Jaime Darío Oseguera Méndez La próxima semana corresponde la lectura de Max Weber en el curso de Maestría en Derecho que imparto en la División de Estudios de Posgrado de la Universidad Michoacana. Es en el curso de Teoría del Estado Moderno donde se analizan las diferentes concepciones del Estado, su naturaleza, fines, elementos. Es relevante en este momento de nuestro país porque estamos en la discusión permanente sobre lo que está pasando con la Cuarta Transformación en México y el rumbo que va a tomar nuestro régimen político, el gobierno y a final de cuentas el Estado. Max Weber ha sido uno de los pensadores mas grandes de la historia. Su contribución al campo de la sociología comprensiva es definitiva para otorgarle el nivel de ciencia en todo su rigor. También tuvo grandes contribuciones al campo de la historia, el derecho, la economía, la cultura, la metodología y la epistemología de las Ciencias Sociales. Un verdadero erudito, cuyos escritos alcanzan la historia de la música, de la religión, el arte y muchas otras dimensiones de la vida. Sus escritos fueron compilados por su mujer Marianne Webber en un volumen grueso que se encuentra siempre empolvado en las bibliotecas de las escuelas de Derecho, “Economía y Sociedad” publicado en México desde hace años por el Fondo de Cultura Económica. Weber desarrolla el concepto de dominación para definir el Estado como “un instituto político de actividad continuada cuando y en la medida en que su cuadro administrativo mantenga con éxito la pretensión al monopolio legítimo de la coacción física para el mantenimiento del orden vigente.” Un régimen político se define por la manera en que hace uso de los medios legítimos para establecer el orden; un Estado es, sociológicamente definido, un régimen de dominación donde nadie más puede ejercer legítimamente la violencia. Es muy claro que a lo largo del tiempo en el mundo, han existido gobiernos autoritarios, dictatoriales, los cuales legitimados por el ejercicio del poder, imponen su voluntad a fuerza de bala o bayoneta, aún en contra de lo que piensen los que piensan diferente o inclusive de la mayoría. Han venido sucediendo una serie de eventos interesantes en México que tienen que ver con la viabilidad del Estado, su funcionamiento y la capacidad que éste tiene para ordenar el flujo de la vida cotidiana. El incremento de la delincuencia es una evidente muestra de la expresión de que vivimos al borde de un estado fallido. Los actuales gobernantes sentirán la necesidad de sacar el espejo retrovisor para echarle la culpa al de atrás y hacer sentir que agarraron el timón ya con una máquina descompuesta. Lo cierto es que las cosas avanzan. Estos meses han sido reportados como los mas violentos en los últimos años pero ese no es el problema, volteamos la vista hacia Max Weber para discutir que un Estado, pierde su capacidad de generar orden, cuando su elemento emblemático, la aplicación de la coacción, no surte efectos y cada quien hace lo que le parece más conveniente. Sin sanción a las transgresiones simplemente no existe incentivo para cumplir la ley. No es este un argumento para llamar a un tirano, ni es la apelación a la violencia ejercida desde el Estado. Siempre me he manifestado en contra del autoritarismos, de donde quiera que venga. Me parece que los Estados deben establecer sus prioridades y actuar democráticamente. Eso implica defender a la población de las arbitrariedades, protegerla; tener un límite con los que violan la norma es la condición de la existencia del orden. Si no hay límites, entonces se vuelven difusas las fronteras entre lo ilegal y lo permisible. Vimos hace unos días como fueron retenidos soldados que realizaban sus labores en la Sierra de Guerrero. Si la autoridad no tiene la capacidad de ejercer la fuerza medida para cuidarse, no podrá defender a los ciudadanos. Por eso estamos a merced de la delincuencia, porque desde el Estado se desdibuja la capacidad de hacer valer la ley. En el caso de la delincuencia organizada la señal es que no habrá persecución y menos sanciones a los capos. Si esta es la estrategia, entonces esperamos una disminución de la violencia. Si esto no sucede, el sentido de autoridad quedará profundamente dañado al futuro inmediato. No todo el sentido de autoridad se ejerce contra la delincuencia. El asunto es más grave cuando se abanderan causas nobles para desdibujar las fronteras de la norma. La desobediencia civil de los maestros, justificada durante muchos años por la falta de salarios decorosos tiene entrampado a los gobiernos; hoy se torna una disputa respeto de las prebendas y el botín que representa el manejo de las plazas, la dispersión del dinero a la antigüita, donde hay poco control sobre quiénes trabajan, dónde y quiénes no lo hacen. La Cuarta Transformación está en la disyuntiva entre entregarle el sistema educativo al sindicato a través de la CNTE o establecer un sentido de autoridad para ser el rector de las decisiones en la materia. Aquí los vamos a conocer. El problema de postergar las decisiones de autoridad para aparentar ser más accesible o democrático, es que esas mismas determinaciones tarde o temprano tendrán que ser mucho más dramáticas por la falta de incentivos para cumplir con la ley. El caos también se vuelve un hábito; una costumbre que se enraíza hasta convertirse en parte de la cultura. Se percibe mucha dispersión, desorden y confusión. La esperanza es que todo sea parte de la euforia del cambio y poco a poco se vayan asentando las decisiones que permitan que la ley sea un incentivo a cumplir. De hecho las sociedades más ordenadas no son las que imponen la ley a partir de la violencia, sino las que ni siquiera tienen que ejercer la fuerza, es decir, donde se respeta el imperativo de la norma por convicción pero también porque exista la seguridad de que se va a imponer una sanción. Estamos viviendo momento deveras interesantes. Por eso hay que voltear a ver a los que saben, como Max Weber.