Plática con Hipólito Mora

Hipólito levantó su voz, en aquel febrero, cuando su pueblo estaba amarrado y silenciado bajo el yugo del narcotráfico y la falta del Estado mexicano para protegerlos.

Diego Herrejón Aguilera

@DiegoHerrejonA

La cita fue a las 10 de la mañana en el restaurante del Hotel Casino en pleno centro de Morelia. En los días anteriores, me cuestionaba sobre las preguntas que debía hacerle a aquel señor que se levantó en armas en la localidad de La Ruana, Tierra Caliente, un 24 de febrero del 2013. Fecha que parece tener tatuada en su memoria. La Ruana está tranquilo, pues, mientras él viva, tendrá siempre quien lo defienda.

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Para entonces, no había Estado, comenta. Los tres niveles de gobierno habían dejado a su suerte a los habitantes del municipio; la estrategia de seguridad de Peña Nieto había fortalecido la presencia del Cartel de los Caballeros Templarios. Mi intención es preguntar sobre la injerencia del gobierno y la colusión de los funcionarios públicos en el crimen organizado. Su respuesta es clara: “Acabamos con un cartel que estaba respaldado por el gobierno”. Se podía notar que la misión del 2013 estaba completa. “Lo que me he propuesto, lo he logrado”, afirma luego.

Entre suspiros recuerda los porqués de su levantamiento, los actos inhumanos que nos transportaban al verdadero infierno de la Tierra Caliente michoacana: los secuestros a las esposas e hijas con puro propósito de satisfacer las necesidades sexuales del sicariato, el reclutamiento de infantes para abastecer la carne de cañón en la guerra contra el CJNG, el CDS o pequeñas bandas criminales que surgían en el territorio y la completa ausencia del Estado y de sus instituciones.

Las características de esta tierra sumergida en el dolor de miles de michoacanos nos enfrentan a lo equivalente al peor de los avernos, al Avīci del infierno chino: Diyu, donde la tortura no representa una posibilidad de salida, como en cualquier otro nivel, sino un dogma sempiterno; las almas sentenciadas al fuego eterno no tienen esperanza de renacer.  

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Comento que la colusión de los funcionarios públicos cambia la forma de percibir al Estado y a los incentivos que permiten adoptar políticas eficaces en contra del crimen organizado y su violencia inherente, pues los gobiernos en turno se benefician del poder del narco, a lo que asiste. Concluyo con que no deberíamos esperar funcionarios incorruptibles, sino leyes que los incentiven a actuar de esa forma.

Hipólito era un hombre convencido del poder político. Haciendo analogía al cáncer, el crimen y el mal gobierno se deben extirpar desde el interior del aparato político, comentó el excandidato a Gobernador. Siempre apegado a que hacen falta más que discursos políticos para revertir la situación de violencia que sumerge al país.

Continuamos con nuestra plática, no sin antes saludar a todas las personas que lo reconocen y se acercan amablemente a pedirle una fotografía, o aquellos que lo observan con cuidado e indiscretamente les cuentan a sus acompañantes que ahí́ está Hipólito Mora. No faltan las comparaciones con los Héroes Nacionales que en sus tiempos les dieron libertad a sus respectivos pueblos. Sabe que su riqueza es la que ha conseguido por el respeto de su gente. Aunque se escuchaba con miedo, estaba siempre dispuesto a dar su vida por su gente, por Michoacán y por su país. Y la dio.

El hilo de nuestra conversación nos lleva a hablar de la situación actual. La violencia ha azotado la capital michoacana, cosa que nunca se había visto. Diario nos despertamos con el conteo de asesinatos, varía alrededor de 5 hasta 11 personas por día. Ni se diga de municipios como Aguililla, San Juan, Tepalcatepec, Zinapécuaro o San José́ de Gracia, que se han convertido en verdaderos mataderos de la guerra entre cárteles.

Entre recuerdos dolorosos, me contó un poco de las historias durante el movimiento: la infiltración del narco en grupos que se hacían llamar “autodefensas” para protegerse del gobierno, las traiciones diarias y las pérdidas humanas o el aguante para combatir contra 300 sicarios en una emboscada que atentaba contra su vida. No le temblaba la palabra para señalar a funcionarios, amigos, empresarios y familiares de corruptos o coludidos con el narco.

La tarde de ayer le pesará por mucho al gobierno de Ramírez Bedolla en el territorio de Tierra Caliente, donde incapacidad de conseguir resultados en materia de Estado de Derecho y de lucha contra el crimen organizado le costó la vida a aquel hombre que se levantó en armas cuando nadie más lo hizo. Los constantes atentados contra Hipólito del pasado año produjeron una crónica de muerte anunciada que culminaron en la quema de su camioneta y su cobarde asesinato.

Hipólito levantó su voz, en aquel febrero, cuando su pueblo estaba amarrado y silenciado bajo el yugo del narcotráfico y la falta del Estado mexicano para protegerlos. Ayer, el líder de las autodefensas perdió su voz por la mano vil y cobarde del crimen organizado. Aquella tarde finalizamos nuestro desayuno con un abrazo, una fotografía y decenas de historias que demuestran que el pueblo se construye en las calles, alzando la voz frente a las injusticias. Alcemos la nuestra recordando Hipólito y a su incansable lucha.