Claudia Luna Palencia Hace unos días hablé con mi colega ucraniana Olena Kurenkova; a ella la conocí el año pasado en Ginebra, durante la Cumbre de Joe Biden y Vladimir Putin. Ambas estuvimos cubriendo dicho encuentro para la prensa de nuestros respectivos países y desde entonces mantenemos contacto. Desde la invasión de las tropas rusas a su país –24 de febrero– ella como todos los ucranios han vivido un periplo lleno de angustia, dolor, incertidumbre por el derrotero de una guerra que busca arrebatarles su soberanía. Kurenkova sigue resistiéndose a abandonar Ucrania a pesar de todo lo que ha vivido: dejó Kiev para irse con su familia a Irpin durante los primeros bombardeos a la capital, pero Irpin quedó arrasada y una bomba destruyó su casa y su hermano resultó herido mientras intentaba mover su coche. A él lo hospitalizaron y la familia llegó a dispersarse y ahora nuevamente se encuentran en Kiev. La periodista que actualmente trabaja en la emisora pública Suspilne me confiesa su miedo por volver a los peores días de febrero con la población en shock por el avance de las tropas rusas. En la capital, la gente ha vuelto a las calles a pesar de que siguen cayendo bombas esporádicamente y del constante ulular de las sirenas, los kievitas ya se han acostumbrado. La guerra, como toda catástrofe, muestra la capacidad de resiliencia de los seres humanos; lo preocupante es que el ser humano termina acostumbrándose, adaptándose a la nueva deformada realidad, como si fuese parte de la supervivencia: adaptarse o morir. Esta joven colega de 31 años me comparte los pronósticos internos discutidos entre los estrategas: “Algunos dicen que la fase activa durará al menos hasta fin de año o incluso durante años. Una guerra que se prolongará durante años es uno de los peores escenarios que podamos imaginar. Jugar a largo plazo es muy difícil, aunque hasta cierto punto significa para el ejército ucraniano la oportunidad de actuar de manera competente y eventualmente agotar gradualmente al enemigo que, lamentablemente, todavía nos supera en número”. Si algo han mostrado los ucranios es una entereza admirable. Se trata de un país de 44.13 millones de habitantes, si bien casi el 14% de su población ha buscado refugio en países colindantes, la mayoría permanece estoica organizando la defensa y la resistencia para vencer al enemigo. Ha sido un éxodo que rememora los peores tiempos de las grandes guerras en Europa: desde el pasado 24 de febrero millones de ucranios se han visto forzados a huir de los bombardeos provocados por la invasión de las tropas rusas. La ACNUR cifra en casi 6 millones los refugiados ucranios en diversas partes de Europa y otros 6 millones de desplazados internos. Nadie ha logrado escapar de este drama. La vida se abre camino en medio de la destrucción y del temor. En palabras de Kurenkova en Kiev a veces “parece que la vida es absolutamente normal y habitual” y cada uno de sus habitantes son conscientes de que es una nueva realidad que nunca será similar al escenario de antes, del 24 de febrero, día de la invasión. “La mayoría de los residentes que se fueron al comienzo de la guerra a gran escala regresaron a Kiev. Ahora negocios, cafés, instalaciones recreativas como cines y teatros han reanudado el trabajo en la capital. Pero todo se cierra durante los ataques aéreos, que aún suceden varias veces al día, y hay que dirigirse al refugio. Eso sí, es necesario obedecer el toque de queda, que dura desde las 11:00 pm hasta las 5:00 de la mañana; durante ese tiempo no se puede salir a la calle, hay que quedarse en casa o en un albergue”, explica. A colación La gente intenta hacer su vida mientras el ejército sigue librando combates a unos cuantos cientos de kilómetros de la capital, concentrados en la lucha en ciudades y centenares de poblados al sur y el este del país. Con noticias muy preocupantes de Zaporiyia y su central nuclear en medio de la disputa por su control con los rusos obsesionados por desconectarla de la red ucrania y jugando con ella a una ruleta mortal para tener bajo tensión a los europeos. Kurenkova se pregunta qué otras ideas “locas” podrían estar en la cabeza de Putin: “Solo Putin lo sabe, bueno, tal vez también las personas cercanas a él. Todavía escuchamos periódicamente sobre la amenaza de un ataque nuclear antes de algunas fechas simbólicas que, como sabemos, el dictador ruso ama mucho. Recuerdo que la amenaza nuclear y química se discutió activamente en la víspera del 9 de mayo y pasó nuevamente en el Día de la Bandera Nacional y en el Día de la Independencia”. Luego está la urgencia por Zaporiyia: la ciudad tiene la central nuclear más grande de Europa y la tercera del mundo tomada por los rusos que han introducido adentro de la planta artillería y han violado varias normas internacionales de seguridad en plantas nucleares. Han tomado la planta como bastión para atacar desde allí a las tropas ucranias impedidas de responder por razones de seguridad. Una detonación podría provocar en la planta una enorme fuga radioactiva mucho más dañina que Chernóbil o Fukushima. Realmente admiro la entereza de los ucranios, la fiereza para no dejarse derrotar, para mantener la cabeza fría ante un enemigo nuclear que es el segundo ejército más poderoso de mundo y al que están combatiendo de tú a tú. Aunque cada día se juega ya en contra con el cansancio de la gente adentro y afuera porque van creciendo las voces en Occidente porque Ucrania y Rusia se sienten en una mesa de negociación para ponerle fin a los combates. El problema es que hay una crisis de confianza… bajo ese escenario es muy difícil hablar de paz. @claudialunapale