MEXICANOS PRIMERO MICHOACÁN | La excelencia en la educación pública michoacana

La educación publica en México ha sido invadida por el derrotismo y la mala imagen, lo que ha hecho que las escuelas de educación privada crezcan cada vez más, pero esto no debería ser así, pues merecemos un tipo de educación pública de calidad y libre de fanatismo, pensamiento mágico y sofismas.

Horacio Erik Avilés Martínez

Mucho se ha hablado de los atributos constitucionales de la educación en México. Un término que originó debate fue el de calidad, el cual finalmente se sustituyó en la reforma educativa constitucional vigente por excelencia, incorporándose a los atributos de laicidad, gratuidad, universalidad e inclusividad. El Artículo Tercero en su fracción II menciona que, “el criterio que orientará a esa educación se basará en los resultados del progreso científico, luchará contra la ignorancia y sus efectos, las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios”.

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Además, menciona que será democrática, nacional, de que contribuirá a la mejor convivencia humana, que será equitativa, inclusiva, intercultural e integral, menciona en su fracción i) que “será de excelencia, entendida como el mejoramiento integral constante que promueve el máximo logro de aprendizaje de los educandos, para el desarrollo de su pensamiento crítico y el fortalecimiento de los lazos entre escuela y comunidad”. Es decir, una excelencia exigida respecto a sí misma, bajo un ciclo incesante de autosuperación. Sobresalir con una nueva y mejor versión propia cada vez.

Pero, no se termina de aclarar del todo con el término, incluso, la Ley Reglamentaria del Artículo Tercero de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos en materia de mejora continua de la educación tampoco lo logra, ya que a las definiciones tan solo matiza que deberá buscarse la excelencia “considerando las capacidades, circunstancias, necesidades, estilos y ritmos de aprendizaje de los educandos”.

 Se sostienen las dudas: ¿Sobresalir de qué? Plantearse sobresalir en todo es demasiado general, ambiguo, vacuo y hasta inútil, sin priorización ni buen juicio. ¿Cuál excelencia cultivaremos? ¿Cómo incidirán los imperantes contextos geográficos, socioeconómicos, culturales, delincuenciales y de corrupción, entre otros, en poder alcanzar siempre la excelencia? ¿Si definimos la excelencia qué entenderemos por mediocridad? ¿Qué les depara a quienes no logren construir una versión mejor o incluso retrocedan? ¿Cómo parametrizaremos el concepto para alcanzar los objetivos?¿Otra vez prevalecerá la racionalidad instrumental o la apropiación de conceptos provenientes de otras ciencias, de libros de superación personal o de ideologías infusas?¿Pondremos a los niños y a los maestros a competir entre sí para hacerlos sobresalir forzadamente?¿Y qué pasará con los que no sobresalgan? ¿Serán execrados del sistema educativo?

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Sería bueno considerar la excelencia como un objetivo a alcanzar en los factores previos, donde prevalezcan la laicidad, la gratuidad, la democracia, lo nacional, la contribución a la mejor convivencia, la equidad, inclusividad, interculturalidad bajo el principio de progresividad, todo lo cual podría parametrizarse con base en el impacto en la vivencia de derechos de la niñez y juventud en México.

Paralelamente, uno de los factores en los cuales podríamos buscar apasionadamente la excelencia es en la prevalencia de lo público respecto a lo privado. En sus empresas del sector educativo podrán sus gerentes y empleados hacer lo que quieran, como sostener aviadores, colocar a sus familiares o a sus propios accionistas en puestos directivos, impulsar la impartición de ideologías y dogmas a la carta del cliente; es su dinero al final del día. Pero en lo público es impermisible que el dinero que con tanto sacrificio se tributa existan errores, omisiones o abusos. Recordemos que son los recursos destinados a sacar de la pobreza transgeneracional a millones de mexicanos.

Pertenecí a la última generación de estudiantes de escuela pública que sorteó la educación básica justo antes del Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica (ANMEB), firmado en 1992. Justo en ese año egresé de la secundaria y los impactos del ANMEB no alcanzaron a impactar la educación media superior ni superior que cursé. Había un profundo sentido de identidad y orgullo entre los estudiantes de escuela pública. Recuerdo en los concursos académicos y deportivos en los que participé en mi tránsito entre la educación primaria y la educación superior representando a las instituciones educativas, al municipio, a la entidad o incluso al país cómo había sentidos de dignidad, orgullo y competitividad respecto a las escuelas y universidades privadas, casi sinonímicos de la existencia de una sólida consciencia de clase. Los maestros y directivos presionaban y azuzaban a los competidores para conseguir la victoria sobre los planteles de esta modalidad de sostenimiento, resultando prácticamente indistintos para ellos los resultados respecto a otras escuelas públicas. Si se lograba una mejor posición que la escuela o universidad privada de moda les bastaba para sentirse satisfechos.

Hoy en día, el paradigma, la actitud y el sentimiento han cambiado en la entidad. El derrotismo y la mala imagen han invadido a la educación pública y desanimado a la sociedad, a pesar de ser el principal factor abatidor de desigualdades y transformador de destinos. Es fácil dar con los responsables de esta situación preguntándose a quiénes les conviene más que la educación pública sea mediocre, ganando con ello. La crisis en absoluto es natural: es un problema creado y heredado por los intereses cupulares. ¡Acabemos con eso!

