CLAUDIA LUNA PALENCIA Desde el pasado 4 de abril, la bandera de Finlandia ya ondea libre al viento en el cuartel general de la OTAN en Bruselas, culminando así su petición de ingresar a la Alianza Trasatlántica tras romper su neutralidad como consecuencia de la invasión de las tropas rusas a Ucrania. Si, Putin no quería un vecino de la OTAN ahora ya lo tiene a lo largo de un traspatio de 1 mil 340 kilómetros. El gobierno en Helsinki decidió dejar de lado la buena sintonía con Rusia incluso el propio presidente Sauli Niinisto siguió manteniendo reuniones bilaterales con el dignatario ruso, Vladimir Putin, aun después de consumada la anexión de Crimea en 2014 y muy a pesar de las críticas de Occidente por esta postura. A lo largo de su historia, Finlandia ha sido también pasto de las ambiciones rusas y sabe muy bien en sus carnes lo que es perder territorio, no hace mucho fue despojada, como resultado de la invasión de las tropas soviéticas, durante la Segunda Guerra Mundial. En la posguerra y en la llamada Guerra Fría mantuvo una política de amistad, respeto y cooperación primero con la URSS y después con Rusia que incluía una neutralidad casi exigida desde Moscú a un estado pequeño, por un gigante nuclear. Y Helsinki sostuvo en buena medida sus compromisos no acercándose a la OTAN, ni tampoco, al Pacto de Varsovia. Sus gobernantes siempre fueron cautos y precavidos de no molestar al Kremlin con declaraciones o posicionamientos que pudiesen causar alguna irritación. En los últimos decenios, los finlandeses solo hablaban de paz y de no meterse en problemas. Ahora construyen a todo vapor una valla con alambre de púas que tendrá una altura de tres metros y una primera extensión de 200 kilómetros y que podría demorar hasta cuatro años en concretarse. El gobierno de Helsinki quiere cerrar los flancos más débiles en su paso fronterizo con el territorio ruso. De hecho, fue una decisión defendida por el gobierno de la primera ministra, Sanna Marin, en el momento en que contaba con los apoyos mayoritarios de su bloque de centro-izquierda. Marin ha sido víctima de su propia juventud e inexperiencia a tal punto que su partido cayó a tercera posición en las pasadas elecciones y está a nada de dejar de gobernar: los socialdemócratas han sido arrasados por el bloque más conservador, en segundo lugar, por la ultraderecha. Nadie pone en duda que Finlandia debe proteger sus fronteras y que ha sido un acierto entrar a la OTAN ante la amenaza rusa vigente (al menos durante el tiempo que gobierne Putin) a Marin la han cuestionado muchísimo por sus juergas. Mismo caso que el de Boris Johnson, solo que el expremier británico las hizo en pleno confinamiento y mintió reiteradamente al respecto. A colación Con la entrada de Finlandia en la OTAN, este país nórdico ha dado un paso de gigante. Ha sido muy valiente en desafiar a ese pedazo de vecino que tiene y al que ha dejado de respetar, para temerle. Porque el temor ha orillado a los finlandeses al paraguas de protección de la Alianza Trasatlántica solo así ha sido posible hacer añicos la postura de neutralidad de la que presumían. Su Tratado de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua con Rusia es ya papel mojado. Durante años, Helsinki fue sede de importantes encuentros entre los dignatarios de Estados Unidos y Rusia, por ejemplo: en 1975, entre el presidente Gerald Ford y Leonid Brezhnev; en 1980, entre el presidente George H.W Bush y su homólogo ruso, Mijail Gorbachov; en 1997, entre el mandatario William Clinton y Boris Yeltsin. De hecho, Clinton y Yeltsin, hablaron precisamente de la ampliación de la OTAN ante la petición de varios países formados tras el desmembramiento de la URSS entre 1990 y 1992. Fue el mismo escenario para el encuentro entre el mandatario Donald Trump y el líder ruso, Vladimir Putin, en julio de 2018. Una cita a la que acudí in situ como corresponsal y pude ver en primera persona cómo la capital finlandesa preparó una cálida acogida para ambos mandatarios: los autobuses, los escaparates comerciales y en las calles colgaban mensajes dándoles la bienvenida y deseándoles que ambos trabajasen juntos “por la paz mundial”. La tranquila Helsinki jamás imaginó que casi cinco años después sería el trigésimo primer miembro de la OTAN. Y que ahora, preservar la paz es más que un simple deseo, es una obligación porque la paz es una aspiración a la que hay que defender con sangre, sudor y lágrimas máxime en tiempos revueltos con tantas ambiciones geopolíticas y geoeconómicas a la orden. Finlandia sabe de los riesgos porque hoy es Ucrania pero mañana será la disputa por el control del Ártico, del petróleo que se estima podría explotarse; de las futuras rutas marítimas; del papel que podría jugar en materia militar. Para la OTAN, su nuevo aliado coadyuvará a un mejor control del Báltico. Y además, habrá una defensa aérea unificada entre Finlandia, Noruega y Suecia; habrá un comando nórdico para vigilar el espacio aéreo que comparten e incluso harán ejercicios militares conjuntos y entre los tres, suman 237 aviones de combate. Al final, Putin lo ha hecho posible; el miedo lo ha hecho posible…