AP/La Voz de Michoacán Greenbelt, Maryland. Criando ellos mismos a las mariposas monarca en plena crisis de extinción global, Laura Moore y sus vecinos se reúnen en el patio de su casa en un suburbio de Maryland para lanzar una mariposa que recién emergió de su crisálida. Deseoso por participar, Thomas Powell, de 3 años, agita sus brazos y exclama: “¡Estoy volando! ¡Estoy volando!”. Moore intenta colocar a la monarca de pocas horas de vida en el dedo extendido del niño, pero la mariposa, con sus alas color naranja brillante y negro, tiene otro plan. Se aleja y comienza su vida en la verde copa de un árbol cercano. Las monarcas están en aprietos, a pesar de los esfuerzos de Moore y de un sinfín de voluntarios y organizaciones en Estados Unidos que cuidan a la popular mariposa. La nueva orden del gobierno del presidente Donald Trump que debilita la Ley de Especies en Peligro de Extinción podría empeorar las cosas para la monarca, una entre más de 1 millón de especies que luchan por su supervivencia. La rápida urbanización y el cambio climático aumentan el ritmo de extinción de la especie, según un reporte de Naciones Unidas publicado en mayo. Para las monarcas, la agricultura y otras actividades humanas han erradicado franjas del tamaño de estados del hábitat del algodoncillo, reduciendo la cantidad de mariposas en un 90% en las últimas dos décadas. Luego de que su población se redujo en 99% el año pasado, alcanzando apenas unas decenas de miles en el occidente de Estados Unidos, el gobierno ahora considera incluir a la monarca en la lista de especies en peligro de extinción, pero si la reciente medida del gobierno de Trump sobrevive las impugnaciones legales, habrá importantes cambios en la manera en que el gobierno ofrece las protecciones y qué criaturas las reciben. Funcionarios del gobierno federal dicen que los cambios, que habrán de entrar en vigor el próximo mes, reducirán la regulación mientras todavía protegen a animales y plantas. Pero conservacionistas y legisladores demócratas dijeron que la revisión provocará más extinción, al retrasar y negar las protecciones. Por primera vez, el gobierno se reservará la opción de calcular y anunciar el costo financiero de salvar a las especies antes de tomar la decisión de hacerlo o no. Las monarcas compiten por hábitat con los productores de soya y maíz, cuyos cultivos están valuados en unas cuantas decenas de miles de millones de dólares anualmente. Para el caribú de la montaña, el urogallo de las artemisas, la marta de Humboldt en los bosques centenarios de California y otras criaturas, es la deforestación, la explotación de petróleo y gas, las rancherías y otras industrias, las que las expulsan de sus hábitats. Otro cambio futuro pondrá fin a las protecciones generales para las criaturas recién agregadas a la lista. Los grupos conservacionistas dicen que las dejará desprotegidas durante meses o años, mientras los funcionarios, conservacionistas, industrias y terratenientes, elaboran cada uno un plan de sobrevivencia, caso por caso. La regla también limitará la consideración de amenazas a las que se enfrentan las especies en un futuro “previsible”, lo que los grupos conservacionistas afirman permitirá que el gobierno ignore el creciente daño del calentamiento global. Junto con la agricultura, el cambio climático es uno de los principales factores en la posible extinción de la monarca, obstaculizando su migración anual de 4.800 kilómetros (3.000 millas), la cual está sincronizada con la primavera y el brote de flores silvestre. En 2002, una sola tormenta, seguida por una helada, mató a aproximadamente 450 millones de monarcas en su refugio invernal en México, dejando el suelo del bosque cubierto de alas. Se prevé que en diciembre de 2020 se decida si la monarca debe considerarse entre las especies en peligro de extinción. Mientras tanto, voluntarios como Moore cultivan plantas para alimentar y albergar a las monarcas, cuidan las orugas, y etiquetan y cuentan monarcas durante sus migraciones anuales. Para Moore, una maestra privada que ha sembrado en su patio de 37 metros cuadrados (400 pies cuadrados) algodoncillo, erigeron y otras plantas que alimentan y albergan a mariposas, la esperanza es que los esfuerzos de miles de voluntarios vinculados a través de organizaciones de vida silvestre, escuelas y grupos de Facebook, salven por lo menos a la monarca. “El interés de la gente podría salvarla. Es