaron la sangre derramada. Siguieron los homenajes que encabezó el presidente de México. La conmoción se mantuvo, el temor se apoderó de la población, la indignación crecía y hubo condenas por los hechos y la comunidad internacional se solidarizó con el pueblo de México. El gabinete de seguridad mantuvo una serie de reuniones para dar con el paradero de los autores materiales e intelectuales. En dos semanas dieron con cuatro personas, que fueron detenidas en tierra caliente. A ellas se les procesó de inmediato. “Ellos no eran, sus declaraciones no coincidían con la realidad”, dijo Mendoza Jiménez, quien no alzó la voz después, ya que fue aprehendido en el llamado operativo “Michoacanazo”, instrumentado por el gobierno de Calderón. Son personas que fueron puestas por un líder criminal de tierra caliente”, dijo Mendoza Jiménez, retomando la investigación que publicó Proceso, y que indicaba que Servando Gómez, “La Tuta”, uno de los lugartenientes de la entonces Familia Michoacana, fue quien entregó a las personas, a las que se les vinculó con el ataque. El hecho ocurrió en Apatzingán y de inmediato fueron llevados a la Ciudad de México, donde los presentaron ante los medios. Fue una investigación torpe que terminó por liberar a las personas, secundó Godoy Rangel, tras destacar que su gobierno siempre exigió conocer más sobre las investigaciones, pero se les marginó. El juez de distrito ordenó la absolución de las cuatro personas que fueron detenidas en septiembre del 2008. Consideró que se le fabricaron pruebas y hubo violación a los derechos humanos. Torturaron a las personas, hasta lograr que admitieran que habían sido los responsables del ataque. La Procuraduría General de la República interpuso un recurso de revisión, pero más tarde fue desechado, y a once años de ese hecho, no hay ninguna persona detenida. Se tiene la sospecha de que fue el crimen organizado, pero no se sabe con qué objetivo. ¿Darán con el o los responsables? El actual gobernador Silvano Aureoles Conejo ha anunciado que solicitará a la Fiscalía General de la República que reabra el expediente y se dé con esa verdad histórica. Godoy Rangel secundó esa idea y apoyó que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador reabra el expediente, no obstante, el abogado Ignacio Mendoza Jiménez considera que el caso sigue vigente, y no se ha cerrado. Para el coordinador de Protección Civil de Michoacán, Pedro Carlos Mandujano, será muy complicado que se dé con el resultado esperado, mientras que el Fausto Vallejo consideró que Morelia, Michoacán y México necesitan una explicación del atroz hecho que cambió la vida de Morelia. Desde hace once años, Morelia no es la misma, mucho menos sus víctimas inocentes. Poco a poco se recupera la confianza, pero el fantasma de los atentados sacude la memoria para evitar que queden borrados del colectivo social. Las víctimas, a cuentagotas se les hace justicia social. Recientemente se otorgaron seis viviendas, pero en otros momentos han regateado las pensiones, frente a la omisión del gobierno. A ellos jamás se les olvidará que, a partir de ese día, su vida cambió. Quedaron lastimados no sólo de sus cuerpos, sino que sus almas. Reclaman que ya no vuelvan a ocurrir estos hechos, marcados con huellas imborrables. Las víctimas quieren vivir en paz, aunque saben perfectamente que no es tan sencillo. Aunque han pasado 11 años, el recuerdo está fresco, y las secuelas de ese atentado están en sus piernas y manos, en donde quedaron incrustadas las esquirlas que desprendieron las granadas. Ellos sólo querían festejar el Grito de Independencia, no tenían ningún problema con nadie, pero fueron sus víctimas. Ignacio Mendoza Jiménez, subprocurador de justicia de Morelia en ese entonces, hoy alzó la voz y le exigió al expresidente Felipe Calderón que dé una explicación de lo ocurrido. Asegura que él tiene información que ayudará a deslindar responsabilidades. Hoy de nuevo la plaza Melchor Ocampo tendrá flores y veladoras para homenajear a los que se fueron, y hasta el próximo año nuevamente se les recordará, no antes.