Salvador García Espinosa La semana pasada, se suscito una polémica cuando se dio a conocer la escultura que se pretende colocar sobre el Paseo de la Reforma, en la Ciudad de México, en la glorieta que, hasta el 10 de octubre del año pasado, ocupaba el monumento a Cristóbal Colón. A decir de su autor, el escultor Pedro Reyes, se trata de una cabeza Olmeca, pero a diferencia de las tradicionales, ésta imita a una figura femenina por la que lo nombro ‘Tlali’ que significa Tierra en Náhuatl. Como justificación, la jefa de gobierno de la CDMX declaró que, “Este será un reconocimiento milenario y actual, el centro de la ciudad es el centro de nuestra historia”, ante las muchas cartas recibidas pidiendo un gesto con las mujeres indígenas. Más allá de cuestiones de estilo y calidad escultórica, que sin lugar a dudas existen entre la escultura “Tlali” de Pedro Reyes y las que representan a Cristóbal Colón, fray Pedro de Gante, Bartolomé de las Casas, fray Juan Pérez de Marchena y fray Diego de Deza que, en conjunto conformaban el monumento a Cristóbal Colón. Interesa reflexionar sobre aspectos relacionados con la construcción de la identidad de un espacio urbano y cuya impronta en la memoria colectiva, trasciende la obra material. Sobre Paseo de la Reforma, en una de sus nueve glorietas que la caracterizan, justo en el cruce con la avenida Bucareli, se instaló en 1852, una escultura en honor al rey español Carlos IV, montado en un caballo, representado como emperador romano, coronado con laureles, montando sobre una manta, portando un cetro en su mano derecha. La escultura fue diseñada por el escultor y arquitecto Manuel Tolsá. La escultura del monarca español, no fue bien recibida por muchos de los capitalinos y como una muestra del rechazo, se comenzaron a referir a ella como “El Caballito”, para destacar que lo importante era el caballo y no el jinete. Las referencias a esta glorieta por más de cien años, fueron suficientes, para que aún y cuando la escultura se reubicó la escultura en 1973, la gente siguiera refiriéndose al sitio como la glorieta del caballito. En la actualidad, la escultura permanece en la Plaza Manuel Tolsá del Museo de Arte Nacional, frente al Palacio de Minería. Esta impronta en la memoria colectiva, le permitió al escultor chihuahuense Enrique Carbajal González, más conocido como Sebastian, aprovechar la identidad existente en el sitio, para el tema de su escultura y realizó la cabeza de un caballo, en la geometría abstracta que le caracteriza que nombró “El Caballito”, misma que fue inaugurada el 15 de enero de 1992 y tiene como función principal ser un ducto de ventilación para el drenaje profundo, que canaliza los malos olores a 28 metros de altura, que es lo que mide la escultura y evitar así molestias a los peatones de la zona. Vale la pena destacar que, aún y cuando para las nuevas generaciones, la referencia de esta zona como “El Caballito” la atribuyen a la escultura de Sebastian y no a la Tolsá, finalmente se trata de un constructo colectivo, que trasciende lo material. Otro caso similar al anterior, ocurrió al norte de la avenida de los Insurgentes, en la misma Ciudad de México, en 1978 fue inaugurado un monumento en honor a los tlatoanis mexicas Itzcóatl y Ahuizótl. Estas dos esculturas de bronce, por el contacto permanente con la humedad, el sol y la contaminación, adquirieron un color verde, que propició que las personas las identificaran como las esculturas de los “Indios Verdes”. La primera ubicación de los “Indios Verdes” fue en el Paseo de la Reforma en 1890, después en 1902, se trasladaron a la Calzada de la Viga y 18 años más tarde se ubicaron en la avenida de los Insurgentes Norte, donde permanecieron hasta 1979, la identidad con este sitio y las esculturas, llevo a que, en la construcción de la línea tres del metro, se denominara a la estación “Indios Verdes”, incluso su icono de identificación es la silueta de dos indios en color verde. Actualmente se encuentran en el Parque del Mestizaje y a decir del INAH, existe el proyecto para su reubicación al Paseo de la Reforma, lo que hace suponer, en caso de ocurrir esto, que aún sin esculturas, en la memoria colectiva de la población, permanecerá la referencia hacia el norte de la avenida insurgentes como la zona de “Indios Verdes”, máximo si se considera que la estación del metro del mismo nombre es una de las más concurridas. Con base en lo anterior, podemos considerar que, aún y cuando se coloque a “Tlali” en la glorieta de Colón, la memoria colectiva hará que el monumento a Cristóbal Colón permanezca en el referente cotidiano de la gente, más allá de la obra material y se requerirá de muchos años e incluso décadas, para que, la referencia a la mujer indígena sea incluida en el constructo de la identidad capitalina, sí es que antes no es reubicada y se pierde en el olvido por lo efímero de su paso por el contexto urbano. Sin lugar a dudas, seria más pertinente ubicarla en una nueva zona de la ciudad, en donde aún no existan referencias de identidad tan arraigadas como lo es Paseo de la Reforma y propiciar su incorporación como elemento de identidad urbana, en primera instancia y luego, con el tiempo, en la identidad social. Finalmente, sirvan las referencias sobre el porqué a la escultura de Carlos IV se le señala como “El Caballito”, para erradicar la costumbre, de muchos habitantes de Morelia, de referirse a la Plaza en honor a José María Morelos y Pavón, como “plaza del caballito”, pues sólo denota su ignorancia y desconocimiento de que Morelos representa uno de los héroes más importantes del México actual y en su honor es que, la ciudad lleva el nombre de Morelia.