Gonzalo Reyes Hace varias décadas en Morelia se vivía a placidez con la tranquilidad y la calma que imperan en la provincia, una vida que se identifica como en el campo; la capital del estado en si siempre culta, por la magnitud que le dio la ahora Universidad Michoacana, que era el punto de reunión de los aspirantes a una carrera didáctica, quienes en los años 70 sobre todo venían a radicar durante los meses de clases; y de los estados del norte y del interior del estado. Se comenzaba a construir el gran complejo de lo que hoy es Ciudad Universitaria, al costado sur del panteón Municipal, donde en aquella época existió el campo de aviación, mucho antes de que los escasos vuelos, los mudaran al Aeropuerto José María Morelos, del que no queda nada actualmente y que se localizaba a no muchos metros del Estadio Morelos; en aquellos años de los 70 en que todo asombraba. Morelia, no contaba con grandes edificaciones, solo las sobrias construcciones del centro de la ciudad. Majestuosas obras coloniales, donde los hacendados encomenderos de la corona, venían a descansar en esparcimiento al lugar que, por el Generalísimo Morelos, se le denominó como El Jardín de La Nueva España; Valladolid. Primero llamado por los purépechas, El Valle de Guayangareo y en las épocas posteriores a “Valladolid” y en honor al hijo prodigo, se le nombró Morelia. Siempre culta, ya lo hemos dicho. Y no de siempre capital de Michoacán, pues en la época de la colonia, los poderes residían en Pátzcuaro. Lugar que del valle de México donde residían las fuerzas y el mandato virreinal, distaba a mucha distancia esta capital y con clima extremosamente frio; lugar donde se fundó la primera universidad de América latina y posteriormente reubicada en Valladolid; la que fue la ciudad y después capital que se eligió crear por su microclima, ya que al occidente se encuentra el inmenso volcán del Cerro del Quinceo y al sur y por el oriente viene la cordillera de la sierra Madre con algunas latitudes elevadas al nororiente como el cerro del Punhuato, lo que al valle de Guayangareo se ubicó en el parte aguas de dos corrientes eólicas, la del oriente propia de la sierra y la del occidente que baja del cero del Quinceo, para al norte crear un plan y valle que va a desembocar al inmortal y milenario Lago de Cuitzeo, para así formar este valle una gran herradura. La que nace de la loma de Santa María por todo el occidente para seguir por las faldas del Quinceo: donde además existen aún inmensos manantiales de agua y un microclima libre de borrascas y corrientes eólicas, con dos vertientes para las lluvias que precisamente se cortan por la calle Cuautla, la de la sierra madre del oriente y la del cerro del Quinceo por el occidente: ya que cuando el viento arrastra a las nubes respectivas y si vienen del oriente para allá es un tremendo aguacero, mientras que para el occidente hasta el sol impera y así en viceversa, fenómeno que se da sobre lo que es la calle Cuautla, ya que para el norte es común que en toda esa planicie llueva desde el Quinceo hasta el Punhuato, en lo que podría ser otra y tercer vertiente de viento y lluvias. Con esos accidentes topográficos y climáticos, el que fuera primero Valle de Guayangareo, que para el purépecha, significó “loma larga y achatada” y que fue asentamiento de una gran civilización prehispánica y donde se vivía ha placidez, además por la abundancia de manantiales y los escurrimientos de la cuenca sur de la serranía y sobre todo de los escurrimientos del Quinceo, para la biodiversidad que era armoniosa, en destino de aves migratorias de varias partes del mundo, por el estado cenagoso, de pantanos y de tanta agua que proliferaba y que corría al lago de Cuitzeo. El virrey Antonio de Mendoza, en su paso hacia la capital de la Provincia de Mechuacán, entonces en Pátzcuaro, al ver la benevolencia del clima ordenó se erigiera en esta loma larga y achatada, rica en acuíferos y flora y fauna, una ciudad y se logró el 18 de mayo de 1541, a la