No es ningún secreto: el sector educativo es uno de los grandes activadores de la economía. Sospechosamente, en uno de los estados con menor producto interno bruto per cápita de la nación, la educación privada ha crecido al triple de la media nacional en Michoacán. ¡Y cómo no!, si matricularse en educación pública básica implica en promedio perder irremediablemente la quinta parte del ciclo escolar. Entonces, vemos a familias en situación de pobreza hacer esfuerzos heroicos para pagar colegiaturas de escuelas privadas, lo cual reduce al absurdo la política educativa. Peor aún, vemos a instituciones supuestamente educativas destinando recursos públicos para solventar becas en escuelas privadas, en lugar de ejercer su objeto social y obedecer lo que sus ordenamientos les instruyen en materia educativa. ¡Ver para creer!

Más aún, recientemente hemos atestiguado un boom de escuelas y universidades privadas en la entidad, en donde las constantes son la velocidad inaudita con la cual levantan planteles y campus por doquier, mientras que a la par hacen uso de decenas de registros de validez oficial que obtuvieron con agilidad administrativa inédita para soportar sus programas educativos, que van desde educación inicial hasta lo que denominan en mero afán mercadológico “posdoctorados”.

Respecto a esos modelos de titulación y graduación líquidas, muy a la Zygmunt Bauman, en donde campean el mercantilismo y la simulación, la escuela pública debe mantener una distancia abismal, priorizando los derechos de la niñez y juventud, especialmente el derecho a aprender.  Y, por supuesto, sobresalir de entre esos modelos; es decir, honrar la constitucional excelencia.

Con todo lo anterior, la escuela pública debe ser obligadamente mucho mejor que la privada, porque debe ser un modelo y un ejemplo de la sociedad futura que deseamos construir; es decir, reflejo fiel de representar el proyecto de largo plazo de la comunidad. Sí, quien desee constituir sus propias comunidades, tomar o transmitir la estafeta ideológica, política, empresarial o confesional bien haría en formar una universidad privada o en matricular a sus hijos ahí. Es su derecho. Pero de eso, a emplear perversamente el concepto de libertad educativa para exigir al gobierno que imparta la educación dogmática que cada militante, feligrés o partidario decida hay una línea muy delgada. Por ello, debemos de arropar a la escuela pública como garante de la educación con ausencia de fanatismos, pensamiento mágico y sofismas. Que brille y sobresalga la educación pública como modalidad de sostenimiento, entre lo privado y lo parcelario.

No será tarea fácil, porque además de las condiciones heredadas y vigentes, los grupos fácticos van a buscar apretar más que nunca al gobierno de Michoacán en aras de seguir alienando los recursos públicos, capturando procesos y socavando a la escuela pública, porque en ello, además de llevar un gran botín directo a sus bolsillos, también cimentan un modelo de negocios desde lo privado. Terriblemente, hay quienes cínicamente han contribuido en tres planos paralelos y simultáneos:  desde la función pública, desde los grupos fácticos y desde lo empresarial a este proceso de demolición, captura y negocio. Los conservadores del estado catatónico de la educación estatal no están muy lejos; siguen cerca y continúan intentando seguir tejiendo sus redes. Se debe impedir por todos los medios que se continúe perpetuando este ciclo, poniendo alto a la corrupción, saneando el sistema educativo y reivindicando la dignidad, imagen, identidad histórica y trascendencia de la escuela pública en la entidad.

Alcanzar la excelencia como sistema educativo estatal será una labor de sostenimiento del esfuerzo por sobresalir en las condiciones en las cuales nos encontramos. E implica, por lo pronto ser una mejor versión del sistema educativo respecto al que era hace seis meses, lo cual ya definitivamente se ha logrado, con el pago de adeudos al magisterio, con la reapertura escolar, con la salvaguarda de la jornada ampliada y alimentación escolar, así como la recuperación paulatina de las etapas del proceso de ingreso a escuelas normales, las cuales merecen más inversión, ordenamiento, normatividad y arropamiento institucional.

Paralelamente, hay potencial natural en la educación superior pública: los tecnológicos y universidades, tanto estatales como regionales tienen nichos interesantísimos para detonar favorablemente las potencialidades y vocaciones comparativas existentes a escala territorial, en materia económica, gubernamental y social, restando que la articulación y la capacidad de gestión acompañen al proceso de conformación de planes institucionales de desarrollo de largo plazo y de gran visión. Es necesario aprovecharlo al máximo.

En suma, bajo las consideraciones planteadas respecto al quinto atributo constitucional de la educación pública: la excelencia, bien definida y mejor asimilada podemos encontrar también la quinta esencia de nuestra identidad como actores clave del sistema educativo estatal, una razón común para esforzarnos y una de las más grandes finalidades que podemos buscar como colectividad, con voluntad de poder sobreponernos a las circunstancias y de salir adelante, para que nunca más nuestra educación sea materia de burla, saqueo, alienación, derrotismo ni denigración, sino un obelisco erigido a nuestra dignidad, esfuerzo, resiliencia y voluntad de salir adelante en la conquista de mejores condiciones de vida y la expansión de los derechos para las generaciones presentes y futuras.

¡Sí, merecemos ser un Michoacán con educación de excelencia!

Sus comentarios son bienvenidos en eaviles@mexicanosprimero.org y en Twitter en @Erik_Aviles