Más allá de las fachadas

A lo largo del siglo XX se observa una inquietud ya sea por la mantener fachadas históricas o reconstruir edificios en mal estado con una arquitectura que se integraba a la fábrica existente.

Catherine R. Ettinger

Es fácil, cuando se escucha hablar de la conservación del patrimonio de nuestro centro histórico pensar en las fachadas. Pues, históricamente, al nivel municipal los reglamentos y los consejos encargados de autorizar los proyectos de intervención, remodelación o construcción nueva en el centro histórico, se preocuparon sobre todo por la cara pública de los edificios, descuidando en muchas ocasiones la conservación de los interiores. Así, a lo largo del siglo XX se observa una inquietud ya sea por la mantener fachadas históricas o reconstruir edificios en mal estado con una arquitectura que se integraba a la fábrica existente.

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La atención dada a las fachadas tiene su justificación, puesto que la fachada es la parte de un edificio que se comparte con los demás. Forma los paramentos de la calle y de los espacios públicos y, por lo mismo, es uno de los componentes más importantes en la percepción visual de la ciudad y en la creación de su imagen. Cuando pensamos o imaginamos el centro, las fachadas de los edificios que delimitan las calles son componente preponderante de las imágenes que se nos vienen a la mente.

Con ese criterio, se dieron —y en ocasiones se siguen dando— restauraciones que mantienen en buenas condiciones fachadas y muros de importantes casonas –ahora convertidas en bancos o tiendas departamentales– pero donde al entrar no nos sentimos en un espacio histórico. Si entramos al Banamex o al Bancomer de la avenida Madero, difícilmente podemos imaginar que el área de cajas o de espera era un patio arbolado de una casa habitación; de igual manera, comprando bisutería en Sanborns muy probablemente se nos olvida que la ahora tienda era alguna vez una casa y que estamos parados en su patio. En la mayoría de estas restauraciones desparecen rastros de los usos o funciones originales de los espacios, como en el caso de las cocinas que tenían salidas para el humo o estufas de leña. En los casos más extremos, no quedan elementos que hacen visible la distribución con la pérdida de las conexiones entre habitaciones o de las habitaciones con los patios. Aquí, lo grave es que el edificio pierde su capacidad de delación histórica. Siguen sus muros, pero no nos comunican nada.

Aquí, hay que recordar que conservamos el patrimonio arquitectónico no solo por hermoso, no solo como la cara que la ciudad da al visitante, sino como testimonio irremplazable de la historia de la ciudad y de la vida de sus habitantes en otras épocas. La arquitectura histórica es un testimonio que revela a través de sus materiales y sistemas constructivos, sus espacios y sus fachadas. Estas tres facetas —material, distribución espacial y fachada— son de igual importancia cuando pensamos la arquitectura histórica como testimonio pues a través de ellas podemos entender aspectos tecnológicos, las funciones y actividades que albergaban los edificios y los gustos de diferentes épocas en relación con lo local y lo internacional.

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Por ejemplo, la distribución de una casa nos puede revelar mucho acerca de la manera de vivir de las familias, de las relaciones de género y también de poder. Espacios como costureros o despachos nos hablan de la vida íntima de la familia y de segregaciones espaciales, mientras que las áreas de servicio, con sus árboles frutales, plantas medicinales, lavaderos u hornos de leña, nos revelan aspectos de la vida cotidiana como la preparación de alimentos. Vestigios como los lavaderos que se encuentran en el interior del Conservatorio de las Rosas nos ilustran el manejo de las instalaciones hidráulicas y nos recuerdan hasta los quehaceres más mundanos del convento como es el lavado de la ropa. Las instalaciones en Palacio de Gobierno permiten entender el manejo de los desechos en el antes Seminario Tridentino. Y así podríamos seguir con ejemplo tras ejemplo.

El abogar por la legibilidad de los edificios restaurados no es una posición de conservación a ultranza ni niega las posibilidades de nuevos usos. Un aspecto importante para lograr este equilibrio entre la capacidad de delación de los edificios y el nuevo uso radica precisamente en la compatibilidad del nuevo uso con la estructura misma del edificio y con su disposición espacial. Por ejemplo, el criterio actual de evitar techar los patios es atinado en el sentido de que permite la lectura de edificio histórico y alienta la imaginación; al mismo tiempo, exige de quien propone un nuevo uso, mayor creatividad.

La idea de este corto texto es llevarnos a reflexionar que la conservación del patrimonio de nuestro centro, que recién cumplió 480 años, no debe enfocarse al embellecimiento, sino privilegiar la legibilidad, es decir, esa capacidad de las piedras viejas de comunicarnos algo sobre el pasado. En ese sentido, la mejor restauración no será aquella que emplea materiales de lujo, ni la que modifica espacios o techa patios en el afán de aprovechar hasta el último metro cuadrado del predio, ni aquella que presenta una hermosa fachada renovada a la calle. Será mejor la restauración que permite la lectura del edificio para que los habitantes del siglo XXI podamos imaginar la vida de nuestra ciudad en el pasado.

colecciudad@gmail.com