Secreto a voces Entre la barbarie y la violencia… Rafael Alfaro Izarraraz Los conflictos que siguieron a la caída del Muro de Berlín han mostrado que la guerra ha dejado de fundarse en la defensa de los intereses nacionales. Todo indica que quienes han resultado vencedores del pasado bipolar, han recaído en una condición de estado de barbarie, comprensible y antes justificado por la presencia de la amenaza comunista. El fundamento de la creación de un inimaginable arsenal de armas de todo tipo incluidas las de la destrucción humana (como las nucleares, experimentadas en el espacio por las élites chinas) para defender el Estado nacional ya no tiene fundamento. La persistencia del discurso bélico parece más bien una conexión a un pasado muy remoto. Entiendo por barbarie la definición de Adorno (ver educación para la emancipación). Las élites de esos países están poseídas por una especie de espíritu de odio que se traduce en destrucción primitiva. Un “estado de naturaleza” expuesto por El Leviatán hobbsiano de lucha de todos contra todos, eliminado Estado nacional (parcialmente) y sustituido por el odio global. Por su carácter circular, los discursos sobre la guerra que se fundan en el comercio no constituyen las mejores evidencias que la justifiquen. La guerra se explica por la competencia global mercantil busca legitimarse en función de la defensa de tales intereses. Esta reflexión lleva a una “comprensión” falsa que tiende a la activación de las emociones. Cualquier visión de este tipo resulta exculpatoria de los actos humanos, debido a que contextualiza las guerras a partir de intereses materiales que se utilizan para justificar y conceder cierta legitimidad a los agentes que participan de ella. Con ello, se regresa a un momento en el tiempo que supuestamente fue superado por lo que ahora denominamos civilización. El regreso a estados de odio, primitivos, puede abarcar al conjunto de la sociedad a partir de la narrativa que trata de apelar a las emociones de un heroísmo mal entendido. A hombres y mujeres se les representa como un “tribunal” externo al conflicto. En última instancia esta narrativa busca legitimar acciones de quienes se encuentran en pugna de la vida real. Esa narrativa propia de un odio primitivo busca invadirnos con el fin de hacernos partícipe de intereses que no son necesariamente los nuestros. Si lo que llamamos civilización existe, en el sentido de un alejamiento de lo primitivo, entonces, esa civilización debería obligarnos a rechazar la guerra por bárbara no importa cuáles sean sus signos. Si China y Rusia así como Estados Unidos encabezan lo que ahora se ha dado en llamar el mundo tripolar, lo cierto es que la producción absurda de armas responde más bien un estado de barbarismo de los gobernantes de esos países y sus élites. La producción de armas resulta todavía más irracional en un mundo “civilizado” y sin comunismos soviéticos. No debemos pecar de ingenuos en cuanto a la relación que existe entre producción de armas como un factor activador de las violencias. Como dicen los estudiosos de estos temas, para que la violencia estalle es necesario que previamente se construya el escenario para ello: Pero existe una diferencia entre barbarie y violencia. La barbarie, dice Adorno, es siempre una recaída en la fuerza física. La violencia es barbarie cuando justificada en acciones humanas, viene acompañada de situación de coacción. Un episodio de violencia ocurre cotidianamente en los estadios, cuando se agrede a los futbolistas del equipo contrario. Pero es barbarie el crimen organizado cuando priva el secuestro y el asesinato. Cuando la frustración constante y permanente incursiona en el espíritu de los seres humanos, se abona el terreno para el surgimiento de la barbarie al interior de la sociedad. La frustración se elimina por el camino negativo, ante la imposibilidad de encontrar una salida a los fracasos, surge las figuras de hombres y mujeres que fundan su popularidad en narrativas emocionales. La violencia es ese escenario que precede a la barbarie. Y la sociedad actual promueve dosis de violencia que recrea al interior de la sociedad un ambiente propicio para la barbarie, como las guerras. Una de ellas es la competencia global que, aunque nos guste o no, es todo lo contrario a la existencia de Estados que acuerdan la cooperación y la complementariedad. La barbarie no es algo ajeno a nuestra existencia como género humano. Somos un terreno fértil para que pueda florecer en nuestras vidas estados anímicos superados. La frustración a la que conduce una sociedad sometida a la competencia y el individualismo someten a la mayoría a constantes frustraciones, fuente inagotable de motivaciones insanas, dice Adorno citando a Freud. Estamos en una época en donde prevalece la “minoría de edad”, explica Adorno el término de origen kantiano. Con la globalización y la revolución de las tecnologías la paz parece un cuento de hadas. Recuperar la adultez implica ser mayores de edad, no depender más que de aquello que dicte nuestra conciencia asociada al respeto a la vida.