DESDE EL PSICOANÁLISIS | ESCÁNDALO ¿HAY QUE FRENAR A LAS REDES SOCIALES?
El capítulo inicial de la serie “Adolescence” en Netflix, muy visitada por millones de personas, despierta una gama de inquietudes que vale la pena comentar


¿Por qué tanta violencia contra un chico de 13 años, su familia y su casa? Son las preguntas que se hace un espectador sorprendido.
En efecto, lo que hoy en día, parece tan normal que suele pasar desapercibido, es que el contenido en varias redes sociales, tiene tanta brutalidad, que parece una apología de la violencia.
Esa destructividad, impulsa a muchas mentes con inmadurez, a exhibir comportamientos que la sociedad reprobaría en condiciones normales. Por ejemplo, la actuación homicida de un joven de 13 años, en contra de una compañera de su escuela.
Pero, a fuerza de cierta reflexión, lo que mueve esa pregunta sobre la violencia en un poblado en Gran Bretaña, no parece tan ajeno a las interrogantes sobre las guerras en Europa, Asia, África y América -unas 20 guerras-, ¿por qué tanta violencia en el mundo?
Es verdad que para millones de personas, las condiciones de vida son de pobreza extrema, supervivencia y poco futuro, pero eso sólo explica un resentimiento que no permite colocar en él, las fuentes de la mayor parte de enfrentamientos. Uno creería que la industria de las armas, no solo es muy productiva, sino que logra vender sus productos, con un éxito inverosímil.
De regreso a la serie ¿por qué suceden las cosas a un ritmo tan acelerado, que causa confusión, como al niño que se encuentra en esa situación?
¿Por qué se catea la casa, se destruye la puerta y se escudriña todos los rincones, como si se tratara de un terrorista que tiene un arsenal?
Pareciera que el ritmo de la vida y del mundo se han acelerado de tal modo, que el desconcierto del protagonista, así como de sus padres y sus maestros, hacen muy difícil encontrar respuestas para esa y las otras violencias que se viven.
Por ejemplo, la violencia en Jalisco, Tamaulipas, Sinaloa, Guerrero y Chiapas no sólo quedan sin resolver, sino que dejan perplejos a propios y extraños.
¿Qué puede frenar el frenesí lleno de destructividad, de casi todo el planeta?
Ni los organismos multilaterales (OTAN, MERCOSUR, OEA), ni los llamados a la pacificación en el mundo, tienen eficacia para evitar las matanzas.
Y ¿por qué suscitan tanto atractivo un bombazo, un atentado, unos desaparecidos?
Pareciera como que el famoso amarillismo de las noticias, es un imán que convoca a millones de espectadores al festín de la sangre… es un morbo incalificable. Y lo peor del caso es que esos millones de mirones contemplan la muerte y (casi) no se inmutan, ni se les mueve el corazón para hacer algo.
De regreso a Netflix ¿qué empujó al menor a un comportamiento de tal naturaleza destructiva en contra de una compañera de su escuela?
Aparentemente, la serie pone el dedo en la llaga de los mensajes de odio, de misoginia, de desinterés por los sentimientos de los demás, que lleva a los seguidores de “influencers”, a actuar sus impulsos homicidas.
Pero, aunque una respuesta simple podría ser “que la sociedad trata de reprimir al niño por actuar tan violento, respondiendo con violencia”, esa deja sin respuestas a las otras violencias de las guerras y la violencia institucional de los salarios de hambre, de la pobreza extrema y de las desigualdades sociales, cada una de las cuales causa resentimientos sin límite a millones de personas.
El avance del primer capítulo va dejando claro que esas primeras acciones policiacas, en busca de lo que ellos creen que es un individuo culpable, se explican -aunque no se justifican-, a manos de quienes detentan la exclusividad del uso de la fuerza, esto es, el Estado.
Puede preguntarse ¿Es adecuada la modalidad del uso de la fuerza del Estado, para modificar el estado de cosas de los actos de violencia, a corto y largo plazo?
La realidad es que ni las leyes, ni el número de prohibiciones, ni la reprobación social, ni las sanciones de pena capital o cadena perpetua, logran reducir el número ni la gravedad de las lesiones que infringen miles de agresores a miles de víctimas.
No, la respuesta única, simple a la violencia en la Humanidad, no está en personas individuales y una maldad propia, inexplicable, sino en condiciones sociales, antropológicas, económicas y -ahora-, de los contenidos de odio en las redes sociales (Facebook, X, Tictok, Instagram, etc.), que mueven pensamientos, emociones y conductas de niños y adolescentes en todo el planeta y que no los para nadie, todavía. Pero esto, será motivo de otra columna.