La segunda ola de la pandemia dispara las muertes por COVID-19 en Argentina

La irrupción de las nuevas variantes del virus ha tenido un enorme impacto en el país rioplatense, que en las últimas semanas ha registrado niveles récord de casos diarios.

Foto: EFE.

EFE / La Voz de Michoacán

Buenos Aires. Tras un año y tres meses de pandemia, Argentina roza los 88,000 fallecidos por coronavirus, alrededor de 16,000 de ellos en los últimos 30 días, unas cifras que elevan la incertidumbre por la evolución de la segunda ola a las puertas de un nuevo invierno austral.

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La irrupción de las nuevas variantes del virus ha tenido un enorme impacto en el país rioplatense, que en las últimas semanas ha registrado niveles récord de casos diarios (41,080, el pasado 27 de mayo), de muertes (744, el 18 de mayo) y de ocupación de las unidades de terapia intensiva (7,969 personas internadas el 14 de junio).

El Gobierno nacional impuso un confinamiento estricto en gran parte del país entre el 22 y el 30 de mayo, una medida que consiguió bajar el número de casos, pero no así el de muertos: desde el pasado 18 de mayo, las autoridades sanitarias han reportado un total de 16,018 fallecidos por coronavirus, lo que arroja una media diaria de 516 decesos.

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Estos números convierten al país suramericano en uno de los más golpeados por la pandemia a día de hoy, puesto que en los últimos siete días ha sido el tercero con más muertes (12,16 por millón de habitantes) del mundo, solo por detrás de Surinam (12.66, aunque su población no llegue al millón) y Paraguay (17,67), según datos del portal estadístico Our World in Data.

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LOS CEMENTERIOS MULTIPLICAN SU TRABAJO

Ante un número tan elevado de fallecidos, los cementerios han visto multiplicada su labor como nunca antes desde el inicio de la pandemia, según manifiesta a Efe José Luis Urich, responsable del Jardín de Paz Oeste, un camposanto situado en el municipio bonaerense de Luján, a unos 65 kilómetros de la capital argentina.

"Cuando comenzó esta pandemia, había bajado el trabajo (...). En cambio, ahora ha subido un 40 o un 50 % (en comparación) de las épocas normales: si había 50 servicios en las épocas normales, hoy hay 70 o 80", constata.

Por el momento, este cementerio privado de la provincia de Buenos Aires no ha tenido que ampliar sus terrenos para acoger más sepulturas, pero su intendente insiste en que "hay más caudal" de trabajo.

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Con todo, la segunda ola no trastocó el funcionamiento habitual del cementerio, que permaneció cerrado a cal y canto durante los primeros seis meses de la pandemia, pero que ahora, con protocolos sanitarios, permite que los visitantes puedan dar un último adiós a sus seres queridos.

"Ahora nosotros vemos un poquito la parte humanitaria y dejamos entrar a la gente, así tratamos que se puedan despedir acá, en el parque", afirma Urich.

DESGASTE EN LAS TERAPIAS INTENSIVAS

Muchos de estos fallecidos por covid pasaron previamente por unidades de terapias intensivas, cuyos profesionales trabajan al límite de sus fuerzas, puesto que tuvieron que "duplicar el trabajo" ante la carencia de médicos especializados en estas labores.

"Había ya un déficit previo de especialistas. Somos aproximadamente 1.800 en el país y tenemos que llegar a 5,000, hay un déficit muy importante de médicos, y los que están tenemos una tarea muy multiplicada", señala a Efe por videoconferencia Carina Balasini, especialista en terapia intensiva e integrante de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI).

De hecho, esta segunda ola está resultando, según Balasini, "mucho más devastadora" que la primera, con "muchos más pacientes, mucha más ocupación de camas más prolongadas" y con un cambio en el tipo de enfermos que precisan cuidados intensivos.

"Es una población de pacientes jóvenes, que no tienen comorbilidades, pero que están gravísimos y llegan tarde a consulta (...). Es como si no se dieran cuenta de que están enfermos, aguantan y aguantan y llegan casi para respirador", lamenta.

Por ese motivo, la sanitaria acusa el enorme desgaste que existe entre sus compañeros, que padecen un deterioro tanto físico, con guardias de más de 24 horas sin descanso, como sobre todo psicológico.

"Antes le decíamos a los hijos que los papás se morían, y ahora les estamos diciendo a los padres que sus hijos se están muriendo", relata.