DESDE EL PSICOANÁLISIS Antonio Hernández Esta columna pretende compartir ideas de su autor y otros, que -desde el Psicoanálisis-, intentan descifrar partes de la realidad, que resultan poco claras. La Crisis Climática, es una de ellas ¿por qué si se depende la Naturaleza, se le destruye inmisericordemente? ¿Qué mueve a seres humanos a las actuaciones de impulsos destructivos, cuyos resultados podrían acabar con la vida? De este problema dueño de complejidad, se puede separar una parte, de la cual se habla cada día con más frecuencia: del agua y de su carencia, que -como otros elementos-, se suele menospreciar, tirar y hacer mal uso. ¿No es vital? Contradicciones de ese contenido, pueden abordarse desde el Psicoanálisis: uno de los cimientos, consiste en considerar que existen tendencias inconscientes -instinto de vida e instinto de muerte-, que mueven la conducta. El comportamiento, al ser observado por un clínico -en la consulta-, puede tener distintos niveles de impulsos (vida o muerte), que pueden explicarlo. Así por ejemplo, la actuación de una madre con un hijo, al darle el pecho, tiene -fundamentalmente-, un impulso de vida, afectuoso. Sin embargo, si el lactante la muerde, puede despertar en ella una molestia que la haga rechazarlo con energía, desagrado y hostilidad, es decir, con impulso de muerte. Aquí, se puede apreciar que la madre y el hijo, exhiben los dos instintos, alternadamente en relación con el otro, la otra. Y cuando se expresan simultáneamente ambos impulsos, se habla de ambivalencia. Algo, por cierto, no poco frecuente. En Psicoanálisis, se habla de las relaciones interpersonales, como relaciones de objeto; la madre es un objeto de afecto para el hijo, tanto como su vástago es objeto de afecto para ella. Y el estilo de relaciones entre ellos, así como entre el padre y su hijo y entre los hermanos, moldea la personalidad del pequeño. Lo interesante es que aquello que se observa de manera evidente, externa, con el paso del tiempo, llega a convertirse en aspectos del mundo interno del bebé. La figura de la madre (el padre, los hermanos), sus conductas, sus muestras de afecto, así como sus agresiones, llegar a ser interiorizadas en el aparato psíquico. Esa interiorización, no depende de aspectos objetivos; el niño, que percibe subjetivamente todo, puede sentirse poco querido y hasta odiado por la mujer, aunque ella, diga “yo quiero mucho a mi hijo”. El menor capta los matices de desamor, de una mujer cansada, agobiada o frustrada por otras situaciones. Ahora bien, así como se tienen objetos humanos, también se establecen relaciones con objetos no humanos; puede ser con mascotas de la familia (perros, gatos, etc.), o bien con otros objetos no vivos. Así uno puede tener una relación de objeto, con la casa, el auto y con el barrio o con otras cosas fuera de ella. Este es el caso de objetos de la Naturaleza, como el agua, el aire, la tierra, los vegetales, etc. En la vida adulta, los estilos de relación de objeto que se establecieron durante la infancia se repiten y se reproducen, tanto con los objetos primarios (padre, madre), como con otras personas que llegan a representarles simbólicamente, como maestros, parejas u otras con relevancia. Por otra parte, Fernando Césarman allá por los ochenta, puso nombres a dos tendencias más, que pueden explicar las relaciones con objetos no humanos, en particular, de la Naturaleza: impulsos ecocidas (de violencia contra el Medio Ambiente) y su contraparte, impulsos ecofílicos (de amor hacia el Medio Ambiente). Lo ecocida da cuerpo a ese impulso de muerte, que tiene el ser humano; espontáneamente -como el lactante que muerde el pecho-. o en respuesta al contacto con otros -como cuando un mozalbete sufre la mordida de un perro. También se ven impulsos ecocidas al desperdiciar o contaminar al agua; al circular en un auto sin afinación que contamina el aire; al talar un bosque para sembrar aguacate o hacer minería a cielo abierto. Todo ello representa un estilo de relación ecocida con la Naturaleza, un objeto que significa algo inconsciente, que se desprecia, se aborrece o se le quiere destruir. ¿De qué depende que uno muestre con prevalencia lo ecocida o lo ecofílico? Las respuestas son de diferentes niveles biográficos, casi todos ellos. El primero se remonta a los primeros meses; una madre tierna, que exhibe empatía para con su nene, promueve la ecofilia, el amor a la Naturaleza en el pequeño. Al crecer, uno aprende en la familia y la sociedad, a cuidar el agua, a reducir, reusar y reciclar en la casa, la escuela, a calle, la oficina, etc. Así, prospera más la ecofilia. Finalmente, si la empresa o la institución donde uno labora evita destruir la Naturaleza al producir; cuida la distribución y comercialización y finalmente, tiene la mentalidad de la economía circular, donde atiende tanto su producción, como al destino de sus productos, de modo que los intermedios y finales se reciclen sin contaminar ni el aire, ni el agua, ni el ambiente, entonces, la ecofilia prevalece. Pero, los objetos primarios poco responsables con sus vástagos; los ambientes urbanos sucios, insalubres; las empresas depredadoras del aire, el agua, los ríos, el ambiente, que tampoco respetan los derechos de sus trabajadores, magnifican los impulsos ecocidas de su entorno, sus socios y su sociedad. No debe extrañar, pues, que no se cuide, se desprecie o hasta se deteste al agua. Esto se manifiesta tirándola, dilapidándola o pagando a regañadientes el recibo del agua. El problema es que el agua se va a acabar, tarde o temprano. Un último aspecto que hace que no se cuide, no se aprecie el agua, es la falta de comprensión del concepto del crecimiento exponencial. Un ejemplo puede dar claridad. Si 1 microbio en un frasco se duplica (hipotéticamente), cada segundo, uno puede preguntar ¿en qué segundo está lleno a la mitad de microbios? Dejo al lector que obtenga por su cuenta la respuesta. Eso, también explica la incredulidad por la idea de que el agua se va a acabar. Email: jah@ucol.mx