AP El papa Francisco declaró santos a sus dos predecesores Juan XXIII y Juan Pablo II ante unas 800.000 personas el domingo, en una ceremonia de canonización sin precedentes, que tuvo otro ribete histórico con la presencia del pontífice retirado Benedicto XVI. Nunca antes un papa en funciones y otro retirado habían oficiado misa en público, mucho menos en un acto en el que se celebraba a dos de sus más famosos predecesores. La presencia de Benedicto también refleja el balance que Francisco tuvo en consideración al canonizar a Juan XXIII y Juan Pablo II, que muestra la unidad de la iglesia al honrar a un papa conservador y un liberal. Francisco estableció claramente el punto en su homilía al elogiar a ambos hombres por su trabajo asociado al Concilio Vaticano II, las innovadoras reuniones que modernizaron a la institución de 2.000 años de antigüedad. Juan convocó al Concilio mientras Juan Pablo se encargó de asegurar la interpretación y puesta en marcha de su vertiente más conservadora. "Juan XXIII y Juan Pablo II cooperaron con el espíritu santo al renovar y actualizar a la Iglesia, y mantenerla cercana con sus figuras prístinas, esa figuras que los imágenes nos han dado a través de los siglos", dijo Francisco. Elogió a Juan XXIII por haber permitido que Dios lo llevara a convocar el Concilio y celebró el énfasis en la familia que tuvo el reinado de Juan Pablo, un asunto en el que Francisco también se ha interesado. "Ambos fueron sacerdotes, obispos y papas del siglo XX", dijo Francisco. "Vivieron los trágicos acontecimientos del siglo pero no se vieron abrumados por ellos". Fue Benedicto quien colocó a Juan Pablo en la vía rápida para ser declarado santo pocas semanas después de su muerte en 2005, respondiendo a las consignas de "santo súbito" ("santo ya") coreadas en italiano que surgieron durante su funeral. Su canonización fue la más expedita de las épocas modernas. Después Francisco modificó las reglas de canonización del Vaticano al decidir que no era necesaria la evidencia de un segundo milagro que establecen las normas para declarar santo a alguien. Francisco respiró hondamente e hizo una pausa momentánea antes de recitar la fórmula para declararlos santos, como si estuviera conmovido por la historia de la que estaba por formar parte. Dijo que tras deliberar, consultar y rezar por la ayuda divina "declaramos benditos y definimos que Juan XXIII y Juan Pablo II sean santos y los incluimos entre los santos, decretando que sean venerados de esa manera por toda la iglesia". La multitud que se extendía desde la plaza de San Pedro hasta el río Tíber y más allá rompió en aplausos. "Este es un momento histórico", dijo el reverendo Víctor Pérez, quien llevó a un grupo de la preparatoria Juan Pablo, de Houston, Texas, y esperó casi 12 horas para acercarse a la plaza de San Pedro. "Juan Pablo tuvo un gran impacto en la Iglesia, terminó el trabajo del Concilio Vaticano. Hoy se rinden honores a lo que Dios ha hecho durante los últimos 50 años en la Iglesia". Aunque en lugares como en la Polonia natal de Juan Pablo las campanas tañeron en señal de celebración, en las primeras horas de la mañana la atmósfera en la plaza era pacífica y callada, tal vez provocada por el cielo gris y el cansancio de quienes no durmieron, diferente del ambiente festivo y de mayo de 2011, cuando Juan Pablo II fue beatificado y en el que grupos de personas bailaron y cantaron durante horas antes de la misa. El Vaticano calculó que unas 800.000 personas vieron la misa en Roma, unas 500.000 en la plaza de San pedro y calles cercanas y el resto a través de pantallas de TV que se colocaron en sitios públicos y calles del centro de la ciudad. Cuando comenzó la ceremonia, la Via della Conciliazione, la principal avenida que lleva a la plaza, las calles cercanas y los puentes que cruzan el río Tíber estaban abarrotados. Peregrinos polacos que agitaban banderas con los colores rojo y blanco de la amada patria natal de Juan Pablo II estuvieron entre los primeros en