motivador”, dijo Moore, quien también cultiva algodoncillo adicional para regalar. Si la monarca no puede salvarse, dice, “sería algo triste. Lo que se diría sobre lo que podemos hacer”. Algunos animales _ como la tímida especie de caribú de las montañas que se extinguió de la vida silvestre en los 48 estados contiguos el invierno pasado a pesar de estar protegido por la ley _ pasan problemas y desaparecen de la vista. Las monarcas sirven como recordatorio, dice Karen Oberhauser, directora del arboreto de la Universidad de Wisconsin y bióloga conservacionista que estudia las monarcas desde 1984. Eso fue antes de que el auge de la soya, el maíz y los herbicidas eliminaran el algodoncillo en los pastizales convertidos en cultivos. “Uno de los motivos por los que creo que es tan importante enfocarse en la conservación de la monarca es que las monarcas conectan a la gente con la naturaleza”, dijo Oberhauser. “Son hermosas, son impresionantes, las personas las han visto desde que son niños”. “Es aterrador que los cambios que los humanos causan provoquen el declive de especies que son tan comunes como las monarcas”, dijo Oberhauser. “El ambiente cambia tanto, que las monarcas se reducen y creo que eso no es un buen presagio para los humanos”. El Departamento del Interior no proporcionó comentario para este reportaje sobre los problemas para la monarca a pesar de las reiteradas peticiones. Para el agricultor de maíz y soya Wayne Fredericks de Osage, Iowa, el aparentemente vulnerable ciclo de vida de la monarca es un misterio. “¿Quién diseñaría una criatura tan pequeña que depende de un tipo de maleza, que pasa el invierno en un pequeño lugar?”, pregunta. Fredericks participa en un programa del gobierno federal que paga a los agricultores para sembrar isletas de flores silvestres y céspedes nativos en sus tierras. Entre las hileras de maíz de sus 303 hectáreas (750 acres) esta primavera, Fredericks se emociona al ver el resultado: alas anaranjadas y negras agitándose entre un prado de flores sembradas. “Este año, simplemente es maravilloso”, dijo. Sin embargo, como agricultores “hemos evolucionado para tener campos limpios” y hemos utilizado tractores, potentes herbicidas y cosechas resistentes a herbicidas para que estén así, dice Fredericks. “Y, desafortunadamente, mató al algodoncillo”. Las mariposas son bonitas, dijo, pero se requiere dinero para persuadir a los agricultores a trabajar duro esparciendo algodoncillo. “Cuando tuvo sentido económico, sucedió de inmediato”. Para la agricultora Nancy Kavazanjian, que incluye paneles solares y sectores de flores silvestres amigables con los polinizadores en medio de sus sembradíos de maíz, soya y trigo en Beaver Dam, Wisconsin, “si vamos a ser sostenibles, tenemos que pagar”. En caso de que los partidarios obtengan las protecciones federales para las mariposas y su hábitat de algodoncillo, “el punto está en los detalles ¿no?”, comentó Kavazanjian. “La terminología y la aplicación y ustedes saben, quiero decir, si una vez más las especies invasoras se encuentran con especies en peligro de extinción ¿qué sucede?”. “Estamos haciendo lo que podemos”, señaló Richard Willkins, un productor de Delaware que rechaza los programas federales de hábitats agrícolas, pero que espera que dejar que la mala hierba y flores silvestres sobrevivan en zonas difíciles de podar contribuya a la supervivencia de las especies. “Creo que encontrarás que hay muchos agricultores” que piensan igual. Para Oberhauser, la bióloga de Wisconsin, “es muy importante no responsabilizar a los agricultores”. “Lo que necesitamos en lugar de buscar culpables es compensar”, como ocurre con los programas que quitan tierras no productivas de la agricultura y las transforman en zonas apartadas para la vida silvestre, comentó. En el oeste de Estados Unidos, donde las monarcas pasan el invierno en lugar de migrar hacia México, sus números han disminuido de 4,5 millones en la década de 1980 a menos de 30.000 el invierno pasado. Tierra Curry, una científica de Oregon que trabaja con el Centro para la Diversidad Biológica, dijo que la gente de su edad, casi 40 años, cree que “no hay manera en la que las monarcas estén en peligro de extinción”. Pero para su hijo de 14 años, ya es casi un mundo sin monarcas. A pesar de las más de una decena de plantas de algodoncillo que la familia tiene en su jardín, “no hemos visto ninguna hasta ahora” comentó.