Gonzalo Reyes Recientemente estuvimos en el campo bravo: tuvimos la oportunidad y privilegio de adentrarnos en lo más recóndito del santuario donde prolifera la biodiversidad y a donde cualquier otra persona le es muy difícil, si no imposible, llegar. Primero, por el gran cuidado de los dueños que fomentan la cría del toro bravo y, en segundo lugar, por ese gran guardián, el toro, que es determinante para conservar el equilibrio ecológico de los cientos de hectáreas que se profesan a la perpetuidad de su raza brava. La biodiversidad es inmensa, es muy vasta en fauna como en flora y, en este caso, hasta con gran variedad de especies acuícolas, por las represas y lagos que en muchas ganaderías sus propietarios se preocupan por construir para que el vital elemento no haga falta y todo el entorno ecológico continúe con su engranaje perfecto. Las especies nativas del lugar conservan un equilibrio armonioso y pulcro. Si no tienen necesidad de alimentarse, los depredadores esperan con placidez a que los pequeños herbívoros e insectívoros cumplan con su ciclo para el control de malezas y de plagas de sabandijas mientras engordan y hacen producir la gran cantidad de plantas que por lo general son el sustento de toros bravos y de los grandes herbívoros rumiantes silvestres que proliferan. Otra vez entramos en armonía con la naturaleza. Al menos las horas que disfrutamos en el campo bravo del ruido de insectos, de plantas y animales, que es música para la sensibilidad y tranquilidad espiritual y que se colma con los aromas agradables del campo y sus plantas diversas y sobre todo del ruido y olor de los grandes rumiantes bravos que son tratados a cuerpo de rey, sin preocupación en un proceso intensivo de producción, pero de bravura, sin los arrebatos de adelantar ciclos como cuando en cautiverio crían a las reses que están destinadas únicamente para el abasto. Ahora, al revivir la experiencia del campo bravo y en una reflexión comparativa sobre la crianza de razas para el abasto, nos damos cuenta del gran impulso ganadero en ambas proyecciones en nuestro país. Recapitulamos que la ganadería en México tiene una gran historia y trascendencia en el avance propio y en el auge histórico y fundacional, en la conservación y perpetuidad de rasgos del uro, que a su vez es el primer eslabón de donde proviene todo el ganado bovino de la actualidad en el mundo. Gracias al uso zootécnico que, en sus sucesores y legado hereditario trasmitido a otras subespecies, se dio por encima de esta especie extinta en la Edad Media. En nuestro país, por privilegio, se conserva una importante herencia genética y la preservación de las principales características bravas del uro, que de otra manera se hubiese perdido para siempre, si no se decide obtener de tan soberbio ejemplar sus caracteres agresivos, de combate y de bravura para los espectáculos taurinos. Así es como hasta nuestros días salvaguardamos los rasgos distintivos y fenotípicos de al menos el primer ejemplar dotado de cornamenta, que tras registros fósiles lo ubican por lo menos hace 70 millones de años en el Plioceno y que en el transcurso de la evolución dieron lugar a las especies de bovinos que se conocen y que han sido sustento y compañía de la humanidad durante toda su historia. Ya que existen antecedentes pictográficos en rocas que el primer bovino fue domesticado y utilizado en la Edad de Piedra hace de 6 mil a 2 mil 500 años, en que el hombre se ha enlazado con los toros. El emperador romano Julio César describió al uro hace 2 mil años como un animal ligero, enorme, indomable, peligroso y bravo, al que los celtas llamaron Aurochs, ya que fueron los primeros en realizar acrobacias y juegos de frente a esta bestia, en aquella época en que habitaba en Asia Menor, en África y parte de Europa, cuando se consolidó a este gran bovino como animal sagrado y de culto por las antiguas civilizaciones, como en Grecia, que en su mitología aparece como el Minotauro. En la Edad Media, el uro fue cazado intensivamente y así se extinguió en el siglo XVII el antepasado salvaje de las especies bovinas que conocemos hasta este momento. Pero en la península ibérica conservaron reductos y consanguinidad del uro, que se cruzó antes de desaparecer, con otras especies bovinas de ganado ya domesticado y que arrojaron la genética de bravura y acometividad de su antecesor en los nuevos descendientes, que ya en el siglo XII eran utilizados para las corridas de toros en los reinos de ultramar, como en Cuéllar, que en el año 1215 ya registra corridas de toros. Así como los testimonios que existen de esas fechas en Portugal en el reinado de Alfonso II, cuando celebraban bodas y fiestas corriendo con toros y de ahí para adelante comienza la historia del toro de lidia que siempre se ha prestado a discusión sobre la aseveración de que se pudieron preservar genes de esta especie con la única finalidad que ha sido aprovechar su bravura para las corridas. Así comenzó su crianza, con el único sustento, reiteramos, para los espectáculos de cualquier índole donde se mostrarán plenos, agresivos y bravos; aunque durante la Edad Media no existía una selección genética, ya que esos toros y otros animales salvajes eran mantenidos en cautiverio por los señores feudales en sus bosques con el fin de practicar su caza y fue hasta el siglo XVIII, ya cuando había cobrado auge los festejos corriendo