¡Sí, claro que es historia! y por muchas razones. Es historia porque el Teatro Mariano Matamoros parecía muy lejano que se concretara. Tuvo que transcurrir más de una década para que viera la luz ese espacio, que lamentablemente sigue en la opacidad. Aún no se sabe la cantidad real de recursos que se invirtió en su construcción. Es historia porque Michoacán por fin contará con un teatro digno, sofisticado y por consiguiente altamente competitivo en la industria de las artes en el país, que lo llevaría a las más altas carteleras para albergar los eventos más importantes, consolidando a la ciudad como un destino cultural. El Teatro Matamoros comenzó a construirse durante el gobierno de Leonel Godoy. La idea central era dejar una obra para conmemorar el Bicentenario de la Independencia de México y el Centenario de la Revolución, cosa que nunca ocurrió. Hoy el legado es otro y llega en otro momento. En el colectivo social queda la percepción de que el Teatro Mariano Matamoros es un monumento a la corrupción, como lo sigue siendo la presa Francisco J. Múgica, en donde aún no terminan por desenredarse las denuncias que pesan y merodean a la brasileña Odebrecht. Morelia y Michoacán contarán con un espacio para que las distintas expresiones cuenten con un foro propio. Tendrán a su disposición toda la tecnología y las condiciones para que nadie quede excluido. Tocar el alma a través de las artes, es la mejor arma para el rescate de las generaciones. Invertir en cultura es invertir en sociedades funcionales, alejadas de los vicios y de esos males que han ido destruyéndonos. Niños y jóvenes deben contar con estas opciones para voltear su mirada y alimentar el alma. Esa debería ser la apuesta de los gobiernos, sin embargo, les resulta poco rentables. Ahí justamente radica una de las estrategias funcionales para ir cambiando esos paradigmas que se han ido replicando, sobre todo en las localidades más marginadas en donde no tienen acceso a las oportunidades culturales, que cambian la vida cuando se meten a través del alma. Ya es historia. Claro que es historia. Por fortuna, la herencia –viendo el lado positivo- que queda para la posteridad es una gran obra que significará una oportunidad para miles de personas que seguramente descubrirán su pasión por las diferentes expresiones culturales. Por ahí, justo entra el amor.