llegar a la plaza desde antes del amanecer del domingo; eran contenidos por trabajadores de protección civil que llevaban chalecos de colores reflectantes que intentaban mantener el orden. "Cuatro papas en una ceremonia es un suceso fantástico de ver y de estar presentes, porque es historia escrita frente a nuestros ojos", dijo maravillado el polaco Dawid Halfar. "Es maravilloso ser parte de esto y vivir todo esto", agregó. Benedicto XVI había prometido permanecer "oculto frente al mundo" después de que renunciara el año pasado, sin embargo, Francisco lo convenció de salir de su retiro y le solicitó que participe en las actividades públicas de la iglesia. Benedicto estaba sentado al lado de otros cardenales en la plaza de San Pedro durante el rito al inicio de la misa del domingo. Él y Francisco se saludaron brevemente a la llega del actual pontífice. En una suerte de ensayo, Benedicto acudió en febrero a la ceremonia en la que Francisco ordenó a 19 nuevos cardenales. Pero oficiar una misa juntos es algo distinto, algo que sucede por primera vez en la historia de 2.000 años de esta institución, lo que muestra el deseo de Francisco de mostrar la continuidad en el papado pese a las diferencias entre personalidades y políticas. Juan, quien reinó de 1958-1963, es un héroe de los católicos liberales ya que convocó al Concilio Vaticano II. En esas reuniones la iglesia adoptó medidas para modernizarse como la celebración de la misa en lenguas locales en lugar del latín y la promoción de un mayor diálogo con integrantes de otras creencias, especialmente con los judíos. Durante su papado de un cuarto de siglo, de 1978-2005, Juan Pablo II apoyó en el derrocamiento en comunismo en Polonia a través del apoyo al movimiento Solidaridad. Su condición de trotamundos y el lanzamiento de las muy populares Jornadas mundiales de la juventud estimularon a una nueva generación de católicos, mientras su defensa de la doctrina tradicional fortaleció a los conservadores luego de los turbulentos años 60. "Juan Pablo era nuestro papa", dijo Therese Andjoua, una enfermera de 49 años que viajó desde Libreville, Gabón, junto con otros 300 peregrinos para presenciar la ceremonia. Vestía un atuendo africano tradicional con las imágenes de los dos nuevos santos adheridas. "En 1982 él fue a Gabón y cuando llegó besó la tierra y no dijo: 'Levántense, avancen y no tengan miedo''', recordó mientras descansaba en una tarima de botellas de agua. "Cuando escuchamos que iba a ser canonizado, nos levantamos". Numerosos fueron los fieles que llegaron de América Latina, algunos con importantes sacrificios económicos. El mexicano Juan Medina, 20 años, estudiante, se declaró muy feliz: "Un regalo de Dios poder estar aquí en la canonización de los dos papas, en especial por Juan Pablo II, que es como si fuera un santo mexicano por lo mucho que quiso a nuestro país y por las tantas veces que lo visitó". El sacerdote colombiano Jorge Henrique dijo que la canonización de los dos papas "ha sido muy bien recibida en mi país porque somos de mayoría católica". La chilena Rosario Poblete, 48 años, dijo que había rezado en San Pedro por Valparaíso, puerto chileno que sufrió un violento incendio que provocó muertes y graves daños. "Estamos acá por ellos y hemos rogado por todas las familias que han sufrido la pérdida de sus familiares", agregó. Ricardo Asiares, 51, encabeza un grupo de más de 30 personas de una parroquia de la ciudad chilena de Viña del Mar, reconoció que "había sido un gasto importante el haber venido hasta Roma, pero cuando se trata de un alimento para el espíritu, como es esta ceremonia, no existen sacrificios". Reyes, reinas, presidentes y primeros ministros de más de 90 países asistieron a la ceremonia. Unos 20 líderes judíos de Estados Unidos, Israel, Italia, Argentina -el país de nacimiento de Francisco- y Polonia, también participarán en una muestra clara de la mejoría de las relaciones entre católicos y judíos alcanzada en los papados de Juan y Juan Pablo.