Héctor Álvarez Contreras Los recorridos cotidianos por la ciudad de Morelia suponen -o deberíansuponer, un cierto grado de confort, de calidad visual, auditiva, ambiental. De manera muy general, esta calidad estriba en la premisa de que los traslados de trabajo, a la escuela, al suministro de las despensas familiares, no deberían tener contrastes significativos con traslados de ocio, lúdicos o incluso de carácter turístico. Esto que en las últimas décadas se entiende como “áreas verdes”, “espacios escultóricos”, “remates visuales”, etcétera y se justifica como “descompresión urbana”, “pulmones urbanos”, “espacios de apropiación colectiva”, etcétera, son aquellas partes de la ciudad que tienen funciones muy importantes para nuestra sociedad, pero en tanto son espacios dislocados de los proyectos estrictamente productivos en términos económicos y rentables, para algunos sectores de la sociedad o incluso sectores del gobierno, estos espacios son finalmente espacios “residuales”, que requieren grandes cantidades de recursos financieros para su mantenimiento. El enclave geográfico que privilegió a la ciudad durante muchos años desde su fundación en el Valle de Guayangareo, con sus manantiales desde Itzícuaro hasta Cointzio, los ríos Grande y Chiquito y la vegetación abundante sobre todo al sur por la loma de Santa María, permitieron un clima generoso, que al mismo tiempo dieron lugar a una arquitectura de espacios abiertos, domésticos y públicos como los paseos a las orillas de la ciudad con sus calzadas y garitas, las casas con sus patios, los atrios y claustros de templos y conventos, así como las grandes plazas públicas, sombreadas con frondosos árboles. Como es conocido por todos, durante el periodo virreinal el interior de parroquias, conventos y casas estuvo lleno de imágenes religiosas de advocaciones de gran estima y devoción por los habitantes. Podemos afirmar, que esta impronta religiosa permanece hasta nuestros días en una gran medida. Como es común en la tradición latina y católica, en una gran medida, se sigue entendiendo al espacio por la cercana relación a los templos y parroquias barriales. Algunas de estas importantes obras se aprecian en el Museo de Arte Colonial y el cuadro ‘El traslado de las monjas’, que aloja el Museo Regional Michoacano es una referencia importante en el estudio del mundo y la vida del siglo XVIII novohispano. Durante el último cuarto del siglo XIX la fisonomía de la ciudad comenzó a cambiar y los edificios religiosos sufren un primer acoso y disminuyeron su protagonismo estético, por ejemplo, con las intervenciones de Sorinne y Tresmontels que -entre algunos otros, abren la ciudad a la modernidad estética. Las imágenes religiosas no forman ya parte importante de un repertorio ornamental en los muebles públicos, para paulatinamente dar lugar al discurso liberal y republicano. Durante los primeros decenios del siglo XX, el paseo de San Pedro y el espacio del jardín de Villalongín, adornados con esculturas de carácter clásico atribuidas a Carlo Nicoli, o la escultura del Generalísimo Morelos, por el también italiano José Inghillieri, se vuelven una parte sin la que no se puede entender la ciudad y la vida pública. Después de la Revolución, la ciudad comienza a crecer de manera más acelerada. El automóvil irrumpe con gran ímpetu y el sentido del espacio también cambia. Comienzan a aparecer esculturas de diferentes próceres cuyas escalas demandan mayores escalas o pedestales más grandes, algunas prevalecieron, otras no. Destacan las esculturas de Miguel de Cervantes y del obispo Vasco de Quiroga en el Jardín Luis González Gutiérrez (Jardín de Las Rosas), del gran escultor Ignacio Asúnsolo; las imágenes de Benito Juárez y Melchor Ocampo en las plazas aledañas a la catedral. Desde esta mitad del siglo XX seplasmaron en el interior de varios edificios morelianos los primeros murales que respondieron al movimiento de la Escuela Mexicana de Pintura y que han sido importantes por su contenido y protagonismo histórico, como el de los americanos PhillipGustom y ReubenKadish o Federico Cantú en el actual Museo Regional Michoacano o el mural de las hermanas Marion y Grace Greenwood en edificio del Colegio de San Nicolás. Posteriormente el prolífico Maestro Alfredo Zalce pintará también sus magníficos murales en el mismo Museo y en el Palacio de Gobierno; son notables también sus Estelas de la Constitución, talladas en cantería(ya en los años setenta).Esculturas como la dedicada a la Madre en la Plaza Carrillo, a Epitacio Huerta y Santos Degollado se erigieron con algunas primeras obras de remodelación y dignificación de estas plazas públicos, alrededor de los años cincuenta y sesenta. Durante los años setentas y ochentas la vocación del arte público se siguió mostrando con obras de gran importancia como el obelisco a Lázaro Cárdenas o el mural de la Normal Urbana Federal del Maestro Jesús Escalera. En este texto hemos incurrido en el riesgo de la omisión de obras trascendentales, así como de la mención de lo obvio en el ánimo de la reflexión sobre la importancia de estas obras: ¿De verdad son importantes?, ¿Cómo sería la ciudad sin ellas?, ¿Cómo sería nuestra sociedad de saberlas perdidas? En el año 2017 el Ayuntamiento en gestión tuvo la iniciativa de concursar y colocar esculturas para adornar algunos espacios públicos como la zona peatonal del Conservatorio de Música, el Parque Lineal Río Chiquito o el Bosque Cuauhtémoc;las que se ubicaron en estos dos últimos lugares fueron vandalizadas o robadas completamente. Una escultura dedicada al Virrey Antonio de Mendoza fue retirada violentamente de la plazoleta frente al acceso a la Casa de la Cultura por considerarse “fascista” y colonialista en 1992 y en febrero de este año se retiraron de la misma manera elementos de la escultura Los constructores por motivos de representar a “genocidas” de las culturas originarias. Las obras de arte que nos acompañan y que habitan la ciudad junto a nosotros, son, como nosotros, testigos del tiempo que vivimos; están hechas de las mismas historias y de los mismos anhelos. Solamente que ellas se quedan para testificar de todo eso. Como hemos puntualizado, podemos quedarnos sin ellas por exponerlas al vandalismo fácil, o por considerarlas deficientes estéticamente o formalmente, o lesivas históricamente. Pero en tanto sociedad, valdría la pena preguntarnos ¿con qué nos vamos a quedar al final? ¿Qué vamos a conservar y por qué? colecciudad@gmail.com