que le llamarían en su origen “Ciudad de Mechuacán”, lo cual no fue bien visto por los poderes que regían en la capital de esta provincia en Pátzcuaro: que también así le nombraban y se rectificó y se le nombró después de ser primero el Valle de Guayangareo, como Valladolid en el año en 1545, a unos años de su fundación por los encomenderos Juan de Alvarado, Luis de León Romano y Juan de Villaseñor. Tanto gustó al virrey y a la reina el clima templado y sin extremos casi todo el año que los ricos de la corona y súbditos del virreinato, levantaron sus fincas veraniegas en el centro del valle, que era circundado por torrentes de agua, sobre todo por el sur y que al occidente daban la vuelta para seguir corriendo rumbo a norte, al lago de Cuitzeo; así fue como nació la ciudad que se reconoció como “de la cantera rosa”: y en el centro erigieron una monumental catedral que como vigía ha visto mantenerse firmes con el paso del tiempo tan soberbias edificaciones de cantera, que siguen maravillando a miles de turistas que viene a disfrutar estas construcciones únicas en su género. Para facilitar las transacciones con la provincia de Mechuacán, decidieron trasladar los poderes de la capital a la nueva ciudad que ya se llamaba Valladolid, ante el descontento colosal de la ciudad de Pátzcuaro, que también era nombrada Ciudad de Mechuacán, por lo que se opusieron se le llamara igual a la ciudad que se fundó en el antiguo valle de Guayangareo; y así todos los poderes y tributos hacendarios de la gran provincia, pasaron a instalarse en Valladolid, como la universidad que previo se había fundado en aquellas frías tierras de la antigua capital. Valladolid era un valle benévolo, rodeado de agua y lagunas, así como zonas pantanosas y ríos y arroyos que nacían de sus manantiales; de hecho, al norte de Morelia, donde está la colonia El Lago, ahí y más al norte de Santiaguito, frente al tecnológico de Morelia y donde ahora está el complejo del Bicentenario: no hace tantos años era un lago y grande por toda la ladera oriente de Torreón Nuevo y entrados a Tarimbaro, se conservaba ese estuario que por desgracia ha sido desecado. En la década de los 80 aún existía y era lugar de esparcimiento de los morelianos, ahí se iba a pescar y a comer los productos que proporcionaba ese lago extinto que se comunicaba con el de Cuitzeo aprovechando los escurrimientos del Quinceo y de tantos manantiales que por ahí aún quedan. Incluso y como era muy de la cultura purépecha, asentarse a la orilla de grandes cuerpos de agua, del lado sur del libramiento y frente a lo que era el lago del norte de Morelia, existen vestigios arqueológicos que a nadie le han interesado: en el espacio de lo que fue un balneario está una pirámide sepultada, la que en lo más alto de ese monumento que todo hace suponer es un cerrito, estaba la alberca en la que alguna vez tuve el gusto de disfrutar y por todo ese lugar existen vestigios arqueológicos que por desgracia ya han sido absorbidos por la mancha urbana. Entre una gran armonía y biodiversidad, con una rica flora y fauna incluso endémica, como el zapote blanco y una especie única de ajolotes que aun por ahí salen en algunos escurrimientos de aguas que se resisten a dejar de brotar: lo que fuera el Valle de Guayangareo y después por pocos años Ciudad de Mechoacán, posteriormente Valladolid: en el año de 1824, el congreso de México, ya una vez independizado, le dio a este lugar el nombre de Morelia, en honor al generalísimo José María Morelos y Pabón, creador del estado de derecho universal en nuestro país. Ya era capital de nuestro estado, antes provincia de la corona y culta Morelia y lúcida, crisol de grandes profesionistas con su universidad nicolita y destino turístico, sobre todo, al ser el jardín de lo que fue la nueva España La ciudad de recreo y esparcimientos de los privilegiados de la corona, donde como decíamos al principio no existían grandes edificios en altura, pero si monumentales obras arquitectónicas en cantera