Inés Alveano Aguerrebere Hace un tiempo, la revista FORBES publicó que muchos mexicanos gastan hasta 50% de su ingreso en moverse. ¿Usted se encuentra en ese grupo? ¿Y si no, realmente puede imaginar cómo sería su vida, si uno de cada dos pesos que gana tuviera que destinarlo para transporte? Estamos hablando de las familias menos favorecidas de México. No tienen otra opción. Necesitan transportarse para poder tener ingresos. Y ¡moverse de un lado a otro les cuesta la mitad de lo que ganan! Ojo, no estamos hablando de personas que ganan 200 mil pesos y se gastan 100 mil en viajes de negocios en avión, etc… Sino de aquellas cuyos ingresos son menores a los 5 mil mensuales. Muchos pensarán que la culpa la tiene el costo de la gasolina. Las familias de las que estamos hablando no tienen acceso a un vehículo de motor privado. Ello significa que destinan 50 por ciento de sus ingresos en transporte público. Entonces el costo de la gasolina podría influir, pero no tanto como si tuvieran un auto. Hay que pensar como dicen en inglés “afuera de la caja”. La respuesta es mucho más compleja. Si desde el inicio del milenio hubiéramos tenido políticas inteligentes en materia de vivienda, las familias podrían estar viviendo relativamente más céntricas de lo que hoy en día. No habría ciudades dispersas que extendieron infinitamente las distancias entre los hogares y los centros laborales. En ese caso, los traslados a pie y en bicicleta serían una opción para gastar menos porcentaje del ingreso en moverse. En este hipotético caso, el único reto que tendría el gobierno sería hacer esos traslados seguros para las personas, mediante la infraestructura (con ciclovías protegidas, cruces seguros, etc). Porque hoy en día, casi la mitad de las muertes y lesiones graves por hechos viales, son de los “usuarios vulnerables”: personas a pie, en bicicleta y en motocicleta. (La Liga Peatonal señala que en realidad son “vulnerados”, dado que mientras están en la sala de su casa no lo son, pero empiezan a serlo en cuanto salen a la calle). Esas muertes y lesiones –ya se ha mencionado aquí- son inductoras de pobreza (o reproductoras de la misma). Pero las ciudades tienen mínimo 20 años creciendo mucho más que la población. Las políticas fallidas en materia de vivienda social han generado “ciudades dormitorio” con mil y una complicaciones, desde desintegración social, aislamiento, enfermedades crónico degenerativas (porque las grandes distancias y tiempos de traslado dificultan que las familias tengan alimentación saludable y actividad física),, complicaciones en materia de movilidad, contaminación atmosférica, entre otras. Por ello, el tema de que las familias menos favorecidas gasten menos en transporte se vuelve más complejo. Las alternativas serían bajar las tarifas de transporte público (cosa imposible, a menos de que se cuente con un subsidio, pues el servicio se tornaría inoperante), o lograr que la gente viva cerca (favoreciendo la construcción de vivienda cercana asequible para la clase trabajadora). Sin embargo, hay una tercera opción que es combinar el uso del transporte público con la bicicleta. Para ello, se requeriría brindar seguridad tanto para los traslados en bici, como su resguardo. Es decir, que la bici se torne un “alimentador” del transporte público. De este modo, algunas personas que hoy en día necesitan dos rutas de transporte público podrían ahorrarse al menos una parte del trayecto. Hay muchas maneras de hacer segura la movilidad en bicicleta y cada lugar requiere un tratamiento distinto. Sin embargo, lo primero es voluntad política y capacidad de diálogo con las personas opositoras.