COLEGIO DE ABOGADAS DE MICHOACÁN AC |Violencia parental

Actualmente diversas legislaciones han sido reformadas con la intención de disminuir la violencia parental, en aras de abrir otro criterio en la forma de educar a los hijos, penalizando además la violencia física, psicológica, moral, etc., que se ejerce contra los mismos y que pueda causar un daño en la estructura familiar.

Giovanna Cortez Miranda

Existe una apreciación casi generalizada respecto de la forma en que los padres debemos educar a nuestros hijos; pues se ha concebido la idea histórica de que los padres tenemos en derecho de reprenderlos como una herramienta para educarlos; y, generacionalmente se ha tolerado a los padres (entre otras personas adultas al cuidado de la niñez)  que los mismos pudieran golpear, insultar, denigrar, exponer, etc., considerando incluso que quienes no lo hicieran, estarían maleducando a sus descendientes.

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Estas “formas de educar” han traído, a  voces silenciadas, consecuencias que van desde la generación de traumas y frustraciones poco trabajadas desde la parte médica, hasta incluso la muerte; sí, pues desgraciadamente existen altos índices de violencia parental en donde los progenitores propinan castigos tan severos, que llegan a ocasionar la muerte de los hijos, ya sea de manera accidental, o bien, porque los padres llegan a un estado de descontrol emocional que son incapaces de parar los actos de violencia. 

Sin embargo, la ley en sí misma, deja abierta una brecha a la que se le imprime un toque cultural, pues desafortunadamente, la educación de los hijos se asocia con la violencia, aunque nos cueste mencionarlo así, porque incluso no solemos como sociedad, reconocerle desde su realidad. Nuestra legislación en México, ha señalado como un derecho de los padres o de quienes ejercen la patria potestad, la de reprimir o reprender a los hijos, cuando los mismos se portan mal; sin embargo, dichos términos son interpretados desde diferentes perspectivas, generando con ello un sinfín de apreciaciones, sobre todo basadas en prejuicios sin sentido, pues mientras para algunas personas reprender puede otorgarles la licencia para golpear o maltratar; para otras personas reprender equivale únicamente a hacer verles las conductas que podrían no ser correctas, e integrar diversas estrategias formativas, de acompañamiento y de inculcar valores y principios.

De tal forma que es urgente comprender que la buena educación se proporciona cuando se antepone el amor, el diálogo, la palabra y el buen ejemplo; las niñas, niños y adolescentes, según su edad, van desarrollando un grado de comprensión del mundo que les rodea; por lo que difícilmente comprenderán a cierta edad, las consecuencias de sus actos, pues si bien, saben que algo hacen mal, no saben el daño o afectación causada; y nuestra obligación como adultos, es precisamente educarles haciéndoles saber las consecuencias y apoyándoles en responsabilizarse de las mismas según su propia capacidad; pues de lo contrario, cuando lo que reciben es un golpe o un daño, solo se genera una confusión en su interior al recibir violencia de la persona o personas de quien debe recibir seguridad, amor y protección; y es entonces que se despierta en los mismos, sentimientos de codependencia que llevarán a una vida adulta, en donde sean capaces de recibir malos tratos de sus parejas, de sus jefes o de cualquier persona con la que logren entablar un lazo, y que seguirán generando patrones de conducta heredables a otras generaciones.

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Actualmente diversas legislaciones han sido reformadas con la intención de disminuir la violencia parental, en aras de abrir otro criterio en la forma de educar a los hijos, penalizando además la violencia física, psicológica, moral, etc., que se ejerce contra los mismos y que pueda causar un daño en la estructura familiar. Lo lamentable es que es una práctica recurrente que se da a puerta cerrada al interior de las familias y que sigue arrojando un preocupante número de menores violentados bajo la justificación de la educación de los mismos, y que son conductas poco denunciadas debido a la vulnerabilidad de las víctimas y su desconocimiento y en el caso de la sociedad, pocas personas se atreven a denunciar y hay que destacar, que muchos más no denuncian pues consideran que es un derecho de los padres el reprimir a sus hijos empleando incluso la violencia física.

Reeducarnos en la tarea de la formación a nuestros hijos, es un deber nuestro y es una obligación el Estado, atendiendo además al estricto cumplimiento a los tratados internacionales que velan por la protección de la niñez. Se debe entonces, replantear integralmente la manera en que formamos a nuestros hijos.