rosada, que han sido el gran atractivo de millones de turistas de todo el mundo. La catedral de Morelia, era el edificio más alto que cualquier otro templo y durante cientos de años lo fue, hasta que antes de mediados del siglo pasado se edificó una obra monumental con casi la misma altura de la catedral de Morelia y fue la plaza de toros Monumental de Morelia, que maravilló y a la fecha a tantos aficionados a las fiestas de los toros; otro gran edificio se levantó pocos años después y fueron las torres del seguro social que por malos cálculos la elevaron en un terreno inestable por fallas geológicas y se tuvo que demoler hace poco. Lo que se mencionaba al principio de la nota, que en la década de los 70 todo maravillaba pues comenzábamos a crecer apenas. Morelia siempre ha sido una extasiaste aventura, siempre circundada por humedales, tanta agua que no hacía falta como hoy que ha crecido y se ha extendió tanto la mancha urbana, lo que ha ocasionado un caos en lo que para muchos era una capital con vida al estilo de un rancho, éramos la provincia de México, en relación con la naturaleza y el uso de animales que ahora las tendencias marcan como de Maltrato, cuando desde siempre han sido la clave para el progreso y desarrollo. Yo lo alcance a vivir, los caballos fueron el motor de la expansión y crecimiento de Morelia, hace unas 4 décadas aun los carros tirados por mulas y caballos y los burros cargados trasportaban del campo a la ciudad lo indispensable para vivir, así mismo realizaban los trabajos que ahora son propios de la maquinaria; yo cursaba la secundaria y antes de los 80 muchas veces llegue a lo que fue la gloriosa ETI 60 montado en un burro o un caballo, que el abuelito de mi esposa don Juan Vega, utilizaba para ir a la sierra y bajar con mercancías, ahí por el río me le trepaba antes de las 7 de la mañana y me bajaba en lo que ahora es la Técnica Numero 3, antes de que don juan se desplazase a la sierra y así igual otros compañeros lo hacían y tantos conocidos casi del centro de Morelia, salían por travesura en esos equinos que iban con sus cargas, en esa época aun existían las carretas tiradas por caballos y los repartos de mercaderías se daban sobre burros, como la leche y otros alimentos. Ya en los 80, siempre anhelé llegar montado al CEBTA número 7 sobre un caballo, las facilidades las tenía porque la casa de mis padres es lo bastante amplia y tenía un gran patio, a la redonda. En esa época aún se conservaban varios caballo en la ciudad y don Juan Vega, vivía con los suyos solo al otro lado de donde yo vivía en la calle Avenida Ocampo, a unos metros del Rio Chiquito, que en esos años era un inmenso pastizal, donde se alojaban varios animales grandes bovinos y equinos que comían a gusto donde no había basureros, pues crecían grandes pastizales, ahí yo quería tener mi caballo, pero la economía no me alcanzó, mi papá don Julio Reyes, nunca se opuso, es más me dijo cuando tengas el dinero vamos y yo mismo te lo compro… nunca reuní el equivalente a unos 5 mil pesos de ahora que es con lo que se puede comprar un potrillo corrientito: y así nunca pude llegar al CBTA de La Huerta, en mi caballo, cuando algunos condiscípulos de por ahí sí podían hacerlo. Esa es mi gran estigma, no haber nacido en el campo, pero si en una hermosa e histórica ciudad que fue un espléndido rancho colonial en sus aires de grandeza, la culta Morelia, Valladolid, Ciudad de Mechoacán y Valle de Guayangareo. El lugar de acontecimientos para la grandeza de nuestro país, cuna de inmortales mentes y humanistas que como héroes son eternos. Morelia capital y el lugar perfecto para la biodiversidad que poco a poco se ha venido perdiendo y el terreno donde la grandeza del jaripeo ha salido para hacer de nuestra tradición una identidad con tanta historia y gusto por erigirse en lo que es nuestra cultura, la que siempre ha ido ligada al caballo entre grandes hombres que hemos luchado por conservar la tradición que tanto trabajo nos ha costado forjar.