Rafael Alfaro Izarraraz Los conceptos de miseria y pobreza no significan lo mismo, no tienen los mismos antecedentes y cada uno cumple una función diferente al interior de la sociedad. El primero (la condición de miserable), tiene su origen en la filosofía (Paul Ricoeur), en tanto que el segundo (la condición de pobreza), surge como una valoración social que impone a determinadas capas sociales una condición existencia “inferiorizada”. La miseria es una condición humana, debido sobre todo a las limitaciones que tiene el ser desde el momento mismo en que empieza a deambular como una entidad espiritual en el mundo. Desde el punto de vista biológico es una criatura, hasta cierto punto, la más indefensa de todas las que habitan la tierra. Absolutamente dependiente en su crianza de otros seres y que, a diferencia de otros animales, requiere de una atención que implica años para que pueda sobrevivir. La pobreza tiene sus antecedentes en las religiones, sobre todo en la cristiana. La narrativa religiosa reconoce en el ser humano y sus limitaciones no como parte de su condición de miserabilidad, sino de una existencia que se apoya en la lógica de un castigo y una “historia” teológica fundada en la Creación del mundo, así como en la posterior expulsión del Paraíso de los “padres fecundadores de la dinastía de los humanos”, Adán y Eva. La miseria como condición humana asociada a las limitaciones física del ser mismo y de su finitud ha sido redimida por la idea de encontrar en el ser una racionalidad, explicada y fundada por Descartes, como ser verá más adelante en el renacimiento. En su origen esta racionalidad tiene sus antecedentes más inmediatos en las ideas filosóficas de la existencia de una Idea, alma o espíritu fundador del universo y de lo que habita en él. La redención de la pobreza humana está vinculada a la salvación del alma. La condición de pobre no tiene salida por lo menos en la vida vivida, sino en la muerte. Lo anterior, en tanto que seres o criaturas cuya vitalidad no les pertenece, sino que les es prestada por una figura mística fundadora de lo visible. El cuerpo no es otra cosa que una especie de soporte terrenal en el que habita el alma como reflejo espiritual de un alma universal fundante. La miseria encuentra un camino de la perfección a través de la consideración platónica de que las imperfecciones de las que dota la condición de miserabilidad pueden ser superadas por la vía de ascender hacia niveles de perfección platónica, que nos ofrece el universo en su quietud y estabilidad, a través de la contemplación filosófica, lo que marca una senda a la sociedad misma (Adorno y Horkheimer). El imperio romano y la Iglesia, San Agustín, principalmente, sentaron las bases de un proceso que permitió la fusión tanto de la miserabilidad como de la condición de pobreza, sin que esto haya significado el fin de su existencia como conceptos histórico-filosófico-religiosos contrastantes. El resultado fue el debilitamiento de la condición de miserable y la supremacía de lo pobre. La hegemonía de la pobreza como castigo sustituyó por mucho tiempo a la miserabilidad. La condición de miserable quedó por siglos incrustada en las valoraciones que tienen como origen la cúspide de las sociedades jerárquicas. Las limitaciones del ser con respecto a su entorno fueron sustituidas por un lenguaje que valora lo miserable ya no como una condición de miserabilidad sino como una referencia asociada al hombre y la mujer “ruin”: aquellos capaces de cometer acciones a través del engaño. La pobreza, por su parte, sobre todo durante el renacimiento toma un matiz diferente una vez que el ser como humano es provisto de una vitalidad propia ya no asignada o deudoras de figuras místicas. La pobreza se convierte en una condición material, en la que “lo pobre” lo es debido al infortunio de su biografía personal. Esta condición prepara a ser convertido en humano para que su pobreza sea superada por la vía del trabajo alienado. La distinción entre miserabilidad y pobreza siguen el curso a través de una línea que se hace cada vez más delgada, pero que toma matices específicos. La condición de miserable y pobre se confunde en las teorías marxistas. Esta corriente establece como vía de escape el puerto del progreso. La condición de pobre toma un significado distinto durante el siglo XIX y XX, con respecto al que tenía en el pasado. Su nuevo significado sufrió una especie de “reingeniería social”, muy similar a la que sufrió recientemente el término “indio”, al que el zapatismo le imprimió un sentido derebelde. En virtud de las grandes convulsiones sociales mundiales en aquellos siglos, el término pobre dejó su lastre místico para significar algo así como sinónimo de rebelión. Las fuerzas que hegemonizan las transformaciones en el mundo lo entendieron. El mundo durante la posguerra vivió su época “dorada”, en donde la condición de la población mundial cambió favorablemente y la pobreza, como condición social, vivió una retirada como nunca antes había ocurrido en la historia de la humanidad. Infelizmente, le siguió la del ser humano desamparado que requiere la llegada del “salvador” materializado en el dinero y la “ayuda” provista por la vía del Estado. Es el momento de recuperar la condición de miserabilidad, mejor mirarnos como seres humanos limitados y falibles, pero no pobres materiales.