Arturo Molina / La Voz de Michoacán Morelia, Michoacán. Mientras millones de niños en Michoacán se encuentran en la escuela o al cuidado de sus padres, un número no especificado de menores sale a las calles a trabajar para ganarse el sustento de todos los días. Invisibilizados, ignorados y muchas veces violentados, se encuentran prácticamente en todos los cruceros y plazas de Morelia. Con pelotas de plástico como su principal herramienta de trabajo y bajo el sol incandescente del mediodía, un niño de no más de 10 años hace malabares en un crucero, al sur de la ciudad. Descalzo, con sudor en la frente y con su mamá observando a escasos metros, sigue con la jornada laboral para ganarse unos pesos. Cuando nos acercamos al menor para conocer su historia, el niño, de tez morena, pelo negro lacio y mirada tímida, huye de la escena para acercarse a su madre; una mujer de estatura baja, complexión delgada y con un rebozo, vestimenta típica de las comunidades indígenas aledañas a la capital michoacana. Cuando se sienten seguros de que los curiosos nos hemos ido, regresan a la faena, esta vez toda la familia. Mientras la mamá carga en el rebozo a un bebé de no más de un año de nacido, sube en sus hombros al otro pequeño, quien, en lo alto, realiza sus malabares ante la mirada indiferente de los miles de automovilistas que circulan a la altura del Zoológico de Morelia a esas horas. La condición se ha normalizado más allá de lo esperado. En el lugar, los elementos de la Policía Municipal que montan guardia en una de las zonas más transitadas de la ciudad de Morelia ni siquiera notan la presencia del niño haciendo malabares, ni siquiera se acercan a preguntar por qué no está en la escuela. A un par de kilómetros de distancia, sobre la Calzada La Huerta, a la altura de Ciudad Universitaria, se repite una situación similar. En este caso, dos niños, aparentemente hermanos, haciendo malabares con rocas para recibir una moneda. Cuando las cámaras de La Voz de Michoacán se acercaron para platicar con los niños, prácticamente salieron huyendo. Una vez que se cercioran que ya no hay mirones, siguen con su dinámica. Uno sobre los hombros del otro, pretenden sorprender a los ansiosos automovilistas que el fatídico sol de las 14:00 horas, quieren llegar lo más pronto a sus destinos. Ante el exceso de velocidad, los niños han aprendido a “torear” a los automóviles con tal de estirarles la mano para pedirles aunque sea un par de monedas. Como este caso, existen muchos que no llegan a ser documentados por las autoridades. Prácticamente en todos los cruceros de Morelia, se tiene registro de niños que limpian vidrios de automóviles, venden dulces, chicles o lavan coches, muchas veces supervisados por quienes aparentan ser sus padres. El Centro Histórico de Morelia no se escapa de esta situación. En el lugar es común ver a decenas de niños en diferentes puntos, ofreciendo a los turistas y visitantes desde dulces hasta artesanías locales. Este tipo de casos son los más difíciles de documentar para las autoridades estatales, municipales y federales. Prácticamente, cuando se acerca cualquier autoridad a hacer preguntas, los niños salen corriendo a esconderse. Los datos que se tienen disponibles son bastante generales. El Diagnóstico Situacional de Menores Trabajadores de 2016 reveló que el 79.9 por ciento de los infantes que trabajan en esta ciudad, son oriundos propiamente de Morelia, mientras que el 20.05 por ciento provienen de otros municipios. La población encuestada de por este diagnóstico corresponde a 29.7 por ciento de mujeres y 70.3 por ciento son varones. El rango de edad en la que se encuentran estos menores oscila en un 29 por ciento de niños de entre 5 y 11 años, y un 70 por ciento de 12 a 17 años propiamente. Los datos no son alentadores. Se estima que en nuestro estado trabajan 100 mil niños, de los cuales el 50 por ciento están empleados como jornaleros en los diversos cultivos agrícolas. De este universo, se estima que son 73 mil 382 niños los que realizan trabajos en condiciones riesgosas, es decir en actividades bajo tierra, agua, en alturas peligrosas, en espacios cerrados, en medios insalubres, con sustancias, agentes y procesos peligrosos; o en temperaturas o niveles de ruido, de vibraciones que perjudiquen la salud; aunado a lo anterior, los horarios exceden las horas laborales permitidas incluso para un adulto o en muchos casos son diurnos. Según datos del Consejo Estatal de Población (Coespo), los municipios con mayor índice de trabajo infantil en Michoacán son Chilchota, Coeneo, Yurécuaro y Tanhuato, mientras que en el municipio de Coahuayana se han documentado los casos de los niños inmigrantes jornaleros, los cuales, al mantenerse en constante movimiento, son más difíciles de documentar. En 2010, Chilchota y Coeneo eran expulsores de jornaleros agrícolas a los municipios de Yurécuaro y Tanhuato, estos últimos municipios actualmente persisten en la dinámica, sobre todo Yurécuaro, que es el municipio con mayor rezago educativo infantil a consecuencia del trabajo infantil como jornaleros agrícolas de muchos niños y niñas en el municipio.