Esperanza Valdez Barriga La lengua, es sin duda, uno de los instrumentos más importantes de comunicación con la que cuentan las personas. Es el reflejo de una sociedad en determinado tiempo y espacio. Es el medio a través del cual aprendemos la realidad. Desde la infancia, comenzamos a adquirir diversos procedimientos comunicativos que nos ayudan a incorporarnos a una sociedad concreta, a regular nuestra conducta y nuestro pensamiento. Así pues, el lenguaje es una adquisición cultural, que engloba un conjunto de conocimientos, valores, actitudes, pero también de prejuicios y estereotipos. De igual manera, refleja las características de quienes la usan. En la actualidad, se ha dado un acalorado debate en relación al uso del lenguaje inclusivo. Por un lado, se señala que el uso del lenguaje no inclusivo únicamente abarca un cierto grupo de personas del género masculino, que anula a gran parte de la población, y que, en la mayoría de los casos, es sexista. Entendiéndose al sexismo como la actitud que se caracteriza por el menosprecio y la desvalorización de todo aquello realizado por las mujeres frente a lo que hacen los hombres. Asimismo, se habla de una violencia simbólica al considerar que todo lo que abarca o involucra lo femenino es inferior. Se argumenta que, mientras se continúen utilizando términos masculinos, se invisibiliza y se anula a la otra mitad de la población: las mujeres. Además, se menciona que, la mujer no puede seguir oculta en el discurso, pues la diferencia entre masculino y femenino en el lenguaje no sitúa a ambos términos al mismo nivel, pues mientras lo femenino es la ausencia, lo derivado y la negación; lo masculino es el centro y medida de todas las cosas. En sentido opuesto a estas ideas, a quienes defienden el uso del lenguaje excluyente, precisan que la forma genérica masculina, comúnmente utilizada tanto al hablar como al escribir, sí abarca la universalidad de los seres humanos. No aceptan la utilización del femenino como genérico, ni la inclusión del femenino en el caso en el que sean mayoría de mujeres en un grupo. Invocan cuestiones gramaticales, así como de economía del lenguaje. Además, mencionan que, en el lenguaje sí se encuentra incluido el género femenino, que basta atender al contexto de lo que se está expresando o escribiendo, para que se corrobore que dicho género se encuentra inmerso en el mismo. Entre muchas otras opiniones que inducen a considerar que existe una gran resistencia para aceptar que se modifique el lenguaje. Es oportuno resaltar que, las instituciones de la lengua no tienen el monopolio del lenguaje, y mientras estas debaten entre lo correcto o incorrecto de los procesos lingüísticos, los hablantes pueden explorar otra forma de comunicación, integrar o agregar palabras para crear nuevas formas de inclusión y romper estereotipos. Eligiendo no descalificar a ninguna persona o grupo por razón de género o por alguna otra circunstancia. Así como también, utilizar términos genéricos o colectivos para sustituir palabras marcadas sexualmente, pues una de las ventajas de nuestro lenguaje español es que es muy basto y se pueden encontrar muchas formas de decir lo mismo, sin exceptuar a nadie. A fin de orientar una adecuada utilización de un lenguaje incluyente, diversas instituciones han realizado y difundido guías y manuales que valdría la pena tomar en consideración. No debemos perder de vista que la lengua está en constante evolución, que además es un instrumento flexible que se puede ir adaptando a los parlantes. Es un ente vivo que puede ser modificable a voluntad de quienes lo utilizan, pues son estos los dueños de la lengua y sus creadores. Es fundamental reconocer a través del lenguaje a los grupos de personas que han sido excluidos, visibilizarlos a través de las palabras, comunicar que existen, porque también la desigualdad se ve reflejada en el lenguaje. Lo ideal es, valorar la diversidad como parte de lo cotidiano y dar un lugar en la historia y en el presente a los grupos generacionalmente excluidos. Si bien es cierto que, la transformación del lenguaje puede ser un proceso largo, no resulta imposible; sin embargo, esto implica incorporar paulatinamente el lenguaje inclusivo hasta que se vuelva un proceso natural, generando un cambio social, primero en el lenguaje, enseguida en el pensamiento y finalmente en la actitud. Apostemos por la fuerza que tienen las palabras para crear nuevas realidades que contribuyan a disminuir, y en su momento, a anular la discriminación de los grupos más sensibles. Pues, como señala Eulalia Lledó: “Las lenguas son amplias y generosas, dúctiles y maleables, hábiles y en perpetuo tránsito; las trabas son ideológicas. La lengua tiene un valor simbólico enorme, lo que no se nombra no existe o se le está dando el carácter excepcional”. vbesperanza@hotmail.com