Rafael Alfaro Izarraraz En los tiempos inmediatos a la posguerra se vivió una intensa actividad en el campo a nivel mundial. A la posguerra le siguieron las revoluciones chinas y cubanas y los conflictos en varias regiones del mundo, teniendo como escenario el ámbito rural. La idea de que las grandes transformaciones en el mundo iniciaban en el campo y terminaban en las grandes urbes elevó la tensión en el mundo occidental, capitalista. A la revolución “roja” el mundo occidental capitalista respondió con la revolución “verde”. El foco de atracción ruso se atendió incrementando las condiciones de vida de la población urbana aumentando salarios, prestaciones y creando instituciones, pero era indispensable “blindar” a la población del medio rural, la que vivía en condiciones más apremiantes y que podía ser susceptible del mal ejemplo chino y cubano. Se concibió una alternativa que impactaría la vida rural: enfrentar la amenaza roja con la revolución verde, particularmente desactivando las condiciones de hambre en que vivía la población desde tiempos inmemoriales. Digo inmemoriales, y el término inmemorial incluye a las ciudades, debido a que el hambre es un instrumento de poder que se utiliza en las sociedades jerárquicas y no es ajena a la sociedad industrial. La revolución verde tuvo como principio una intencionalidad política pero también aquella debería palparse materialmente porque de lo contrario estaba en riesgo la sociedad industrial misma, empezando por el campo. Y este objetivo se logró en los primeros años, al incrementarse la producción de granos en el mundo, lo que impactó de alguna manera a naciones en aquel entonces clasificadas como subdesarrolladas. La revolución verde se llevó a diversas regiones del mundo. México fue elegido como laboratorio de los experimentos. No fue una casualidad, debido a la cercanía con Estados Unidos y a la preocupación por cuidar su “traspatio”. La producción de granos se incrementó notablemente y México se convirtió en una nación que reafirmó su condición de nación autosuficiente en la producción de granos y alimentos en general. La idea de que el progreso y el uso de la tecnología, una buena parte de ella proveniente de las prácticas de la guerra (el tractor y el tanque de guerra), vendría de la mano de las opciones que ofrecía el progreso asociado a las sociedades industriales. La tecnología sirvió a la larga y, por ese momento, contribuyó para “aplacar” el virus rojo que amenazaba a la sociedad industrial en el medio rural no sin trastornos ocasionales. En las revistas de la UNESCO, dedicadas a la agricultura entre otros temas, aparecieron las portadas con imágenes de jóvenes estudiantes y obreros (en páginas interiores), rodeados de comida, que reflejaban cierta abundancia. De la misma manera se enfatizaba la crítica a las naciones que no modernizaban sus prácticas productivas agrícolas, mediante el uso de las modernas técnicas asociadas a la tecnología y los paquetes tecnológicos. El punto de inflexión de esta estrategia tuvo tres momentos. La producción de granos y alimentos en general se incrementó hasta un punto en el que se llegó a un tope y, a partir de ahí, no se ha logrado incrementar la producción, por esa vía. El otro punto de inflexión fue el daño a los sistemas ecológicos y culturales campesinos. Tercero, asociado a los paquetes tecnológicos y la biotecnología: la producción de alimentos con semillas genéticamente modificadas. De esos tres factores surgió una alternativa en el campo que nada tiene que ver con las contradicciones del mundo bipolar ya fenecido, pero que apunta a una solución al problema alimentario mundial y al impacto que la revolución verde y las técnicas asociadas a la biotecnología tienen en el mundo y específicamente en consumo de alimentos: la producción de alimentos de origen orgánico. De acuerdo a especialistas en el tema (ver por ejemplo: González, Alma Amalia, Nigh, Ronald, ¿Quién dice qué es orgánico? La certificación y la participación de los pequeños propietarios en el mercado global.Disponible en:<http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=53907702> ISSN 1405-2849), campesinos alemanes y norteamericanos, iniciaron un tipo de prácticas que implicaron un serio cuestionamiento a la agricultura tradicional. La producción de orgánicos consiste no solamente consumir un producto con la confianza de que no contiene sustancias dañinas al organismo humano, también implica que en su producción los sistemas ecológicos no fueron trastornados para su producción y, asimismo, que la cultura campesina y de los pueblos originarios se reafirmó al construir un circuito de consumo que cortó sus vínculos con un sistema que los destruye. La presunción de que somos un país que exporta alimentos (como ahora se dice del aguacate), mientras las instituciones gubernamentales y no gubernamentales nos dicen que existen por lo menos entre cinco y ocho millones de personas que no tiene para comer y que, además, se destruyen los recursos naturales y culturales, claves para el mañana, es contradictorio con los fundamentos que deberían servir de respeto a todo ser vivo. Ojalá y la tan mencionada Cuarta Transformación no deambule, en materia de atención al campo, por caminos infelizmente ya transitados.