Rafael de Jesús Huacuz Elías La ciudad es más que un conjunto de edificios y calles establecidas de forma más o menos organizada. Algunas trazas urbanas como Morelia, forman una retícula perfecta en su diseño original, en otros casos, la topografía fue un factor determinante en la estructura y traza urbana, por ejemplo, la estructura urbana como un “plato roto” por la discontinuidad en sus vialidades. Aunque existen otros ejemplos de trazas urbanas como son: concéntricas, radiales, hexagonales, etcétera. Sin importar su morfología, en la ciudad coexiste un efecto entre tiempo y espacio, que nos otorga un cierto sentido de pertenencia. Como el gentilicio, el sentido de pertenencia es directamente proporcional --me parece-- al tamaño de la ciudad, la idea es que una ciudad intermedia como Morelia, con 750 mil habitantes, tendría un sentido de pertenencia mucho más arraigado que, por ejemplo, la Ciudad de México con nueve millones de habitantes, la diferencia entre el tamaño y desproporción de esta última, le otorga total anonimato a sus habitantes, además su pluralidad y diversidad, hacen que el sentido de pertenencia se diluya fácilmente. Pero la cosa se complica aún más, si lo vemos desde la perspectiva metropolitana, es decir, con una referencia mucho más amplia entre su ciudad central y su rango de influencia directa con otros territorios y su población, sus actividades económicas y su rango jerárquico en términos administrativos con dos o más estructuras de poder; en el primero de los casos, la Zona Metropolitana de Morelia (ZMM) contaría con una población de 988,704 habitantes ( según los resultados definitivos del XIV Censo de Población y Vivienda, INEGI 2020), y la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM) con una población de 22.5 millones de habitantes según la misma fuente. En la ciudad neoliberal “…Lo antiguo no podía durar, pero lo nuevo parecía demasiado horrible, exánime y gélido” (Harvey, 2013), las corporaciones monopolizan y estandarizan no sólo sus empresas, sino también la imagen en el territorio, un ejemplo usual sería un restaurante de comida rápida en un espacio metropolitano que es a su imagen y semejanza idéntico a uno que se encuentre en una ciudad local. La irrupción tecnológica en nuestra sociedad de consumo introduce otra variable en la ciudad que intenta sustituir lo real por lo profano, cito: “Todo lo sólido se desvanece en el aire, todas las relaciones se ven estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen viejas antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas” (Marx, 1845), esta idea sería retomada por Marshall Berman para elaborar un ensayo sobre la modernidad y el ciudadano común frente al desarrollo de la tecnología y la promesa de una aventura continua hacia una trasformación social ungida por el capital. Vivimos la peor crisis sanitaria del mundo moderno, y en lugar de recuperar los espacios verdes para el esparcimiento y mejora de la salud, en lugar de revalorar el campo y sus productos, el bosque y su paisaje, o la riqueza de la biodiversidad, en cambio, se anuncia la llegada del “metaverso virtual”. La idea radical es perpetuar el confinamiento y transformar lo real por lo virtual, pasar de las relaciones sociales a las relaciones virtuales, no sólo es el “home office”, la educación digital, el comercio en línea, o el entretenimiento tipo: ‘streaming’. La apuesta por una ciudad digital en donde la enajenación virtual reconfigure un nuevo orden global que, como en la película de la ‘Matrix’, la sociedad en su conjunto pueda ser dirigida o gobernada sin cuestionar quien manda y quien toma las decisiones colectivas, me refiero a una distopía en donde la burocracia del aparato estatal pueda someter a los ciudadanos a un control asfixiante y a una propaganda alienante que los desmoralice y les impida pensar criticarte (vigilar y controlar). La vida desde la virtualidad requiere tener un balance en términos de beneficios o consecuencias, aunque me parece que, sólo estamos viendo la punta del iceberg de lo que nos espera, ya que, la sociedad se segmenta entre quienes son usuarios frecuentes de ‘hi-tech’, la IA y el wifi; y quienes se consideran analfabetos digitales. Finalmente habría que reflexionar sobre ¿cómo salir del modelo de vida digital y recuperar el espacio público urbano? ¿Cómo revalorar las ventajas de la vida campirana más allá de la ciudad? La respuesta a estas interrogantes dependerá de nuestra capacidad de pensamiento crítico que reduzca o elimine la enajenación digital en nuestro horizonte próximo.