Luis Sigfrido Gómez Campos A Victor y a Emma, a quienes recuerdo con cariño. Primero se estrenó en México aprovechando la festividad del día de muertos. Fue un éxito rotundo en la taquilla. A los mexicanos en general nos agradó salvo algunos amargados que buscan el prietitoen el arroz. “Es una caricaturade nuestras tradiciones hecha para niños”, dijeron unos, “es una deformación del significado de nuestras costumbres más sagradas”, dijeron otros; pero a la gran mayoría del pueblo le encantó. Es una de las pocas cosas que los gringos hicieron bien al tratar con respeto un tema tan nuestro. Comento esto porque leí un artículo en el internet referente a lascosas que los gringos están odiando de Coco. A fin de cuentas todos sabemos que no somos bien vistos por la sociedad norteamericana y que muchos ciudadanos de esa nación incluso nos odian empezando por su presidente que pareciera que se la debemos porque en cuanto tiene oportunidad nos acusa de las peores infamias. No debe sorprendernos, por lo tanto, que los críticos de cine norteamericano anden buscando defectos en una película que no es necesariamente una obra de arte, pero está bien hecha y nos hizo llorar a muchos mexicanos. En la primera semana de estreno, de aquel lado de la frontera norte, la película recaudó más que cualquier película de las que recién están en cartelera, es decir, muchos millones de dólares. Pero este fenómeno de la taquilla gringa se debe a la gran cantidad de paisanos que se han ido a vivir “pal otro lado”. Ya veremos cuál es el resultado posterior. De cualquier modo, no es sino una película taquillera y agradable para nosotros porque por primera vez nos tratan con respeto en un tema en el que suelen vernos como un asunto folklórico medio raro del que sólo nosotros entendemos. Por otra parte, ya hacía falta que a través de un medio tan poderoso como el cine se diera a conocer esta tradición de la veneración que rendimos a nuestros muertos. Resulta doblemente valioso porque ha sido precisamente el cine de Hollywood el que se había encargado de bombardear la mente de las últimas generaciones de mexicanos con la repugnante tradición norteamericana del Halloween. Las mentes más frágiles, que son las de los niños pro yanquis de las escuelas privadas, y también muchas instituciones de educación pública, se habían encargado de promover la celebración gringa a lo largo y ancho de nuestro territorio. Miles de monstruos salen a las calles el primero de noviembre para enseñarle al mundo cuán fuerte es la penetración cultural gringa y qué débiles somos para aceptar de buen grado una tradición tan horrenda. Hasta nuestros niños marginados aprovechan este sincretismo para pararse en los cruceros y pedir su calaverita, otra forma de disfrazar la limosna y hacerla menos dolorosa. En fin, ahora resulta que son precisamente los extranjeros quienes han venido a México a enseñarnos a revalorizar nuestras costumbres. Hace apenas dos años que James Bond, Daniel Craig, anduvo brincando por las azoteas del centro histórico mientras un desfile de calaveras gigantes y catrinas escenificaban un gran desfile para dar vida a la película Spectre, fue tal la expectación que causó que el gobierno de la Ciudad de México se dió cuenta que hacía falta una fiesta como la de la película para enseñarle al mundo que nuestras tradiciones son ciertas. Con Coco pasa algo similar, se requiere que vengan los cineastas de Hollywood a enseñarnos que lo que tenemos en casa y practicamos todos los años para recordar a nuestros muertos y que ellos sepan que no los olvidamos, es valioso; que las ofrendas con flores de cempasúchil, papel de china recortado, pan de muerto y los demás alimentos que sabemos que les gustaban, junto a sus fotografías, son elementos que nos hacen tener un nexo de comunicación espiritual más allá de lo que puede explicar la razón. La sabiduría popular y nuestras costumbres ancestrales tienen estos elementos mágicos de integración que generalmente no requieren mayor explicación. Simplemente sabemos que nuestros muertos siguen viviendo mientras los recordemos. El olvido es la muerte verdadera. Ir al panteón, llevarles flores frescas, limpiar su tumba y hasta cantales la canción que les gustaba, es mantener vivo su recuerdo. Coco, la venerable anciana, la que posee la sabiduría y es depositaria de los recuerdos más significativos de la familia; Miguel, el niño de 12 años prodigioso que no se resigna a renunciar a sus sueños de ser un músico como su ídolo Ernesto Cruz y que enfrenta la prohibición de su familia para seguir su vocación; Héctor, el tatarabuelo de Miguel y padre de Coco, quién está por desaparecer porque nadie lo recuerda. A fin de cuentas el niño Miguel logra que su bisabuela Coco recuerde a su padre mediante la interpretación de la canción Recuérdame que Héctor había compuesto a su hija Coco cuando era niña. El director Lee Unkrich no descuidó detalle, el pueblo donde se desarrolla la historia incluso se llama Santa Cecilia, la cual en México es Santa patrona de los músicos. En fin, Coco nos devolvió la confianza de saber que no todos los gringos son como su presidente. Coco también nos ha hecho recordar con mayor intensidad a nuestros muertos más queridos, en quienes, en el caso de mi familia, la música jugó un papel muy importante en sus vidas.