Inés Alveano Aguerrebere / La Voz de Michoacán Es la tercera vez que coordino el curso de Planeando la Ciudad Segura y Saludable en Ámsterdam. Este año fueron personas de México, Brasil, Perú y Argentina tan diversas como personal del Banco Mundial, tomadores de decisiones municipales y estatales, líderes transportistas (varios Michoacanos, en específico), activistas del ciclismo urbano y la seguridad vial. Me he esforzado en que sea un curso vivencial. Y algunas entrevistas que he hecho me lo han confirmado. Dentro de lo que más valoran las y los estudiantes, está el vínculo entre la teoría y la práctica. No sólo revisar en el aula lo que está recomendado en temas de diseño urbano, uso de suelo, vivienda, densidad, distribución del espacio público para la movilidad, género, inclusión, seguridad vial, etc. A pesar de que se les comunica que la matrícula incluye una bicicleta para que se muevan durante toda la semana del curso, no se esperan la cantidad de kilómetros que se realizan en grupo en ella. La primera actividad es recoger la bicicleta. Esto incluye escuchar los cuidados que debemos tener para que no se la roben, o para que en su caso no nos toque pagarla: ponerle siempre dos candados. Porque aunque Países Bajos es un lugar muy seguro en muchos aspectos, también existe el robo de bicicletas. En seguida nos conducimos en grupos pequeños hacia un sitio modificado hace relativamente poco tiempo. Se trata de una intersección con carriles exclusivos de transporte público, banqueta, ciclovía y tránsito de personas en auto y en motocicleta. Después de hacer pruebas piloto, el municipio impulsado por académicos de la Universidad de Ámsterdam decidió que la zona funcionaba mejor sin semáforos, y los removieron. Aunque es un cruce que podríamos considerar “conflictivo”, se vio que las personas se comunicaban con la mirada y de esa manera se eficientaba el flujo de todas y todos. La conclusión que se obtiene, es que la infraestructura física puede inducir este comportamiento en donde las y los usuarios se comunican en un nivel casi imperceptible. Aclaro que NO es un cruce caótico que se preste a interpretaciones aleatorias. Cada quién sabe por dónde debe ir (porque los carriles están claramente delimitados), y además, hay unas marcas en el piso que indican quién tiene preferencia de paso o quién debe ceder el paso a quién. No es que los neerlandeses tengan más educación. Es que la infraestructura nos induce a todos (locales y visitantes), a comportarnos conforme a lo esperado. Otra de las actividades fue visitar un pueblito. El objetivo de esta fue mostrar y experimentar cómo la bicicleta está intuitivamente conectada con el transporte público (foráneo). Y cómo estos viajes pueden tener una calidad comparable con aquellos en vehículo particular. Para empezar, la entrada al metro se conecta con el estacionamiento público de bicicletas. Nosotros dejamos la bici, tomamos el metro y dos paradas más adelante, en las afueras de la ciudad, tomamos un autobús suburbano. Estimo que son menos de 150 metros entre que sales de uno y te subes al otro. Además, el autobús, aunque es pequeño, tiene carril exclusivo en puntos clave, de manera que si es hora pico, de todas maneras llega puntual a cada parada. El tercer viaje guiado es a dos zonas de la ciudad. Una en donde el gobierno NO obliga cajones de estacionamiento a las construcciones nuevas. En este barrio se puede observar cómo es que las familias pueden elegir vivir en un departamento relativamente céntrico, y no necesariamente se ven forzadas a pagar por un cajón. (Hay estimaciones que indican que el costo se eleva al menos 45%). Luego subimos con nuestra bicicleta a un pequeño ferry gratis que nos acerca a nuestro destino en una isla. Ijburg fue construida con estándares Norteamericanos: en particular, cajones obligatorios para vivienda y negocios. El objetivo de contrastar las dos zonas, es que las y los participantes puedan observar todos los contras de este segundo. El total de los kilómetros recorridos en bicicleta durante toda la semana, ronda los 30. Pero puedo asegurarles, que el programa está configurado y cuidado de tal manera, que aún una persona que tiene 20 años sedentaria o sin subirse a una, lo puede lograr. La experiencia y aprendizaje de cada estudiante depende de cuánto se abra a cuestionar sus ideas preconcebidas. De cuánta disposición tenga de salir de la “motornormatividad”. Puede seguir amando los coches, pero saber que las sociedades que mejor viven, no son tóxicamente dependientes de ellos. Que el recurso destinado a todos los demás medios de traslado también beneficia a aquellos viajes que se hacen en vehículo particular. Estoy segura que este curso sembrará semillas suficientemente fuertes para impulsar cambios tangibles en los años por venir.