Héctor Álvarez Contreras La ciudad tradicional, occidental, moderna es plural por definición. La cultura es la fuerza inevitable que le da vida y le permite subsistir, por lo tanto, la ciudad está animada por una cultura plural, en lo ideológico en lo étnico, en lo religioso, en lo económico, etc. Si bien es cierto que hay diferentes posturas y definiciones académicas acerca de la cultura, la mayoría de ellas afirman que la cultura es dinámica, íntima a la vida de las comunidades que la definen y a las que define, y que en ella se muestran los rasgos positivos o negativos que identifican esas comunidades. También se afirma de manera global que no hay una sola cultura, monolítica, sino que, en esa misma dirección diversa, existen “culturas”. En nuestros días, los paradigmas establecidos por la sociedad de consumo nos dan índices para definir una buena o mala cultura, o culturas. En términos de la ciudad, decimos que una ciudad es “buena” por su sistema de seguridad social; por su buena infraestructura física de salud, educativa, vial, museística, administrativa, gubernamental o por la preservación de su patrimonio natural o monumental. Estos índices nos resultan obvios, debido a la lógica de que cualquier actividad humana genera un espacio arquitectónico o urbano; toda actividad humana va a transformar el espacio natural en un espacio artificial para ser habitado. Así, la ciudad se construye a partir de un complejo de actividades productivas, ideológicas, lúdicas, etc. que en ella se realizan, es decir, de las culturas que ahí se generan. Esto permite hacer dos lecturas obvias: podemos leer e interpretar a la cultura de una ciudad a partir de la configuración de su espacio urbano, y también podemos entender esa misma configuración desde una o varias interpretaciones de las culturas que ahí habitan. Es claro que la mayoría de nosotros estamos de acuerdo en esto, pero en el momento de definir o de decidir cuál es una “buena cultura” o una “mejor cultura” parece que comienzan a aparecer algunos problemas; sobre todo, en ese ánimo de entender a una ciudad y sus culturas desde la diversidad. Ya desde la Declaración Universal por los Derechos Humanos del siglo XIX hasta otros instrumentos legales más recientes como la declaratoria de la UNESCO sobre la diversidad cultural, prácticamente nadie discute la solidez de estos hitos legales y conceptuales, sin embargo, la práctica de los principios implica problemas en varias direcciones. Por ejemplo, la irrupción de sistemas constructivos basados en el concreto armado, el tabique o el tabicón en lugar del adobe y madera tradicionales en zonas rurales o la difusión de melodías de reguetón cantadas en purépecha, contra la tradicional pirekua en algunas zonas de la Meseta. Por supuesto, habrá disciplinas y posturas que desde la academia se encargarán de definir de manera seria las realidades y consecuencias de fenómenos como estos, pero por lo pronto, junto a ellos aparece el problema de su legitimación, de su derecho a existir y a considerarse como cultura y como parte de un universo cultural. El diseño y la construcción de una ciudad no puede evitar estar bajo una cierta directriz ideológica o política; pero entre más estén atentos los diseñadores a los principios y derechos a la diversidad cultural de sus habitantes, será una entidad urbana con menos problemas sociales y más arraigo a su materialidad. Esta es una lección histórica. Es necesaria cierta laxitud en la trama urbana con un conocimiento de los relieves culturales de ese tejido. Y del mismo modo, es muy importante interpretar los fenómenos culturales en la ciudad de manera amplia, precisamente como un tejido complejo. Nuevamente, las instituciones estatales encargadas de la gestión cultural no pueden soslayarse de una cierta postura política para su ejercicio. En la ciudad, puntualmente en la ciudad de Morelia, la cultura ocurre en muchos lados, además de los importantes centros museísticos, que ya tienen una gran labor de preservación y difusión de acervos y los propios espacios patrimoniales. Por supuesto que los eventos y festivales calendarizados son muy importantes e incluso algunos de ellos llegan a determinar la identidad de la cultura local y estatal, como el Festival de Cine o el Festival de Música -esfuerzos logrados entre la sociedad civil y el estado. Son marcas de una “buena cultura”. Pero la Secretaría de Cultura de Michoacán y la Secretaría de Cultura del H. Ayuntamiento de Morelia no son ni definen la cultura local. La página web oficial de la Secretaría del estado señala que sus funciones son: “formular, promover, fomentar, procurar” acciones relacionadas con la cultura. En la ciudad hay fenómenos culturales interesantes que vale la pena conocer gestionar y difundir, además de los notables espacios icónicos. En la ciudad encontramos “Espacios independientes”, “artistas callejeros”, “Arte marginal”, “expresiones populares”, etc. que por supuesto, están sujetas a discusiones académicas de los valores de sus propias disciplinas (teatro, danza, pintura, escultura, artesanía, etc.). Y además es importante subrayar que estas discusiones -por lo menos desde esta perspectiva, se trazan dentro de todo marco legal. La ciudad está hecha de cultura, o más bien de culturas y no se puede hacer invisible ni dejar de notar. El diseño de la ciudad será más efectivo y más eficiente si atiende a estas marcas culturales.