toros, que comenzaron a escoger a los bovinos que de acuerdo a sus características ofrecieran mayor acometividad en las corridas propiamente, para así iniciar a efectuar pruebas de tienta para elegir a los ejemplares que mejor reunieran esas propiedades para mayor rendimiento durante las suertes que se ejecutaban en aquellas corridas. De acuerdo a las actividades taurinas de cada época, fueron variando los rasgos que buscaban para los toros, que ya eran seleccionados y que estaban basados únicamente y en común en su bravura y, a finales del siglo XVII, ya estaban definidas las castas fundacionales, de las que en la actualidad proceden las ganaderías de toros de lidia en el mundo taurino; que de esta forma hicieron posible conservar los rasgos fenotípicos y de anatomía del uro, que de no ser por su carácter indómito, agresivo y de acometividad, ahora estaríamos hablando de que en un tiempo existió esa especie, la que tenemos providencialmente casi en réplica en los toros que son criados para la tauromaquia. Por lo cual poseemos y gozamos hoy en día al más hermoso de los animales que la naturaleza nos proveyó: el toro de Lidia, que es el que más se asemeja al antepasado salvaje de todos los bovinos y que gracias al trabajo de selección de su bravura, surgieron con sus características propias y de comportamiento y de conformación los encastes fundacionales, de los cuales por mas selección han surgido todas las ganaderías actuales procedentes; de la Casta Navarra, Morucha-Castellana y las castas Jijona, Cabrera y Gallardo, así como la Vasqueña, Vega-Villar y Vista Hermosa, que es de esta de la cual provienen más de 3 cuartos de los rebaños de toros de lidia que en la actualidad existen. Ya hemos comentado que las grandes especies domésticas fueron introducidas a nuestro continente por los españoles; el ganado bravo llegó a la Nueva España, por encargo de Hernán Cortés, bajo salvo conducto del rey Carlos V; y así fue como se fundó en el año 1522 como tal la ganadería de Atenco, en el Estado de México, que en la actualidad es considerada la más antigua en el mundo, en la crianza y selección de toros bravos y de ahí hasta finales del siglo XIX fue que se le emprendió a dar personalidad propia a la ganadería brava mexicana por cuatro familias que comenzaron a darle su sello y distinción al legado de importancia a nuestra ganadería brava mexicana. Don Rafael Barbabosa, quien fue dueño de la ganadería San Diego de Los Padres y Santín, adquirió la ganadería de Atenco, que fundó un primo de Hernán Cortes; para que así aquellos toros navarros fueran el tronco común de otros tantos criaderos que se iniciaron en el apasionante mundo de la formación del toro de lidia. Don José María González Muños, en el año de 1874 fundó la ahora mítica ganadería tlaxcalteca de Piedras Negras, que a la vez es la segunda después de Miura, en todo el mundo, que las han manejado desde siempre una familia respectiva, en una tradición única. A Piedras Negras llegó ganado español de Benjumea, de Miura, del Márquez de Saltillo y de Murube, que es el engendre predominante en la actualidad, pero con las mesclas de las diversas líneas crearon a través del tiempo un encaste único, que ha servido de base. Igual como en San Mateo, para que muchas ganaderías comenzaran con su simiente y crianza del toro para la tauromaquia. San Mateo fue fundada por los señores Llaguno en el año 1899 con vacas del campo bravo mexicano y un semental de El Barranco y en 1907 vino de Portugal un semental de Palha, que fue obsequiado por el torero español Bombita, que a su vez les sugirió traer ejemplares directos del Márquez de Saltillo, de sangre Vista Hermosa y así después, don Antonio Llaguno personalmente trajo de España vacas de la dehesa de Saltillo, para realzar su simiente y fortalecerse como ganadería fundacional. Un dato para resaltar es que cuando estalló la revolución mexicana e imperaba el desorden, la familia Llaguno llevó a la ciudad de México a resguardar en pequeños predios lo más selecto que ya había logrado con su encaste San Mateo que estaba en vias de formación y que ya comenzaba a ser diseminado a otras ganaderías: y fue así como sobrevivieron a la rapiña de las tropas en revuelta estos ejemplares que ahora son un referente y un encaste muy mexicano del campo bravo y han sido la semilla para que muchas más ganaderías comenzaran con la cría y preservación del toro. Francisco y José Madrazo son los fundadores de la Ganadería jalisciense La Punta quienes iniciaron en 1918 con vacas de San Nicolás y sementales de Saltillo y Parladé y a la postre enriquecieron su genética con ganado de San Mateo, después con reses de Gamero Cívico, de Campos Varela, de Domingo Ortega y del Conde de La Corte, todos estos últimos ejemplares importados de España, para así fomentar la formación de más ganaderías que conservaron y empezaron a forjar sus rebaños con esta y las otras 3 ganaderías señaladas para enriquecer con encastes propios, derivados de las sangres fundacionales españolas, a la riqueza ganadera y genética mexicana del toro de lidia, para preciarnos que en nuestro país se conservan importantes rasgos históricos y lo más preciado de los genes del uro, para seguir disfrutando hoy, de aquel mítico animal, sus bondades de bravura y acometividad en los festejos donde la parodia de la vida y la muerte se viste de arte y colorido.